Las últimas y tristes cartas de Julio Cortazar

La ruta de su leucemia, el modo en que se diluía su escritura, ladesesperanza y el dolor por la muerte de su compañera: todo esto quedóregistrado en el intercambio epistolar que ahora aparece en forma delibro en España


Admiración. Julio Cortázar en los últimos tiempos de su vida,junto a dos policías españoles que pidieron posar con él. La fotografíafue tomada por el editor Mario Muchnik

Julio Cortázar se murió escribiendo cartas. Sus últimos tres añosde vida fueron los tristes años de un hombre enfermo que, con pocasfuerzas para la ficción, editó sus últimos pensamientos a través delcorreo francés. Desde 1981 y hasta su muerte por leucemia en 1984,Cortázar formó un trío epistolar junto a su segunda esposa, lacanadiense Carol Dunlop, y Silvia Monrós-Stojakovic, su traductora alserbocroata. Entre ellos fluyó un intercambio activo de cartas queserán editadas en un libro que se encontrará en las librerías españolasel 16 de abril bajo el explícito título Correspondencia. JulioCortázar, Carol Dunlop. Silvia Monrós-Stojakovic.

A través de las cartas, casi siempre de tono desolador, nosenteramos de la trayectoria de las tristezas del escritor: la ruta desu leucemia, el modo en que se diluía su escritura y los fuertessíntomas de desesperanza. Claro que el inicio de este intercambionació, primero, con un propósito editorial que giraba en torno a lastraducciones. Así, en una de las cartas de esa etapa,Monrós-Stojakovic, que en ese entonces trabajaba con la traducción deRayuela, le apuntó un detalle al escritor: “He notado que una de laspalabras que empleas con preferente frecuencia es el verbo agazapar. Laotra es el verbo rebasar”.

Luego, las cartas tomaron un ritmo sutilmente lúdico. Carol Dunlopy Julio Cortázar pormenorizaron ante Silvia un viaje que realizaronentre Marsella y París. “Nos divertimos como locos. Los locos quesomos”, escribió Dunlop. El trío se transmite los saludos en las cartasdel otro y así Julio le manda cariños a Silvia en las misivas de Caroly Julio, en sus propias cartas, saluda a Silvia de parte de su mujer.Al tiempo, la confianza aumentó y permitió que en las cartas asomaranlas tragedias.

En una de ellas Carol Dunlop le declaró abiertamente a SilviaMonrós-Stojakovic sus congojas: “Hace casi un año que sé, y soy laúnica en saberlo fuera de los médicos, que Julio tiene una leucemiacrónica. Él no lo sabe, no lo tiene que saber, porque siendo como es,su mejor esperanza de vivir más y bien es no saberlo”. A veces, encortas ráfagas de ánimo, Dunlop relató la vida doméstica: “Mientras amí me arden los huesos, Julio anda con un resfrío. Pero fuera de elloestá muy bien y sabe que si le ocurre disfrazarse de viejo le doy unapaliza de joven”.

Cortázar, en esos años, ya había empezado a llenarse la cabeza conuna depresión. “Julio hace tiempo que no tiene tiempo para escribir”,escribió Dunlop en agosto de 1981. Y un año después, el 2 de noviembrede 1982, Carol Dunlop murió.

Carol era el amor de su vida y por eso, para Cortázar, fue morircon dos años de anticipación. Desde ese momento, las cartas tomaron elcamino de la oscuridad. “Estoy en un pozo negro y sin fondo. Pero nopienses en mí, piensa en ella, luminosa y tan querida, y guárdala en tucorazón”. El final, previsible para un hombre que, tras la muerte de sumujer, sobrevivía incompleto, ya estaba cerca (“estoy tan solo y tandeshabitado”, le escribe a la traductora). Fue después de nueve cartasa Silvia Monrós-Stojakovic que Julio Cortázar murió en 1984. Su últimaspalabras epistolares fueron: “Silvia, ya no te puedo escribir largo”. Yallí mismo, también, murió este hermoso trío epistolar.

OPINIÓN

Los novios
Mario Muchnik (Editor de los últimos libros de Julio Cortázar (artículo aparecido en el diario español Público))

La imagen que llevo en la memoria, siempre, de Carol y Julio es lade los dos en un drugstore (para decirlo en franglés) deSaint-Germain-des-Près, al otro lado de una mesita que, por un par dehoras, compartimos con ellos Nicole y yo. Si la palabra cursi no ofendea nadie, estaban acaramelados. Julio pasaba su larguísimo brazo sobrelos hombros de ella y, desde las alturas, se inclinaba con cariñoadolescente y la besaba en los labios, que ella le ofrecía con amor demuchacha enamorada. Ella también usaba sus brazos, pero no es fácilabrazar a una secoya: más que abrazarlo, lo palpaba. En París, estasescenas no llaman la atención, pero para nosotros, que conocíamos bienel calvario que había sido para Julio su relación anterior, era como siun pueblo estuviera haciendo la revolución y declarando su libertad.Tuvimos ganas de ovacionarlos ideológicamente.

Un par de años después, la imagen que nunca se borrará de mi mentees muy distinta: falta Carol. En la habitación de un hotelucho enBarcelona, Julio me cuenta la aventura de Los autonautas de lacosmopista y la muerte de su amada. En realidad, es poco lo que mecuenta de la muerte de Carol, algunos detalles médicos; pero medescribe con precisión su propia vida a partir de la muerte de Carol.No lo hace al borde del llanto ni se autoriza el mínimo gesto dedesesperación: es un hombre ante la crueldad de su destino; su miradase fija en algún lugar que no está en ese humilde cuarto sino muylejos, por encima de la ciudad y del mar.

En su relato sobre la dureza de la ausencia y lo meramente tristede la soledad, hay algo del Lord Jim de Joseph Conrad. Es como siintuyera que la única salida que le queda es su propia muerte, como aLord Jim, y no sabe que a él mismo le quedan pocos meses, quizás apenasun año, de vida.

Para leer la obra de Cortázar, es bueno tener en cuenta que ni lafelicidad en Saint-Germain-des-Près ni la carga trágica en el hoteluchode Barcelona tienen la mínima relación con sus personajes.


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