La Falta de Sexo, Las pone de Mal Humor?
Cuatro etapas en la vida en que el sexo puede complicarse. y sus
consecuencias.
Junto con la liberación femenina y la masificación del psicoanálisis, los hombres crearon una figurita popular que hoy aparece en todos los chismes de pasillo: la "malco", una histérica que vive malhumorada a causa de la abstinencia sexual.
Tanto es así que, hoy en día, cualquier persona enojada es una "malco" potencial: una jefa estresada, una clienta que hace un escándalo en el supermercado, una profesora con el ceño fruncido, una madre agobiada o una moza que atiende quejosa. A todas les adjudican el mismo estigma: la falta de sexo.
14-18 años: No tener dónde
En la adolescencia, el gran estigma sexual no es la falta de experiencia, sino la de un lugar adecuado para concretar. Vivimos con la familia, no podemos entrar en un hotel alojamiento, y el dinero escaso limita el ingenio. El sexo, por decirlo de alguna manera, está cerquita, pero atrás de una muralla.
¿El resultado? Tensión, peleas y portazos con cualquiera que se interponga entre la cama y nosotras. Maestros, padres rígidos, patovicas. todos son el enemigo. Vivimos en una especie de excitación continua, molesta, pegajosa, que nos empuja a buscar paliativos para soportar la obligada castidad: horas de besos interminables, manitos en las piernas, llamadas por teléfono a toda hora, prolongados encierros con la música bien fuerte y cualquier tipo de contacto físico de contrabando, que haga más liviana la dieta sexual. Basta con ir a una plaza, a un boliche, a un local de fast food para ver adolescentes apilados, besándose hasta la asfixia, empujándose o tirándose encima de otros, como autos que viven calentando el motor pero nunca arrancan en serio. La situación es dura incluso para quienes consiguen concretar, porque las ganas no siempre coinciden con la oportunidad. Siempre hay una madre que vuelve antes de tiempo o un hermanito que golpea la puerta y pregunta qué estamos haciendo.
19-29 años: No tener con quién
No tener sexo a los 20 años es como dejar la canilla abierta. Un desperdicio total. En plena madurez sexual y sin compromisos, recién mudadas y con una colección de bombachas a estrenar, las solteras muchas veces nos vemos obligadas a quemar los sábados mirando series o hablando por teléfono con una amiga sobre los hombres que dijeron que iban a llamar, pero nunca lo hicieron. No es que el sexo sea la única felicidad posible, pero ante la falta de pareja estable, se transforma en un bien preciado de aparición incierta. Como la lluvia en el campo o un premio en la ruleta.
¿El resultado? Hay para todos los gustos, pero predomina la melancolía. Mucho jogging, charla con amigas, atracones de chocolates, exceso de comedias románticas, conversaciones estériles sobre relaciones pasadas, añoranza de viejos novios, repaso de fotos y cartas viejas. Algunas incluso viven para "envidiar" a las parejas estables: para ellas, todas son infelices, infieles o se van a separar en cualquier momento. Otras, en cambio, sólo histeriquean y fantasean. Piden que le presenten a alguien o anuncian que se van a abocar al sexo casual, pero cuando llega el momento de hacerlo, salen corriendo.
29-39 años: No tener cuándo
¡Por fin, con una pareja estable llega la provisión garantizada de sexo a granel! Ya no hay que salir a buscarlo como un indio recolector. Ahora está a dos manotazos, en la misma cama. Sin embargo, este gran momento de continuidad sexual garantizada es un paraíso de mentira. Los primeros hijos y el despegue de la carrera se interponen en la vida sexual.
¿El resultado? Sexo mecánico y esporádico. Estamos tan cansados de trabajar, llevar a los chicos al colegio, limpiar la casa, cumplir con la familia y, por qué no, realizar algún hobby, que a la hora del sexo, más de uno prefiere una pizza. De hecho, la fantasía número uno en parejas es poder dormir la siesta.
Pero eso no es todo. También hay paranoia y estrés, porque ni siquiera podemos relajarnos y vivirlo como una etapa más. Nos presionan las estadísticas, las teorías y los consejos que vienen como balazos para cuestionar esta impasse sexual. ¿La falta de sexo es un índice de malestar en la pareja? ¿Cuántas veces hay que hacerlo por semana para ser normal? ¿Es verdad que el tantra yoga garantiza ocho horas de sexo salvaje? ¡Si con mi marido lo hacemos en quince minutos, cuando los chicos duermen!
39-49 años: No tener cómo
La peor abstinencia de sexo no tiene que ver con la carencia, todo lo contrario. Como su nombre lo indica, el síndrome de la "malco" tiene mucho más que ver con la calidad que con la cantidad de encuentros sexuales. Un marido impotente, una relación aburrida y desgastada, una rutina agobiante, una pareja que ya no te gusta más o que ya no funciona, y tiene encuentros soporíferos que sólo sirven para ponernos de malhumor.
¿El resultado? Amargura, amargura, amargura: la persona está ahí y existe el contacto, pero algo está mal. Es como mirar unos zapatos con la cara aplastada en la vidriera. Incluso la soltería más abandónica es de impacto más suave en el carácter, porque la experiencia parece tan lejana que se vuelve casi de ficción.
Lo cierto es que sin que importe la edad, la abstinencia sexual es un espejismo. El sexo es un ejercicio que si bien no se olvida, se vuelve irreal y difuso con la distancia. Entonces, mientras más lo practiquemos, más ganas vendrán. En cambio, mientras menos sexo tengamos, más desidia, más olvido, más lejanía.
Es un poco como comer golosinas. Si no comés chocolate nunca, te olvidás del sabor y se apacigua el deseo. Si, en cambio, acabás de comerte un bombón, es posible que estés merodeando la caja durante todo el día. Ser una "malco", entonces, es como tener hambre. ¿Y quién no se pone fastidioso cuando el estómago cruje pidiendo un bocadito?
consecuencias.
Junto con la liberación femenina y la masificación del psicoanálisis, los hombres crearon una figurita popular que hoy aparece en todos los chismes de pasillo: la "malco", una histérica que vive malhumorada a causa de la abstinencia sexual.
Tanto es así que, hoy en día, cualquier persona enojada es una "malco" potencial: una jefa estresada, una clienta que hace un escándalo en el supermercado, una profesora con el ceño fruncido, una madre agobiada o una moza que atiende quejosa. A todas les adjudican el mismo estigma: la falta de sexo.
14-18 años: No tener dónde
En la adolescencia, el gran estigma sexual no es la falta de experiencia, sino la de un lugar adecuado para concretar. Vivimos con la familia, no podemos entrar en un hotel alojamiento, y el dinero escaso limita el ingenio. El sexo, por decirlo de alguna manera, está cerquita, pero atrás de una muralla.
¿El resultado? Tensión, peleas y portazos con cualquiera que se interponga entre la cama y nosotras. Maestros, padres rígidos, patovicas. todos son el enemigo. Vivimos en una especie de excitación continua, molesta, pegajosa, que nos empuja a buscar paliativos para soportar la obligada castidad: horas de besos interminables, manitos en las piernas, llamadas por teléfono a toda hora, prolongados encierros con la música bien fuerte y cualquier tipo de contacto físico de contrabando, que haga más liviana la dieta sexual. Basta con ir a una plaza, a un boliche, a un local de fast food para ver adolescentes apilados, besándose hasta la asfixia, empujándose o tirándose encima de otros, como autos que viven calentando el motor pero nunca arrancan en serio. La situación es dura incluso para quienes consiguen concretar, porque las ganas no siempre coinciden con la oportunidad. Siempre hay una madre que vuelve antes de tiempo o un hermanito que golpea la puerta y pregunta qué estamos haciendo.
19-29 años: No tener con quién
No tener sexo a los 20 años es como dejar la canilla abierta. Un desperdicio total. En plena madurez sexual y sin compromisos, recién mudadas y con una colección de bombachas a estrenar, las solteras muchas veces nos vemos obligadas a quemar los sábados mirando series o hablando por teléfono con una amiga sobre los hombres que dijeron que iban a llamar, pero nunca lo hicieron. No es que el sexo sea la única felicidad posible, pero ante la falta de pareja estable, se transforma en un bien preciado de aparición incierta. Como la lluvia en el campo o un premio en la ruleta.
¿El resultado? Hay para todos los gustos, pero predomina la melancolía. Mucho jogging, charla con amigas, atracones de chocolates, exceso de comedias románticas, conversaciones estériles sobre relaciones pasadas, añoranza de viejos novios, repaso de fotos y cartas viejas. Algunas incluso viven para "envidiar" a las parejas estables: para ellas, todas son infelices, infieles o se van a separar en cualquier momento. Otras, en cambio, sólo histeriquean y fantasean. Piden que le presenten a alguien o anuncian que se van a abocar al sexo casual, pero cuando llega el momento de hacerlo, salen corriendo.
29-39 años: No tener cuándo
¡Por fin, con una pareja estable llega la provisión garantizada de sexo a granel! Ya no hay que salir a buscarlo como un indio recolector. Ahora está a dos manotazos, en la misma cama. Sin embargo, este gran momento de continuidad sexual garantizada es un paraíso de mentira. Los primeros hijos y el despegue de la carrera se interponen en la vida sexual.
¿El resultado? Sexo mecánico y esporádico. Estamos tan cansados de trabajar, llevar a los chicos al colegio, limpiar la casa, cumplir con la familia y, por qué no, realizar algún hobby, que a la hora del sexo, más de uno prefiere una pizza. De hecho, la fantasía número uno en parejas es poder dormir la siesta.
Pero eso no es todo. También hay paranoia y estrés, porque ni siquiera podemos relajarnos y vivirlo como una etapa más. Nos presionan las estadísticas, las teorías y los consejos que vienen como balazos para cuestionar esta impasse sexual. ¿La falta de sexo es un índice de malestar en la pareja? ¿Cuántas veces hay que hacerlo por semana para ser normal? ¿Es verdad que el tantra yoga garantiza ocho horas de sexo salvaje? ¡Si con mi marido lo hacemos en quince minutos, cuando los chicos duermen!
39-49 años: No tener cómo
La peor abstinencia de sexo no tiene que ver con la carencia, todo lo contrario. Como su nombre lo indica, el síndrome de la "malco" tiene mucho más que ver con la calidad que con la cantidad de encuentros sexuales. Un marido impotente, una relación aburrida y desgastada, una rutina agobiante, una pareja que ya no te gusta más o que ya no funciona, y tiene encuentros soporíferos que sólo sirven para ponernos de malhumor.
¿El resultado? Amargura, amargura, amargura: la persona está ahí y existe el contacto, pero algo está mal. Es como mirar unos zapatos con la cara aplastada en la vidriera. Incluso la soltería más abandónica es de impacto más suave en el carácter, porque la experiencia parece tan lejana que se vuelve casi de ficción.
Lo cierto es que sin que importe la edad, la abstinencia sexual es un espejismo. El sexo es un ejercicio que si bien no se olvida, se vuelve irreal y difuso con la distancia. Entonces, mientras más lo practiquemos, más ganas vendrán. En cambio, mientras menos sexo tengamos, más desidia, más olvido, más lejanía.
Es un poco como comer golosinas. Si no comés chocolate nunca, te olvidás del sabor y se apacigua el deseo. Si, en cambio, acabás de comerte un bombón, es posible que estés merodeando la caja durante todo el día. Ser una "malco", entonces, es como tener hambre. ¿Y quién no se pone fastidioso cuando el estómago cruje pidiendo un bocadito?
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