cura endemoniado que hace exorcismos

La increíble historia del cura endemoniado que hace exorcismos





Dice que hizo un pacto con el Diablo y éste le pidió la vida de su sobrino. Al negarse, comenzó a sufrir todo tipo de atrocidades.



Su relato.





El caso bien podría ser el guión de una taquillera película de Hollywood. Corría el año 1984. Juan vivía en Santiago del Estero pero no se sentía cómodo trabajando. Por eso, en una noche de excesos, se vio tentado a venderle su alma a Lucifer. El pacto, sin “abogados del Diablo” de por medio, se cerró negociando su alma a partir de los 60 años de vida, a cambio de vivir la primera etapa ganando dinero y mujeres hermosas sin esfuerzo.



Pero años antes de ingresar al infierno, a Juan el Diablo le redobló la apuesta: le pidió la vida de su sobrinito. “Pacto con el diablo sí, pero asesino no”, se dijo Juan. Y se opuso al maléfico espíritu. A partir de ahí, su cuerpo sufrió todo tipo de vejaciones. Se autoproclamó endemoniando y debió trasladarse hasta La Plata. Su madre trabajaba en el Hospital de Melchor Romero. Allí, los médicos se aventuraron a diagnosticarlo, pero no encontraron ninguna secuela psiquiátrica en su comportamiento.



Ante la desolación, le recomendaron la Iglesia. Primero fue llevado a la Parroquia San Benito, el protector contra los malos espíritus, de la localidad de Olmos; hasta que llegó a la Parroquia San Cayetano. Allí el Padre Carlos Mancuso, por entonces recién iniciándose en la carrera exorcista, utilizó el ejercicio de sus poderes para quitarle el Diablo de adentro.








El párroco se inició viendo cómo se hacían un par de exorcismos. Agua bendita, oraciones, crucifijos, se convirtieron en sus instrumentos de trabajo. Su interés por el esoterismo fue puramente intelectual, aclara, ya que nunca se convirtió en “malsano” y “ni mamado caería en el esoterismo, una cosa es saberlo, otra es practicarlo”.



Pero llegó a conocer a fondo las prácticas para deshacerse de los males que puedan acosar a quien curiosee con los espíritus malignos. Es que una tarde de travesuras alrededor del juego de la copa, la incursión en sectas, o la propia aparición del Diablo con alguna tentadora oferta en stock pueden tranquilamente convertirse en las puertas de entrada a vivir la pesadilla en carne propia, según explica el Padre Mancuso.



“Los que caen tienen un amor por el misterio, o quieren saber qué les va a pasar en el futuro, si fulanito los ama, cosas de chicas de quince años. Eso es muy peligroso porque así se incorporan en una cosa maligna en el cuerpo, y después tienen que venir acá para sacársela de encima”.




En los casos con consecuencias más extremos, llega la muerte de manera prematura. “Chicos que se mueren a los 21, de causas naturales, no pueden ser otra cosa que poseídos por el Diablo”, asegura. A Mancuso siempre le gustó la psicología, y esa finalmente no fue una carrera tan frustrada para él: “Acá sí o sí aplico saberes de psiquiatría, porque la ceremonia del exorcismo es muy sencilla, y lo fundamental es tener ojo clínico para distinguir los males maléficos de los males psiquiátricos; eso es lo más difícil y a veces me puedo equivocar”.




Todos los lunes, en la Parroquia San Francisco atiende a alrededor de treinta personas que dicen acercarse acompañadas por la presencia del Diablo. “Mucha gente viene con problemas psiquiátricos, otros con problemas familiares, algunos con problemas de enfermedad”.


Son pocos de La Plata, en general viajan desde otras ciudades. “La Plata no se destaca por ser más endemoniada que otros lugares”, se anima. Hace muy poco lo vino a ver un Gobernador. “Me llamó por teléfono pero yo lo hice venir hasta acá, y también me vino a ver un intendente de acá de la Provincia, pero no los tuve que exorcizar.


La gente conocida viene a la noche, después de que termino de atender a la gente los atiendo a ellos, vienen en sus coches particulares, sin custodios policiales”, dice.









En la semana, se dedica a realizar orientación espiritual y atiende a mucha gente por teléfono. “Acá por lunes vienen uno o dos esquizofrénicos, a esos los detecto enseguida, sus características son bastante definitorias. Yo desarrollé un sexto sentido, que me permite reconocerlos hasta por teléfono, así como a las mujeres histéricas”.




A lo que no llegó aún es a hacer exorcismos a distancia. “No me animo porque tengo que ver a la persona, cómo reacciona”. Necesitados de sus servicios, llegaron a llamarlo de países distantes como Ecuador y Perú, pero no quiso ir. “Yo no viajo, me quedo acá. Cuando era párroco, no viajaba porque no podía dejar la parroquia, y ahora que ya soy párroco retirado y sólo me dedico a exorcismos es porque no puedo dejar a la gente”, explica.



Los exorcismos no se pagan. A Mancuso, casi de 80 años, le gustaría contar con un discípulo al que le pueda transmitir sus conocimientos, “pero no es fácil, no hay nadie que quiera aprenderlo. Ojalá hubiera. No es taquillero el tema, los Curas no quieren. No es un tema que apasiona. Dios proveerá, ya vendrá otro. No se puede hacer un exorcista por decreto”, se lamenta.




¿Cómo es ese cuasi enemigo suyo, el Diablo? El padre Mancuso apunta jamás haberlo visto, pero lo define amorfo, como un espíritu que puede encarnarse en forma humana, animal, o en formas horribles. “Es toda fealdad porque es un enemigo de Dios”.



A su ocupación la define como “tortuosa” y “aberrante”. Se crió en el seno de una familia humilde de quinteros en Los Hornos. “Ahí, rodeado de animales, plantas, naturaleza, fui feliz. Más feliz que ahora. Pero a los 16 años me fui al Seminario y no volví más al campo”, confiesa. Tiene buen humor, hace chistes cada dos o tres frases, pero se pone solemne cuando es el turno de atender a los que lo van a ver.



“No aplico mi sentido del humor con los que vienen porque hay gente paranoica que cree que me estoy burlando de ellos. Se levantan y se van. El loco es un bicho muy delicado. Hay que saber manejarlo, y yo no sé si el otro es un paranoico. Hay muchos paranoicos sueltos”, asegura.




“A veces me pregunto qué hago acá adentro. Pero pienso que soy sacerdote, el Señor me puso acá porque querrá que los ayude, otra no puede ser. Esta gente no tiene ayuda si yo no lo hago, esto se me va a computar a favor el día del Juicio Final”, se consuela. Los párrocos como él, que le ponen el cuerpo a esta tarea en Argentina, son contados con los dedos de una mano.



El le encontró además una veta distinta, acercando el exorcismo a los medios: “Soy el único Cura caradura que salió a contar lo que exorcizamos, porque a la gente le interesa mucho el esoterismo y todo lo misterioso”. Tal es así, que para el año que viene proyecta la publicación de un libro con los casos más interesantes que se le presentaron.



Si bien hay menciones bíblicas a expulsiones demoníacas realizadas por Jesús, las técnicas actuales de exorcismo católico nacieron en el siglo XVII en una de las últimas oleadas de la Inquisición. En épocas del protestantismo, la Iglesia negó la corriente exorcista. Hoy, los clérigos que la practican oficialmente se rigen por normas emanadas del Vaticano.



Pero no sólo el cristianismo basa parte de su doctrina en la existencia del Diablo y en la posibilidad de que éste haga de las suyas en cuerpos humanos. También muchas otras religiones y culturas lo aplican: judaísmo, budismo, chamanismo. Todas corrientes que consideran la existencia de espíritus malignos que pueden interferir en el alma humana y por lo tanto se hace necesario, en algún momento, liberar al sujeto.



También una acción levemente comparable al exorcismo puede causar el psicoanálisis. Aunque la rama lacaniana no considera la posesión, sí que se ocupa de liberar al paciente de cargas densas que él mismo se pudo causar, sin remitirse a agentes externos y sobrenaturales. “El que dice estar poseído tiene un trastorno por el cual siente una despersonalización, algo ajeno a él mismo, y de acuerdo a esa creencia atribuye esa posesión al demonio”, explica el Dr. Harry Campos Cervera, psiquiatra y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.



“Es un mecanismo cultural religioso, que liga la existencia del demonio a la del pecado, pero en realidad ese sentimiento de culpa que produce el estado de posesión siempre esconde detrás, en realidad, una patología histérica”, entiende, apostando a que la efectiva reversión del síntoma histérico es posible a través de la acción terapéutica. Aunque no descarta el ritual del exorcismo, que “es útil si el paciente cree en ese ritual, porque opera como una sugestión al descargo de su idea de posesión, se libera por sugestión”.




Andrés Rascovsky, presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina, coincide con que “el exorcismo es una estrategia religiosa para pacientes con delirios de fantasía”. Lo define como una estrategia de eficacia simbólica, ya que es la sugestión sobre su sufrimiento lo que libera al sujeto psicótico o histérico, generando estrategias místicas que generan mitificación.



“Es muy contradictorio, porque cuando las hechiceras del siglo XVII quisieron ahondar en los sujetos poseídos, la orden eclesiástica las criticó, las trató de delirantes, de intentar resolver las fantasías de estos enfermos mentales, y con la culpa ahora exorcizan pero también quemaron vivas en la hoguera a esas 50 mil mujeres en la Inquisición”, cuestionó Rascovsky.




También el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss estudió que las curas exorcizantes por chamanes y religiosos consisten en “hacer aceptables para el espíritu los dolores que el cuerpo se rehúsa a tolerar”. Sostenía que era irrelevante si la creencia del sacerdote o chamán correspondía o no a una realidad objetiva: quien se siente endemoniado cree en esa realidad.



Es decir que cuando el exorcista coloca al elemento causante de un trastorno (el dolor de una pérdida, un duelo o un conflicto no resuelto) representado por un demonio en un contexto coherente para el “poseído”, se produce una cura. La cura chamánica, entonces, se basaría en un acto de fe en el orden del mundo, así como la creencia en el prestigio y la habilidad del brujo chamán, al practicar sus manipulaciones.




Creer o reventar, las historias eclesiásticas advierten que cuando el Diablo mete la cola, es mejor sacarla cuanto antes. Entre los casos del cura Mancuso, la leyenda cuenta que el de Juan, oriundo de Santiago del Estero y protagonista de su primer exorcismo, terminó en tragedia.




Una vez concretado el exorcismo en las inmediaciones de la Iglesia San Cayetano, ante el hombre que poseído tomaba las actitudes y el gemido de un cerdo, el Cura se desentendió del caso. Años después supo que se había ido a vivir a Abasto y se casó con una chica evangélica. “Eso no fue de ayuda para él, si hubiera llevado una vida cristiana se hubiera salvado”, decretó el Cura.



Y opinó que “haber tenido al Diablo adentro de su cuerpo no lo dejó bien parado, me enteré que murió a los 40 años de un ataque cardíaco. Pienso que el demonio lo afectó, sino hubiera vivido más. Ese exorcismo me quedó muy grabado y me quedó mucha pena, le deseaba un destino más luminoso”.