¿Se puede decir cualquier cosa para defender a Israel?
¿Se puede decir cualquier cosa para defender a Israel?
En una tribuna publicada el 21 de abril en Le Monde.fr, Eric Marty se pregunta: Le boycott d'Israël est-il de gauche ? (¿El boicot a Israel es de izquierda? Lo que aparece como una crítica a la campaña BDS (Boicot, Desinversiones y sanciones) contra Israel, en realidad excede ampliamente su objetivo y redefine los términos del conflicto oponiendo a Israel y los palestinos. La argumentación de Marty, tan especial como original, merece un pequeño ejercicio de «sociología literaria».
La hostilidad hacia Israel sería producto de una «propaganda antisemita sistemática» en los países musulmanes y de una «oleada paranoica de imputaciones criminales». El antisemitismo existe y nosotros lo combatimos de la misma forma que combatimos la instrumentalización de la causa palestina por los adeptos a la teoría del «complot judío». Pero combatimos con la misma fuerza la mezcla del antisemitismo con la crítica a Israel. ¿Como interpreta ahí Marty la reciente encuesta de la BBC, llevada a cabo en 28 países, en la cual sólo el 19% de los encuestados aprecia positivamente la influencia de Israel? ¿Una opinión mundial prisionera de la propaganda antisemita o una crítica compartida a la política de Israel?
Marty debilita la lucha contra el antisemitismo al desarrollar, él también, una lógica de «complot» defendiendo tres de los aspectos de la política israelí que más protestas han levantado: la construcción del muro, la actitud del ejército en Gaza durante la operación «Plomo Fundido» y la situación de los palestinos de Israel.
«No es cierto que la barrera o muro de separación demuestre una política de discriminación». Marty deshecha alegremente las opiniones de amnistía Internacional, de la Cruz Roja o de la ONG israelí B’tselem. También hace poco caso de la opinión de la Corte Penal Internacional (julio de 2004), que calificaba el muro de «violación del derecho internacional» y exigía a Israel «que lo desmantelase inmediatamente». Según el último informe de la ONU, el muro serpenteará a lo largo de 709 kilómetros mientras que la línea verde no mide más que 320. En algunas partes penetra hasta 22 kilómetros en Cisjordania (que tiene 50 kilómetros de ancho). El 10% del territorio palestino está anexionado de facto a Israel, entre otras 17.000 hectáreas de tierras a las cuales los campesinos ya casi no pueden acceder. Sólo en el norte de Cisjordania están afectados 220.000 pueblos.
Marty considera que hubo crímenes de guerra en Gaza, pero eso es porque, añade, «la guerra es criminal». El derecho internacional es más exigente cuando afirma un principio que Marty descarta con ligereza: en la guerra no está todo permitido.
Sin embargo los testimonios e informes de las ONG lo confirman: Israel infringió el derecho de la guerra al arrojar bombas de fósforo blanco (consideradas, incluso por Estados Unidos, como armas químicas) sobre zonas densamente pobladas, impidiendo que el personal médico socorriera a numerosos heridos o al utilizar escudos humanos. Los testimonios de los soldados recogidos por la ONG israelí Breaking the Silence (Rompiendo el silencio) son muy elocuentes al respecto. Por añadidura Israel, con la complicidad de Egipto, bloqueó la minúscula Franja de Gaza (360 km2), impidiendo que los civiles huyeran del diluvio de plomo y fuego. En violación total del derecho de la guerra el bloqueo continúa, impidiendo la reconstrucción y agravando las condiciones sanitarias.
Por lo tanto es una indecencia alabar la humanidad del ejército israelí para desprestigiar mejor a Hamás que habría «expuesto conscientemente a las poblaciones civiles escudándose tras ellas». Recordemos que se hizo la misma acusación contra el FLN argelino y el FLN vietnamita. Un cómodo argumento que convierte a Hamás en el responsable de las muertes israelíes y palestinas y enmascara las molestas cifras de la operación «Plomo Fundido»: más de 1.400 víctimas palestinas y 13 israelíes (cuatro de estas últimas muertas por «fuego amigo»).
Finalmente Marty afirma que los palestinos de Israel (la quinta parte de la población) no son víctimas de discriminaciones institucionales, sino que están sometidos a «injusticias coyunturales», con lo que contradice un informe del Departamento de Estado de EE.UU., fechado en 2009, que afirma que «los ciudadanos árabes de Israel siguen padeciendo diversas formas de discriminación». Así, las disposiciones sobre el reagrupamiento familiar prohíben a los israelíes reunirse con sus cónyuges si éstos son palestinos: en un Estado en el cual se puede celebrar un matrimonio entre un judío y un no judío, ¿una ley semejante no es discriminatoria por naturaleza? ¿Y qué pensar del hecho de que el 13% de las «Tierras del Estado», gestionado por el Fondo Nacional Judío, sólo se puede ceder a los judíos?
Israel ha elegido una bandera adornada con una estrella de David, un candelabro como emblema y un himno nacional que empieza diciendo: «Mientras en nuestros corazones/vibre el alma judía». Los palestinos de Israel que nacieron en esta tierra (los mayores incluso antes de la creación del Estado de Israel), ¿tienen derecho a pensar que la elección de esos «símbolos nacionales» indica que a ellos no se les considera totalmente israelíes y a reivindicar que Israel sea una auténtica democracia, «un Estado de todos sus ciudadanos»? Avigdor Lieberman, el ministro de Asuntos Exteriores israelí tiene su propia opinión al respecto: «Si existe conflicto entre los valores universales y los valores judíos, son éstos últimos los que priman».
Entonces no, no se puede decir cualquier cosa para defender a Israel. Al contrario, se hace un flaco favor a los israelíes al jalear una paranoia mantenida por sus dirigentes para justificar su huida hacia adelante.
La amenaza de la «aniquilación física», primer y último argumento de Marty, es la expresión más refinada de dicha paranoia. Recordemos que Israel es la primera potencia militar de Oriente Medio, la única que dispone de armas nucleares y por lo tanto de la capacidad real de aniquilar a otro Estado. En el caso palestino el argumento roza el ridículo: los palestinos no tienen ejército, ni aviones ni tanques. La probabilidad de que Hamás «aniquile físicamente» el Estado de Israel es tan elevada como la de ver al ejército de Luxemburgo tomar el control de París.
La instrumentalización de la mala conciencia occidental por la pasada destrucción real (el holocausto) en realidad sirve para blanquear a Israel. Lo que realmente inquieta a Marty es sin duda el agotamiento de ese argumento, que se concreta en el incremento de las críticas a Israel. Y sin ánimo de molestarle, lo que se denuncia no es la «falta de visión» de Netanyahu, sino una política dirigida en la continuidad tanto por los gobiernos de «izquierda» como por los de «derecha», los de «centro» o los de «unión nacional». Una política que fomenta el antisemitismo cuando el Estado que la lleva a cabo afirma que lo hace en nombre de los judíos.
«Fui a los Territorios Palestinos Ocupados y vi una segregación racial (en el ámbito) de las carreteras y del alojamiento que me recordó con fuerza las condiciones que conocimos en Sudáfrica en la época del sistema racista del apartheid». Estas palabras fueron escritas hace tres semanas por el arzobispo sudafricano Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz en 1984. Todos deberían entenderlas. A menos que quieran añadir la sordera a la ceguera.
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Julien Salingue es profesor y doctorando en Ciencias Políticas en la Universidad París VIII. Nicolas Dot-Pouillard es investigador en Sociología Política en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y Catherine Samary es profesora de Economía en la Universidad Paris-Dauphine y en el Instituto de Estudios Europeos de París VIII.
fuente: http://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=22448
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