Solo Le Pido A Dios






Sólo le pido a Dios que me deje ser niño por un día. Quiero volver a mi Munro natal y pedirte, suplicarte, mamá, que me hilvanes  de nuevo aquella sábana vieja y el cubrecamas bordó raído (que ni siquiera era rojo), para poder tener mi primer bandera. Cuánto daría para volver a verla colgada del alambrado que daba a las vías del Belgrano, esperando el paso del tren. Como aquella tarde que le cortamos el invicto al Racing de Pizzutti en el 66.  Aquel  2-0, con goles de Cubilla y el Pinino. ¡Qué fiesta… aquella!. La armábamos en la puerta de casa. Chiquita, austera pero inmensa. Tan inmensa como era el Monumental, que por eso años nos parecía inalcanzable. Para nosotros, los pibitos, Raúl del Bar, mi primo Mario, Jorge del cole y yo, ese escenario era la vida en su estado más puro.

El trapo sujetado a las púas del alambre. Los papelitos que habíamos recortado ritualmente toda la tarde, ascendían por los aires  como nuestros barriletes o volaban como los flecos de las bicis, todos, todos, blancos y rojos. El paso del convoy era saludado por nuestra precaria ingeniería folklórica. El tren iba  avanzando hacia nosotros ornamentado por la gente que sacaba su cabeza con las viejas viseras y gorros de lana por las ventanillas agitando sus brazos. Lo más fascinante eran los equilibristas que paraguas en mano bailaban en los techos como chimpancés. Saltaban y se contornaban sin medir los riesgos, prolongando el festejo del domingo.

Solo le pido a Dios que me deje ser niño por un día.  Para volver a convencer a los chicos de la escuela primaria que la camiseta que debíamos usar en el campeonato que organizaba Canguro, era la del Millo. Para esconder la radio portátil en mi sobretodo la noche que empatamos la semifinal del 69 con Boca 0-0, que nos dio el pasaporte a la final con Chaca. Claro, habíamos ido al cine con mi vieja y dos veces pedí permiso para ir al baño y escuchar como iba el partido. ¡Qué me interesaba La Aventura del Poseidón!. O aquella vez, que estaba castigado en el club, porque mi viejo quería que fuera a Tenis y me escapé a ver River- Platense. Día glorioso para el Calamar que nos hizo cuatro en el Monumental. Era un Jueves Santo, creo y mi hermano me buchoneó.

Me dolió más la derrota que el escribir cien veces “no debo desobedecer a Papá”. O para pasar desde las 10 de la mañana jugando al truco en la tribuna aguardando la final del 72 con San Lorenzo en Velez  que empezaba a las cuatro de la tarde. Ir a la tribuna de Chaca de la mano del papá de un compañerito en la que perdimos 4 a 1 en Racing y no poder gritar ni el empate transitorio. Tantas, pero tantas tardes…la de Nimo, la del  penal que Dellacasa hizo patear tres veces a Pastoriza. Recuerdo cada momento, cada lugar, donde estaba. ¿Qué hacía?....Era niño.

Solo le pido a Dios que me permita por un instante volver al living de nuestro humilde PH. Y convencerlo al viejo para pegar los posters del Gráfico que decían: “Un talento llamado Ermindo” y otro del Mono: “pique, potencia y gol”. Mis dos grandes ídolos de aquellos años. ¡Cuántas veces vuelvo a caminar de nuevo por aquel zaguán del departamentito del fondo que alquilábamos!. Me frecuentan aquellas imágenes de las fotos, la humedad en las paredes, las baldosas flojas, los olores del paraíso de la vereda donde grabábamos el escudito de CARP artesanalmente en su tronco. O los pelotazos embarrados en cada frente de los vecinos y en los barnices frescos. Conozco a ciegas cada rincón, cada árbol, cada timbre, cada sombra.¿Por qué me visitan asiduamente estos pasajeros de la noche?. ¿Y por que no?. Si en toda mi infancia está River. Interactuando con mis amigos, el futbol en las calles de tierra, ese polvo de oro que es el potrero, el aroma incomparable de la lluvia mojando la canchita, los viejos, mis hermanos…todo.

Aquel álbum –mi primer periódico millonario- hecho con mis propias manos recortando fotos de la revista River, las “figus” y robándole firmas a los jugadores en los entrenamientos. Sumadas a las historias de caricaturas del Tony, donde se narraba la vida de nuestros cracks. Estaba todo…pero siempre faltaba el sueño mayor: ganarle a Boca. Y si había que tomar coraje y cumplirlo.  Como aquel 3-1 que me colé en Racing para guardar de por vida la “noche de Walt Disney” que armaron los pibes de Didi. ¡Qué espectáculo el Beto y Jota Jota ¡. Hubo cinco minutos de ole y ole sin parar. Yo era un pendejo y se me cayó un carterista encima. Quedé atrapado debajo de él mientras lo molían a patadas. Ni me di cuenta…fue “el día más glorioso de mi infancia”. Mi viejo, por supuesto ni enterado. Son tantas las historias, que hasta las feas quisiera volver a vivir. Como el día trágico que salí de la escuela sabiendo que  River le iba a ganando a Peñarol la final de la Libertadores en Chile y cuando llegué a casa me dieron la infausta noticia de la derrota. Siempre igual…en las buenas y en las malas.

Solo le pido a Dios volver a ser niño, para sentir esa inocencia incomparable que recorre a cada purrete ante la idea de Dios. Y volver a ver a mi curita, ese que alguna vez confesó en el púlpito ser fana de la banda. ¡Y que quiere que le diga desde ese día, yo que soy medio ateo, nunca pude dejar de ir a verlo frente a un clásico! Si el me enseñó  a mirar a Jesús con ojos de hincha de River. La toga blanca, el manto sagrado y la confesión ya íntima que en sus oraciones diarias siempre, pero siempre pedía por nosotros. Y además, hasta me convenció que Dios simpatizaba con River.

-¿Y por qué Padre la suerte nos fue tan esquiva muchas veces?,  le pregunté . Si a veces hasta me parece bostero con todo lo que generoso que fue con ellos.
-“Usted sabe hijo, me respondió que el Señor es justo y debe repartir. El tiene la misión de no abandonar a los más débiles. Ud. se imagina si además de los campeonatos locales, el buen juego, la hinchada que tenemos, también tuviéramos más Copas internacionales. Epa…¿de qué estaríamos hablando ahora?. Ya River fue Campeón del Siglo anterior y eso el señor lo tuvo claro. Premió al que hizo mejor las cosas. Así que no hay que tener dudas. Dios es justo pero no tonto. En cada clásico vaya con toda la fe, porque Dios es de River aunque a veces disimule”.

¡Quiero volver a ser niño por un día!. Que no me abandone ese deseo de golosina. Ni la falta, ni la carencia que hoy alimenta la imaginación de este  fenómeno popular. Qué igual que ayer sigue reventando todas las canchas. Contra todo. Contra la mala suerte y los “hombres oscuros” de afuera y de adentro.   Quiero creer más que nunca en la resurrección de River justo contra Boca. Dar vuelta esta mala racha, a lo River. Ganarle con tiki-tiki y con baile, como la noche de Avellaneda o la tarde  de Ramón, aquel zaino del 99 con  2-0 con golazos Aimar y Angel. Que también cortaron nueve años sin triunfos en el Monumental.

Quiero sentir este regalo como el de aquella vieja bicicleta inglesa fileteada a mano de blanca y roja que mi papá me obsequió a los 10 años. Quiero volver a ver mis posters en la habitación de alguno de mis hijos.  Quiero que todos podamos volver a ser niños un rato. Como cuando cantamos: “Somos los pibes que “alentamo” a River Play, siempre alentamos…. y yo no se porque…¿Será por que es un sentimiento, será por qué lo llevo adentro?. Seguro. Porque porque cada domingo que pisamos el Monumental hacemos eje con lo más sagrado de nosotros, nuestra fe y nuestra infancia.
-¡Curita, solo le pido a Dios ésta…por favor!.

-“Vaya tranquilo y transmita su fe. Dios más que nunca es de River”. Me santigué y me vine urgente a escribir.