El sueño de mi vida: ser un bloggero K

Ya sé qué quiero ser cuando llegue a grande: blogger K. Si la vida quiere darme un premio, pido ése: formar parte del ejército de hombres y mujeres de este país que día tras día -llueva, truene o relampaguee- toman la lanza y salen en defensa de su gobierno, más a matar que a morir.

En tiempos de descreimiento general, de desideologización, de individualismo feroz, ellos se agrupan y se alistan para presentarles una batalla diaria a los medios de comunicación y a sus esbirros, los periodistas.

La escena ha de ser conmovedora: miles de jóvenes (bueno, así los imaginaba yo, pero me dicen que hay gente de todas las edades) que, por pura vocación, por sus más profundas convicciones democráticas y en resguardo del destino de la patria, se despiertan cuando todavía es de noche, leen rapidito diarios y sitios de Internet, detectan al enemigo y, antes siquiera de tomar un café o de cepillarse los dientes, ya están armados frente a sus PC. Convencidos, entusiasmados, allí empieza la segunda parte de su trabajo, que en realidad no es tan complicado: consiste, básicamente, en destruir al autor de la nota que haya osado rozar al Gobierno. Destruirlo significa eso: hacerlo papilla, meterse con su medio, con su historia (cualquiera que ella sea), con su apellido y hasta con su cara.

No es una guerra de argumentos, claro está, porque no hacen falta, y eso es lo tentador del trabajo: si alguien critica a los Kirchner obedece, en todos los casos, a que es reaccionario, fascista, ultramontano; a que está al servicio de la Sociedad Rural, del neoliberalismo o del capitalismo salvaje, o a que los dueños de su diario le han obligado a escribir eso.

Para ese ejército de esforzados servidores, lo que dice el artículo en cuestión casi no importa, o importa muy poco. Pobres, de tanto apuro quizá no han tenido ni tiempo de leerlo. Expertos sabuesos, ya el título les ha de dar la pista. Temo que, con total malicia, un día alguien escriba un largo elogio del Gobierno, hasta que en la última línea aclare que todo lo anterior era una farsa. ¡Qué horror, cuántos bloggers K van a caer en la trampa! ¿Alguno llegará hasta esa última línea?

La consigna de nuestros héroes parece ser: hay que entrar rápido en los foros de Internet, en los blogs, en Twitter, y dejar la impronta. Hay que marcar tendencia, y hay que hacerlo antes que los otros enemigos: aquellos a los que la nota les ha gustado. Para éstos también habrá fuego, por supuesto, aunque sin perder de vista que apenas son tropa y que el general es el autor del artículo, al que, si es posible, hay que convencerlo de que más le hubiese valido escribir para la revista de los bomberos voluntarios de su barrio.

¿Es la admiración lo que me lleva a detectar a un blogger K y a no confundirlo con cualquier persona que pueda salir en defensa del Gobierno? No, no es la admiración, sino el olfato. Hay cierto aire de familia en los bloggers oficiales. Son madrugadores, son furibundos, no pierden tiempo discutiendo razones, están horas frente a las pantallas, aman la descalificación y no muestran ni la más mínima intención de ceder nada, nunca y ante nadie.

Otro rasgo común es su reacción cuando alguien los descubre y los acusa -con total injusticia, por supuesto- de estar a sueldo de la Casa Rosada. Allí se despiertan sus más bajos instintos (si es que no estaban despiertos ya) y arremeten sin piedad. Alguien comentaba el otro día que era muy fácil entrar en un foro y distinguir a los bloggers K: "No argumentan: sólo agreden e insultan".

Días atrás conté en Twitter mi sospecha de que esa fuerza de choque en Internet también tiene una división dedicada a los programas de radio que difunden los mensajes de los oyentes. Algunos llamados, en cierto magazine de la mañana, me habían parecido sugestivos. Alguien contestó que sí, que era así, que se los denomina "llamadores K" y que su jerarquía es superior a la de los " twitteros K", pero menor que la de los bloggers K, que son una suerte de tropa de elite. De lo cual concluí que ni siquiera los Kirchner, tan igualitarios, han logrado que en sus filas no reinen la lucha de clases y la discriminación.

En mi intención de ser algún día uno de esos soldados, me lleno de preguntas. ¿Quién los comanda? ¿Cuántos son? ¿Cómo los reclutan? ¿Cuál es el mínimo de horas que hay que servir a la causa? Y el gran tema: OK, acepto que no reciben un peso, que es vocacional, que es espontáneo, pero? ¿alguien podría decirme a cuánto asciende ese sueldo que no cobran?

Por cierto, también me pregunto cómo tomará este cuerpo tan cohesionado, tan uniforme, esta nota que le dedico. ¿Entenderán que está escrita con ánimo de elogio, de reconocimiento, o creerán, en una lectura superficial, que es una crítica, una más de las muchas que reciben por estos tiempos? Hay una sola forma de saberlo. Darla por terminada y escucharlos. Soldados, si llegaron hasta aquí, adelante: ustedes tienen la palabra.



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