Congreso (autor anónimo)

Por Juan Forn



Construyó el Colón. Diseñó y construyó el Congreso. Y murió a loscuarenta y cuatro años, sin saber que ese mismo día, en Montevideo, suproyecto para un Palacio Legislativo había ganado la licitación y seconvertiría en el Congreso uruguayo. Su muerte de dos balazos en elcorazón fue cubierta por todos los diarios de la época. Sin embargotiene mucha menos prensa y mucha menos chapa que otros arquitectos desu época, tiempo menos interesantes que él. Quizá sea por las cosas quese han dicho sobre el Congreso (comparado con una torta de bodas ydescartado porque “más que un edificio quiso ser un monumento”). Oquizá sea simplemente porque era italiano (Borges dice en su librosobre Carriego: “El italiano lo puede todo en esta república, salvo sertomado en serio”). Pero no nos adelantemos.

Vittorio Meano nació en el Piamonte. Su madre murió en el parto. Desus nueve hermanos quedaban sólo tres vivos. Su padre se volvió a casary, enseguida, también él se murió. Al pequeño Vittorio lo crían sumadrastra y su hermano mayor, Cesare, ingeniero con estudio en Turín,ciudad donde Vittorio se gradúa como arquitecto y empieza a hacerchangas para el estudio de su hermano. Como sus compañeros de launiversidad, el joven Meano sentía que Turín cortaba las alas a todoarquitecto joven con iniciativa. Ha de haber sido presa fácil cuandoconoció, en 1883, a Francesco Tamburini, un arquitecto mayor que él,contratado por el gobierno argentino que, a sólo horas de conocer aMeano, le ofreció ser de la partida. Meano llegó a Buenos Aires comoempleado de Tamburini, en dos años se convirtió en gerente del estudio,en tres años más en socio y, cuando Tamburini murió, se hizo cargo dela obra magna de su mentor: el Teatro Colón. Tenía treinta años. Poresa época, en Buenos Aires había 435 mil habitantes, de los cuales el53 por ciento eran extranjeros (entre ellos, los italianos superaban eltreinta por ciento). Un dato más: había en la ciudad ciento veintearquitectos, de los cuales ciento siete eran extranjeros. Los favoritosde aquella temporada, tanto en las licitaciones públicas como en eltrato con las damas de la sociedad, eran los italianos: más de veintecolegas de Meano se casaron en dos años con apellidos conocidos. El no;él no podía ni casarse ni frecuentar los salones porteños. El motivotenía nombre y apellido.

Remontémonos por un instante a Turín 1883: Meano acaba de recibirla oferta de Tamburini, que le cae como anillo al dedo para salirse delproblema en que se ha metido. En sus noches de juerga ha conocido a unmujer un año mayor que él y se ha enamorado como un caballo. Se llamaLuigia Fraschini, está casada, su marido forma parte de una pandilla depícaros (es cafetero, remendón, actor ocasional). “Aquella pasión fuela ruina de su vida”, comentará su hermano Cesare para la necrológicade Meano publicada en Turín. Meano y Luigia emigraron juntos escapandodel marido de ella (en el registro del barco se inscribieron comomatrimonio bajo el apellido Mehan, para evitar ser rastreados). Por esarazón es que, a diferencia de sus colegas, Meano evitó el trato con lasociedad porteña. Sólo había ventilado su secreto con Tamburini, y condos compañeros del barco: Giuseppe Solari y Pellegrino Botto,genoveses, garibaldinos, fundadores del Hospital Italiano (en la bóvedade ambos en la Recoleta sería enterrado Meano en 1904).

Aun así, en 1895, a sólo cuatro años de la muerte de Tamburini,Meano cree tocar el cielo con las manos. No sólo avanza viento en popala construcción del Colón y ha ganado la licitación para hacer elCongreso. Además, el marido de Luigia ha muerto en Turín y la parejapor fin puede casarse en Buenos Aires. Luigia se transforma en Luisa;Meano prefiere seguir siendo Vittorio. Se mudan de la calle Cerrito 680(frente al Colón) a Rodríguez Peña 30, para que él esté cerca de sunuevo proyecto. La propiedad es vivienda y estudio, quince personastrabajan en ella (además de un arquitecto, dos ingenieros, un fotógrafoy un proyectista, hay dos mucamas, cocinero, lavandera, cochero y mozosde cuadra para encargarse de la caballeriza). Nada se sabe de laintimidad de la pareja, pero Meano enfrenta más y más problemas en sutrabajo. Se lo acusa de haber sido ilícitamente favorecido por elsenador Carlos Pellegrini (piamontés como él y tan influyente porentonces en la política porteña que se lo bautiza El Muñeca). Luego sele atribuye ligereza en el uso de fondos, que se le restringen en un 35por ciento, obligándolo a devolver ese porcentaje en las sumas yapercibidas. La calle apoda la obra “el palacio de oro” por lo que va aterminar costando. Meano escribe a su hermano: “Se me trata de maneraindigna, como un povero gringo, no sé cuánto podré resistir, temoperder la calma y la prudencia”. Finalmente, el 1º de junio de 1904,Meano aparece de sorpresa en su casa a media mañana, encuentra en undormitorio a un ex empleado suyo (un italiano nacionalizado llamadoJuan Passera) y después de oírse dos balazos, se ve aparecer a Meano enel patio, con el pecho ensangrentado y gritando: “¡Me han muerto!”. Lapolicía descubre, en el cuarto de pensión de Passera, cartasincriminatorias de la viuda. Passera es condenado a 17 años por elhomicidio; Luisa es procesada por complicidad y encubrimiento, pero eljuez la perdona a condición de que se vuelva a Italia.

Lisandro de la Torre intenta demostrar sin éxito que Meano fueeliminado para quitar todo obstáculo a los negociados en el Palacio deOro. En Italia se lamentará que “otro hijo de la patria obligado aemigrar a tierras salvajes alcance un desenlace violento” (no semencionará que tanto el asesino como la viuda cómplice eran tambiénitalianos). La prensa amarilla porteña juguetea con la teoría de “losarquitectos malditos”: Meano se habría hecho matar por el amante de sumujer, siguiendo los pasos suicidas de Julián García Núñez (constructordel Hospital Español y de las Tiendas San Miguel) y Arturo Prins(hacedor de la fallida Facultad de Derecho, hoy de Ingeniería, de laavenida Las Heras). En 1907 y en 1914 habrá dos comisionesinvestigadoras (Alfredo Palacios, Jorge Newbery y Lisandro de la Torreparticiparán en ellas), pero nunca se logrará descubrir nada, ni de losnegociados ni de la muerte de Meano. Su hermano Cesare aceptará que seaenterrado en el panteón de las familias Botto y Solari en la Recoleta.Se llevará, en cambio, los doscientos mil pesos que tenía en el bancoVittorio Meano, y así es como desaparece su rastro de la historia denuestro país. No me parece casualidad que casi todos los argentinosignoremos hoy quién hizo el Congreso.


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