Son negros, leen el Corán y quieren conquistar Morón
Llegaron desde África y sobreviven con la venta de bijouterie en la calle. Por qué vinieron y cómo viven.
Maradona, el mate y el "fulbito"
Son más de media docena los senegaleses que trabajan en la esquina de 25 de Mayo y Sarmiento, en la estación de trenes de Morón. Con sus puestos improvisados en las veredas, se instalan todos los días a las 9 de la mañana y empacan a las 9 de la noche, y subsisten vendiendo cadenitas, aros, relojes y anillos de fantasía.
“Hay gente que cree que África es un país, hay mucha ignorancia sobre nosotros”, dispara Seck, quien lleva más de tres años en Argentina. “Otros piensan que vinimos en barco. ¡No, hermano, vinimos en avión!”, se ríe. Mientras él habla, Mouhamed atiende su puesto. Bassirou ceba unos mates y comenta cómo le fue en Santa Teresita en la temporada veraniega. Cisse, por su parte, despacha a una pareja que le compra un par de anillos y habla sobre el último partido de Boca. Es hincha fanático del club Xeneize y se entristeció cuando su ídolo Juan Román Riquelme renunció a la Selección de Diego Maradona.
Balla vive hace siete meses en el país. Un poco por miedo, otro poco por vergüenza, dice que no sabe hablar castellano pero, aunque le cuesta, se hace entender. A veces, se llega a tener la falsa impresión de que uno entiende algo de lo que dicen en wolof, el dialecto más hablado en Senegal.
“¿Por qué viniste a Argentina?”, es la pregunta para Seck. Silencio de reflexión. Es el pensador del grupo, aunque no le gusta ser catalogado así. “Tengo espíritu aventurero. Estudié sociología, pero me siento más sociólogo que antes, porque viajando conocí lo que leía en los libros. De todas formas, aunque ahora estoy cómodo aquí, creo que viajar es mejor que estudiar”, responde.
Lejos de casa
Seck es un tipo particular. Además de sus wolof y francés nativos, habla español, árabe e inglés. Cita a Molière y a Hegel, cree que el mundo es un barrio y toma mucho café. Mientras un mozo del bar le alcanza uno, cuenta que es lo único que consume masivamente: “Nosotros somos musulmanes y no consumimos alcohol o drogas”.
Mientras otro de los muchachos reproduce una canción en su celular, Seck aclara que no conocía a sus compañeros de comercio, y que cada uno tiene una historia distinta. Sólo tienen en común el lugar de origen y el de destino. De todos modos, se puede entrever que abandonaron su patria en busca de un futuro mejor. “La crisis es mundial”, retruca Seck: “Si no, preguntate por qué hay argentinos en Miami o España. Es lo mismo, son inmigrantes”.
Muchos vienen en carácter de refugiados. Algunos consiguen llegar a Brasil como turistas y, luego, vienen a Argentina. Su legalización en el país es un inconveniente. La mayoría tiene “documento precario”. Cisse acude a Migraciones cada tres meses para que le renueven la estadía como turista. “No sé por qué todavía no me dan nada definitivo”, se pregunta. “La mayoría de nosotros nos dedicamos a esto porque no podemos conseguir trabajo formal, ¿quién te va a contratar en blanco si ni siquiera tenés documentos?”, apunta uno. A pesar de la falta de regulación de su actual negocio, “con la policía no hay problemas”, aseguran. “Son muy buenos con nosotros, nos cuidan y
no nos piden nada. Lo juro”, asevera Cisse. “La municipalidad a veces viene, pero no hay tantos problemas como en otros lados. Ya nos conocen y saben como somos”.
Aunque no ganan mucho, algunos envían lo que pueden a sus familias en Senegal. Seck aclara: “Nos levantamos temprano, estamos todo el día con los amigos trabajando y, después, nos vamos a dormir. No gastamos en tonterías, en salir a los boliches y esas cosas. Así que lo que ganamos nos alcanza para vivir”.
El oro y el moro
Pero, ¿por qué se dedican todos a vender lo mismo? Seck dice que es algo simple: “Viene un compatriota, un hermano, y no tiene nada para hacer. Yo tengo algunas cosas que me sobran,
se las presto para que empiece a vender y, después, me las devuelve cuando puede. Cualquier persona puede estar en necesidad, y yo, según mis preceptos religiosos y éticos, la voy a ayudar, aunque sea en lo más mínimo”. Los “senegaleses de Morón” compran los productos al por mayor y, así, los consiguen a un precio ínfimo. Reciben a un proveedor que les lleva la mercadería en automóvil. “Algunas cosas son importadas de México”, suponen ellos, aunque no parecen estar muy seguros de su procedencia.
“Quiero aclarar algo”, detiene Seck la conversación. “Yo no vendo oro. Que quede bien claro. No se puede vender eso en la calle. El oro no vale 10 o 15 pesos como nuestras cosas. Nosotros comercializamos productos de cobre enchapados en oro, que se pueden usar un tiempito”.
Cuestión de piel
“¿Por qué les parece tan raro que vengamos? Acá también hay peruanos, bolivianos, paraguayos,
brasileños... son más que nosotros. Además, me gusta este país. Yo lo elegí a partir del fútbol, de la Copa del Mundo, de Maradona. Soy fanático de los deportes y Argentina es un gran país en ese sentido”. Tras un silencio, Cisse agrega un argumento a la charla que, según los ojos que lo miren, hace parecer que los argentinos nos quejamos de llenos: “Es lindo vivir acá. No hay guerra, es
tranquilo. Nunca tuve problemas, todos somos iguales”. Aunque en otros países -cuentan- se
sufre una discriminación mayor, aquí tampoco salen indemnes de expresiones xenófobas o racistas.
Un comerciante, que trabaja cerca de donde ellos montan sus puestos, los defiende: “Hay veces que pasa alguno y les dice ‘negros de mierda’, o ese tipo de cosas. No saben lo equivocados que están al discriminar por el color de piel. Estos pibes son buenísimos”. “¿Qué se le puede decir a esa persona que te insulta? Nada, absolutamente nada. Simplemente hay que ignorarlo”, explican ellos, no sin resignación.
LA INFANCIA BAJO EL CORÁN
Senegal es un país joven en términos democráticos: es una república independiente desde 1959 y, recién en 1989 -tras intentos de unión con Gambia-, definió su mapa actual. A pesar de que los “senegaleses de Morón” ya adoptaron costumbres argentinas como el mate, el “fulbito” en el club, o algún asado los domingos, provienen de un lugar muy diferente. Su origen musulmán lo tienen bien arraigado y todos los viernes van a orar a la mezquita ubicada en Palermo. La educación bajo los preceptos musulmanes tiene vital importancia en Senegal, a tal punto que puede doler.
Cisse es un ejemplo claro de ello: cuando tenía siete años, su familia lo mandó a Gambia y, hasta
los diecisiete, no pudo volver a su casa. Durante esa década, fue educado bajo las leyes del Corán, y también aprendió a leer y a escribir en árabe y francés.
“Cada dos años podía ver un ratito a mi familia que me venía a visitar, pero nunca conocí a mi
hermana”, se lamenta. Tampoco volvió a ver a su padre, que murió durante ese tiempo. “Sufrí
mucho. Pero ahora estoy bien y agradezco a Dios, porque acá hay gente que me quiere y me cuida”.
Los africanos residentes en el país también debieron adaptarse al modelo occidental de familia. En Senegal, son multitudinarias y serían “inconcebibles” en Argentina. Un hombre puede tener cuatro mujeres y convivir con ellas en la misma casa. Algunos, llegan a tener hasta 40 o 50 hijos. Eso sí, para tener sexo, primero hay que casarse.
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