Loca por las compras
Por Sandra Russo
Todavía está en cartel y la fui a ver el domingo de Pascuas,ignorando que, bien mirada, Loca por las compras es una películaedificante. No porque tenga moraleja y uno se vaya del cine con la ideade que debe aflojar con el consumo (el consumismo, en rigor; misrespetos al consumo interno), sino por lo que Loca por las compras nosdice de las mujeres, y que atraviesa clases sociales y latitudes.
En la primera capa de la trama, la chica no puede parar deendeudarse porque no puede parar de arrobarse cuando ve cualquier cosaque todavía no tiene. Un pañuelo de seda pura y verde, por ejemplo. Lachica es una compradora tan compulsiva que su falta requiere sercompensada temporariamente (lo que dura su visita al shopping) conobjetos de consumo muy específicos. En ningún momento se la vecomprándose un vestido. El vestido ha sido el icono de la faltafemenina durante siglos. Creo que ya estoy en la segunda o terceracapa, pero irán saliendo así, parece, un poco mezcladas.
El vestido y el zapato. Cubrirse y calzarse, necesidades esencialesde una hembra primitiva. Las llevamos tatuadas en los genes, y acasoesto, si es efectivamente una construcción histórica, sea la másantigua de todas. El vestido y el zapato han recorrido muchos cuentosinfantiles clásicos. Cenicienta los junta a los dos. Ella necesitaindefectiblemente un vestido para ir al baile, y ese vestido fruto demagia que recibe es la puerta de entrada al palacio. Pero la pérdidadel zapato sella su suerte.
La chica de Loca por las compras luego se hace columnista famosacomo “la chica del pañuelo verde” (el triunfo de la singularidad, perotambién la confirmación de que entre tantos objetos de consumo, puedehaber algún objeto especialísimo que nos esté destinado). Ella escuchaa los maniquíes: son los demonios de la enfermedad travestidos deDisney. Una y otra vez se rinde y compra tonterías, hasta que la deudaque ha ido alimentando cae sobre su vida y la modifica. En rigor, estapelícula habla tanto de la compra como de la deuda. Dos territorios delalma femenina que han venido siendo alimentados por estereotipos degénero sin que atinemos nunca a levantar la guardia. Las campañaspublicitarias de los shoppings se dirigen exclusivamente a las mujeres.Ir de compras es una expresión de mujeres. Los hombres que hacen muchoshopping son considerados sospechosos. De hecho, cualquier mujer progrese avergonzaría de confesar que está saliendo con un hombre “que se lopasa en el sho-pping”. Un boludo.
En las compradoras compulsivas, lo que se exacerba es uninfantilismo que, en materia de consumo, de ninguna manera equivale aque seamos nosotras las que consumen más. El territorio del consumoviril es el de los objetos realmente caros, los que pesan: el auto, lacasa. Por ahí pasa otro tren.
En algún sentido, si no ser compradora compulsiva es no compraraquello que una no necesita, todas somos compradoras compulsivas. Perohabría que agregar que la feminidad nos ha sido enseñada como unaarquitectura que se expresa en aquello con lo que cubrimos nuestradesnudez. Cualquier cosa con la que se vista una mujer nos dirá tantascosas, están tan cargados los sentidos del artificio en el que nosinstruyen, que es casi inevitable ser una chica de botas con dobleplataforma, ser una mujer de trajecito, ser una adolescente de correctoescote redondo, ser una secretaria de tacos altísimos, ser unaperiodista en bata (recuerdo a Julia Roberts en el Informe Pelícano,dando a entender que el tema la apasiona tanto que sigue trabajandodespués de la ducha, con un café humeante en el escritorio).
Todos esos folletos se pasean por nuestros inconscientes. Hay algode la feminidad que se juega en la compra y la deuda. Lo que la chicacompra son oportunidades, ilusiones. Un prendedor le resultairresistible. Una carterita de fiesta se le hace impostergable. Busca ybusca su objeto mágico. Y mientras tanto se endeuda. Literalmente, perocómo nos endeudamos las mujeres con los demás. Cuánta responsabilidadnos agarramos, cómo aceptamos que hay cosas que suceden, y que enalguna parte de nosotras suceden porque quizá dejamos de hacer aquello,o porque no nos animamos a hacer lo otro. Sobre todo si nos hemosabnegado, que era lo que venía en el pack.
Se ha hablado mucho de cómo el neoliberalismo formateó individuosrecortados sobre sí mismos, incapaces de organizarse. En lo queconcierne a la feminidad, hay mucho por pensar y revisar, porque elimaginario consumista se apoya en la falta por la que ancestralmentenos preguntamos
Fuente
Todavía está en cartel y la fui a ver el domingo de Pascuas,ignorando que, bien mirada, Loca por las compras es una películaedificante. No porque tenga moraleja y uno se vaya del cine con la ideade que debe aflojar con el consumo (el consumismo, en rigor; misrespetos al consumo interno), sino por lo que Loca por las compras nosdice de las mujeres, y que atraviesa clases sociales y latitudes.
En la primera capa de la trama, la chica no puede parar deendeudarse porque no puede parar de arrobarse cuando ve cualquier cosaque todavía no tiene. Un pañuelo de seda pura y verde, por ejemplo. Lachica es una compradora tan compulsiva que su falta requiere sercompensada temporariamente (lo que dura su visita al shopping) conobjetos de consumo muy específicos. En ningún momento se la vecomprándose un vestido. El vestido ha sido el icono de la faltafemenina durante siglos. Creo que ya estoy en la segunda o terceracapa, pero irán saliendo así, parece, un poco mezcladas.
El vestido y el zapato. Cubrirse y calzarse, necesidades esencialesde una hembra primitiva. Las llevamos tatuadas en los genes, y acasoesto, si es efectivamente una construcción histórica, sea la másantigua de todas. El vestido y el zapato han recorrido muchos cuentosinfantiles clásicos. Cenicienta los junta a los dos. Ella necesitaindefectiblemente un vestido para ir al baile, y ese vestido fruto demagia que recibe es la puerta de entrada al palacio. Pero la pérdidadel zapato sella su suerte.
La chica de Loca por las compras luego se hace columnista famosacomo “la chica del pañuelo verde” (el triunfo de la singularidad, perotambién la confirmación de que entre tantos objetos de consumo, puedehaber algún objeto especialísimo que nos esté destinado). Ella escuchaa los maniquíes: son los demonios de la enfermedad travestidos deDisney. Una y otra vez se rinde y compra tonterías, hasta que la deudaque ha ido alimentando cae sobre su vida y la modifica. En rigor, estapelícula habla tanto de la compra como de la deuda. Dos territorios delalma femenina que han venido siendo alimentados por estereotipos degénero sin que atinemos nunca a levantar la guardia. Las campañaspublicitarias de los shoppings se dirigen exclusivamente a las mujeres.Ir de compras es una expresión de mujeres. Los hombres que hacen muchoshopping son considerados sospechosos. De hecho, cualquier mujer progrese avergonzaría de confesar que está saliendo con un hombre “que se lopasa en el sho-pping”. Un boludo.
En las compradoras compulsivas, lo que se exacerba es uninfantilismo que, en materia de consumo, de ninguna manera equivale aque seamos nosotras las que consumen más. El territorio del consumoviril es el de los objetos realmente caros, los que pesan: el auto, lacasa. Por ahí pasa otro tren.
En algún sentido, si no ser compradora compulsiva es no compraraquello que una no necesita, todas somos compradoras compulsivas. Perohabría que agregar que la feminidad nos ha sido enseñada como unaarquitectura que se expresa en aquello con lo que cubrimos nuestradesnudez. Cualquier cosa con la que se vista una mujer nos dirá tantascosas, están tan cargados los sentidos del artificio en el que nosinstruyen, que es casi inevitable ser una chica de botas con dobleplataforma, ser una mujer de trajecito, ser una adolescente de correctoescote redondo, ser una secretaria de tacos altísimos, ser unaperiodista en bata (recuerdo a Julia Roberts en el Informe Pelícano,dando a entender que el tema la apasiona tanto que sigue trabajandodespués de la ducha, con un café humeante en el escritorio).
Todos esos folletos se pasean por nuestros inconscientes. Hay algode la feminidad que se juega en la compra y la deuda. Lo que la chicacompra son oportunidades, ilusiones. Un prendedor le resultairresistible. Una carterita de fiesta se le hace impostergable. Busca ybusca su objeto mágico. Y mientras tanto se endeuda. Literalmente, perocómo nos endeudamos las mujeres con los demás. Cuánta responsabilidadnos agarramos, cómo aceptamos que hay cosas que suceden, y que enalguna parte de nosotras suceden porque quizá dejamos de hacer aquello,o porque no nos animamos a hacer lo otro. Sobre todo si nos hemosabnegado, que era lo que venía en el pack.
Se ha hablado mucho de cómo el neoliberalismo formateó individuosrecortados sobre sí mismos, incapaces de organizarse. En lo queconcierne a la feminidad, hay mucho por pensar y revisar, porque elimaginario consumista se apoya en la falta por la que ancestralmentenos preguntamos
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