Un cuentito policial mÃÂo
-¿DE QUÉ SIRVE SER HONESTO?-
Además de ser un excelente cocinero, tengo otro trabajo: Asesino por encargo.
El andar matando gente no me producÃÂa ningún placer en especial; en realidad, lo hacÃÂa para sobrevivir.
No pueden ustedes imaginarse la cantidad de personas que le enseñaron sus vÃÂsceras a mi cuchillo de cocina de treinta centÃÂmetros de largo.
Me considero un verdadero experto en la materia. Nunca dejé un trabajo sin completar. Sin embargo, Ralph fue la excepción.
Me habÃÂan encargado despacharlo; pero debÃÂa ser cauteloso.
Ralph Andersson era un tipo de cuidado; basta con decir que medÃÂa casi dos metros y pesaba ciento sesenta kilos.
Tres veces en una semana traté de acabar con él; pero mis intentos fueron fallidos.
En ninguna de las tres oportunidades logró ver mi rostro; de manera que no me explico por qué esa noche... anoche, mientras acababa mi cena y mi mujer sacaba la basura, sentàel rechinar de un zapato tras de mÃÂ.
Giré sobre mi silla y allàestaba, imponente; apuntándome con una treinta y ocho.
¿¡Por qué!? ¿Por qué a mÃÂ? ¿Cómo demonios pudo averiguar que fui yo quien trató de matarlo? ¿Por qué me apuntaba a mÃÂ, un simple cocinero, tÃÂmido, retacón y algo amanerado?
No podÃÂa coordinar palabra.
Ralph, lentamente levantó su brazo hacia mÃÂ. Mientras apuntaba a mi cabeza, su pulgar lentamente jaló del percutor diciendo: -Vengo a hacer justicia.-
Cuando mi vista se apartaba una y otra vez de la suya, relampagueando a mi alrededor en busca de un arma o lugar donde guarecerme; un pequeño brazo apareció sobre su hombro y enterró mi cuchillo por detrás de su tráquea, haciendo estallar su yugular.
A medida que el cadáver iba cayendo hacia adelante, emergÃÂa la fresca figura de mi esposa, mi mujercita, mi salvadora.
Esta mañana, a uno y otro lado de la calle se oÃÂa a la gente vitorear mi nombre. No era para menos, creÃÂan que yo habÃÂa acabado con el famoso Ralph, quien me doblaba en peso.
Más tarde, durante un almuerzo en mi agasajo, se me pidió que dijese unas palabras y aproveché la oportunidad para aclarar los erróneos conceptos que se habÃÂan vertido en torno a la muerte de Ralph.
El pueblo, enfurecido, al conocer la verdad, inmediatamente dejó de comer a Ralph y me introdujeron en esta maldita olla.
¡Al diablo conmigo y con mi estúpido pueblo canÃÂbal! ¿Por qué no aprenderán de nuestro vecinos, los JÃÂbaros, que nunca pierden la cabeza?
Es inútil, ya no se puede ser honesto.
:DEspero que les guste... y comenten que no cobro! :lol:
Además de ser un excelente cocinero, tengo otro trabajo: Asesino por encargo.
El andar matando gente no me producÃÂa ningún placer en especial; en realidad, lo hacÃÂa para sobrevivir.
No pueden ustedes imaginarse la cantidad de personas que le enseñaron sus vÃÂsceras a mi cuchillo de cocina de treinta centÃÂmetros de largo.
Me considero un verdadero experto en la materia. Nunca dejé un trabajo sin completar. Sin embargo, Ralph fue la excepción.
Me habÃÂan encargado despacharlo; pero debÃÂa ser cauteloso.
Ralph Andersson era un tipo de cuidado; basta con decir que medÃÂa casi dos metros y pesaba ciento sesenta kilos.
Tres veces en una semana traté de acabar con él; pero mis intentos fueron fallidos.
En ninguna de las tres oportunidades logró ver mi rostro; de manera que no me explico por qué esa noche... anoche, mientras acababa mi cena y mi mujer sacaba la basura, sentàel rechinar de un zapato tras de mÃÂ.
Giré sobre mi silla y allàestaba, imponente; apuntándome con una treinta y ocho.
¿¡Por qué!? ¿Por qué a mÃÂ? ¿Cómo demonios pudo averiguar que fui yo quien trató de matarlo? ¿Por qué me apuntaba a mÃÂ, un simple cocinero, tÃÂmido, retacón y algo amanerado?
No podÃÂa coordinar palabra.
Ralph, lentamente levantó su brazo hacia mÃÂ. Mientras apuntaba a mi cabeza, su pulgar lentamente jaló del percutor diciendo: -Vengo a hacer justicia.-
Cuando mi vista se apartaba una y otra vez de la suya, relampagueando a mi alrededor en busca de un arma o lugar donde guarecerme; un pequeño brazo apareció sobre su hombro y enterró mi cuchillo por detrás de su tráquea, haciendo estallar su yugular.
A medida que el cadáver iba cayendo hacia adelante, emergÃÂa la fresca figura de mi esposa, mi mujercita, mi salvadora.
Esta mañana, a uno y otro lado de la calle se oÃÂa a la gente vitorear mi nombre. No era para menos, creÃÂan que yo habÃÂa acabado con el famoso Ralph, quien me doblaba en peso.
Más tarde, durante un almuerzo en mi agasajo, se me pidió que dijese unas palabras y aproveché la oportunidad para aclarar los erróneos conceptos que se habÃÂan vertido en torno a la muerte de Ralph.
El pueblo, enfurecido, al conocer la verdad, inmediatamente dejó de comer a Ralph y me introdujeron en esta maldita olla.
¡Al diablo conmigo y con mi estúpido pueblo canÃÂbal! ¿Por qué no aprenderán de nuestro vecinos, los JÃÂbaros, que nunca pierden la cabeza?
Es inútil, ya no se puede ser honesto.
:DEspero que les guste... y comenten que no cobro! :lol:
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