El discurso que hizo llorar a un país
Es una marca generacional. Casi no hay argentino que no recuerde conemoción el vibrante discurso de Alfonsín que lo llevó directo a laPresidencia. Fue el 27 de octubre de 1983, en la Plaza de la República,ante un millón de personas. Aquí se reproduce completo en tributo alprimer presidente de la restauración de la democracia
Argentinos: Se acaba... se acaba la dictadura militar. Se acaban lainmoralidad y la prepotencia. Se acaban el miedo y la represión. Seacaba el hambre obrera. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba elimperio del dinero sobre el esfuerzo de la producción.
Se terminó, basta de ser extranjeros en nuestra tierra.
Argentinos, vamos todos a volver a ser los dueños del país. LaArgentina será de su pueblo. Nace la democracia y renacen losargentinos.
Decidimos el país que queremos; estamos enfrentando el momento más decisivo del último siglo.
Y ya no va a haber ningún iluminado que venga a explicarnos cómo seconstruye la república. Ya no habrá más sectas de “nenes de papá”, nide adivinos, ni de uniformados, ni de matones para decirnos lo quetenemos que hacer con la patria.
Ahora somos nosotros, el conjunto del pueblo, quienes vamos a decircómo se construye el país. Y que nadie se equivoque, que la luchaelectoral no confunda a nadie; no hay dos pueblos. Hay dos dirigencias,dos posibilidades. Pero hay un solo pueblo.
Así, lo que vamos a decidir dentro de cuatro días es cuál de losdos proyectos populares de la Argentina va a tener la responsabilidadde conducir al país. Y aquí tampoco nadie debe confundirse. No son losobjetivos nacionales los que nos diferencian sino los métodos y loshombres, para alcanzarlos.
No es suficiente levantar la bandera de justicia social, hay queconstruirla y hacer que permanezca. Las conquistas pasajeras, frágiles,las borran de un plumazo las dictaduras. Y entonces, es el pueblo elque paga los errores de los gobiernos populares.
No puede haber más equivocaciones. Hay que saber gobernar a laArgentina. Éste no es un tiempo para improvisar, para debilitarse enluchas internas. Hay demasiado trabajo que hacer para que se carezca dela unidad de mano necesaria para enfrentar todos los problemas que nosdeja la dictadura.
No alcanza declamar la libertad. Hay que tener historia de libertadpara poder asegurarla. Si no, vuelve el silencio, la represión y elmiedo.
Lo que vamos a decidir es cuál de los dos proyectos populares estáen mejores condiciones de lograr la libertad y la justicia social sinretrocesos, para éstas y las próximas generaciones de argentinos.
Los más altos dirigentes justicialistas han dicho que laselecciones no las ganará ningún candidato sino que las va a ganarPerón, así como el Cid Campeador venció muerto una batalla.
Me pregunto, como se preguntan millones de argentinos, entonces,¿quién va a gobernar en la Argentina? Y me lo pregunto al igual quemillones de argentinos, porque todos recordamos muy bien lo que ocurriócuando murió Perón.
En ese momento, se produjo una crisis de autoridad que ocasionógrandes daños al país. En esos años, hubo quienes tomaron decisionesdesacertadas, hubo quienes actuaron irresponsablemente, hubo quienesprecedieron con buena voluntad y hubo quienes lo hicieron de maneracriminal. Pero lo cierto es que sucedía algo más importante: nadiesabía realmente quién gobernaba en verdad a la Argentina. La crisis deautoridad creada por la muerte de Perón, al no poder ser resuelta porel partido gobernante, colocó a la Nación más allá de la voluntad, eincluso de la buena voluntad, de los que deseaban fervientementeconsolidar un gobierno popular al servicio del pueblo.
Asistimos entonces a un caos económico, al desorden social y a laescalada de la violencia. El llamado Rodrigazo inauguró hiperinflacióny la especulación más desenfrenada. Esta inflación galopante, desatadaen junio de 1975, implicó un despojo cotidiano sobre todos lossalarios. La reacción justa e inevitable de los trabajadores ahondó uncreciente desorden social.
Entretanto, la acción de las Tres A, desplegada con toda intensidade impunidad, había suscitado un clima de violencia generalizada. Sobreeste telón de fondo, en medio del caos económico y el desorden social,nos vimos envueltos en un juego enloquecido de terrorismo y represiónque se fue ampliando de manera incontenible.
Nadie podrá reprochar jamás al radicalismo haber echado leña alfuego en esos años de desorientación y crisis. El radicalismo nointentó aprovecharlos en su favor sino que puso todo su esfuerzo paraque se mantuvieran las instituciones de la república.
Pero la crisis de autoridad suscitada por la muerte de Perónresultó inmanejable y tuvo consecuencias trágicas. La más evidente, quetodos sufrimos, fue la de ofrecer el pretexto esperado por las minoríasdel privilegio para provocar el golpe de 1976 y sumir a la Naciónargentina en el régimen más oprobioso de toda su historia.
Vinieron con el pretexto de terminar con la especulación ydesencadenaron una especulación gigantesca que desmanteló el aparatoproductivo del país, empobreció a la inmensa mayoría de los argentinosy enriqueció desmesuradamente a un minúsculo grupo de parásitos.
Vinieron con el pretexto de evitar la cesación de pagos ante elextranjero y endeudaron al país en una forma que nadie hubiera podidoimaginar y sin dejar nada a cambio de una deuda inmensa.
Vinieron con el pretexto de eliminar la corrupción y terminaroncorrompiendo todo, hasta las palabras más sagradas y los juramentos mássolemnes.
Vinieron con el pretexto de restaurar la tranquilidad y se ocuparon de imponer el temor a la inmensa mayoría de los argentinos.
Vinieron con el pretexto de instaurar el orden y acabar con laviolencia y desataron una represión masiva, atroz e ilegal, acarreandoun drama tremendo para el país, cavando un foso de sangredeliberadamente, impulsado por algunos grupos privilegiados con eldesignio de enfrentar definitivamente a las Fuerzas Armadas con elpueblo argentino a fin de entorpecer o impedir la vialidad de cualquierfuturo gobierno popular.
Vinieron con el pretexto de imponer la paz e incitaron a la guerra,hasta que, usando las aspiraciones más legítimas y sentidas por todoslos argentinos, se embarcaron irresponsablemente en el conflicto de lasMalvinas.
Nadie puede imaginar que sea responsable de estas tragedias la masade hombres y mujeres argentinos que creían en Perón. Por el contrario,ellos, como la inmensa mayoría de los argentinos, han sido las víctimasde tales males.
Pero sería irresponsable no reconocer que la crisis de autoridadque siguió a la muerte de Perón desembocó en una situación inmanejablepara el partido entonces gobernante. Así cundieron el desconcierto y eldescreimiento y se dejó el campo libre para la aventura del régimenmilitar y los intereses espurios, de adentro y de afuera, que seencaramaron en el poder.
Es una lección amarga que los argentinos no podemos ni debemosolvidar porque, si no, las desgracias volverán a repetirse. Detrás deesa lección hay otra más profunda que tampoco deberemos olvidar. Lacrisis de autoridad que se vivió al morir Perón abrió una disputa porel poder en la que predominaron la prepotencia y la violencia. Pero conla prepotencia y la violencia no hay gobierno posible para el puebloargentino: con ellas sólo se benefician los pequeños grupos que lasmanejan mientras casi todos los argentinos se perjudican. Peor aún: porese camino corremos el peligro de quedarnos sin país.
Porque la violencia y la prepotencia son las que nos impidenconstruir. Es la violencia alternativamente ejercida por unos y otrosgrupos minoritarios, ya sea la violencia física, económica, social opolítica, la que nos obliga a comenzar siempre de nuevo, la que viene adestruir lo que a duras penas levantamos un día y nos fuerza aempezarlo otra vez al día siguiente. ¿Qué industria vamos a tener sicada dos o tres o cuatro años las fábricas se cierran y pasan otrostantos años para abrirlas otra vez y recomenzar casi de cero? ¿Quésindicatos vamos a tener si los trabajadores se ven entorpecidos desdeafuera o desde adentro para construirlos y perfeccionarlos a través deltiempo por su libre decisión, ejerciendo con pasión pero contranquilidad la crítica que permite corregir errores y mejorar lascosas? ¿Qué educación vamos a tener si la intolerancia y la prepotenciallevan periódicamente a echar maestros y profesores, a cerrar aulas ylaboratorios, a destruir una y otra vez en pocos días lo que tantotrabajo y tantos años cuesta levantar en cada ocasión? Y así podríamosseguir con cada tema, con cada actividad. ¿Cómo nos vamos a quedarinermes ante los intereses extranjeros si destruyéndonos una y otra veza nosotros mismos somos incapaces de fortalecernos?
Los argentinos, casi todos los argentinos, tenemos en nuestra bocael amargo regusto de trabajar en vano, de arar en el mar porqueperiódicamente asistimos a la destrucción de nuestros esfuerzos.
Y todo esto ocurre porque el poder que se puede obtener con laviolencia y la prepotencia sólo sirve para lo que ellas sirvan, esdecir para destruir. Es poco o nada lo que se puede construir con laviolencia y la prepotencia. Y así es como está nuestra desgraciadaNación.
La crisis de autoridad sólo será resuelta restableciendo laautoridad, es decir la capacidad para conciliar, la aptitud paraconvencer y no para vencer.
Tendremos autoridad porque seremos capaces de convencer, porqueestamos proponiendo lo que todos los argentinos sabemos quenecesitamos: la paz y la tranquilidad de una convivencia en la que serespeten las discrepancias y en la que los esfuerzos para construir quehagamos cada día no sean destruidos mañana por la intolerancia y laviolencia.
Proponerse convencer sólo tiene sentido si estamos dispuestostambién a que otros nos puedan convencer a nosotros, si aseguramos lalibertad y la tolerancia entre los argentinos. Proclamamos estas ideasno sólo porque nos parecen mejores, sino –y sobre todo– porque sabemosque constituyen el único método para que los argentinos nos pongamos aconstruir de una vez por todas nuestro futuro. Esto es, simplemente, lademocracia.
Y cuando denunciemos a quienes proponen, de uno u otro modo,perpetuar la violencia, la prepotencia o la intolerancia como método degobierno, no queremos ni nos importa denunciar a una o varias personasdeterminadas. Lo que nos preocupa, y lo que nunca dejará depreocuparnos, es impedir que ese método destructivo siga imperando ennuestra patria, que siga aniquilando los esfuerzos de todos losargentinos, que siga condenándonos, como nos condenó hasta ahora, a serun país en guerra consigo mismo.
Hay quienes creen, por tener demasiado metida dentro de sí mismosla prepotencia, o por soñar con soluciones mágicas e inmediatas, queser tolerantes es ser débiles. Se confunden por completo. Para sertolerantes y para hacer imperar la tolerancia se requiere mucho másfirmeza que para ser prepotentes.
En primer lugar, se necesita firmeza consigo mismo para no caer enla tentación de abusar del propio poder. ¡Cuánto mejor estaríamos hoysí en las Fuerzas Armadas hubiera existido el buen criterio, elcorrecto criterio de usar las armas que el pueblo les entregó paradefenderlo eficientemente contra las Fuerzas Armadas de otros países yno para ocupar el gobierno de la república!
¿Cuánto mejor estaríamos si casi todos los gobiernos no hubierancedido a la tensión de declarar el estado de sitio –medida excepcionaly extrema según la Constitución– para vencer sus dificultades en vez deprocurar convencer a la población, aceptar sus críticas y garantizar elreemplazo pacífico de los gobernantes.
Pero también se requiere mucha firmeza para impedir, de una vez portodas, que vuelvan a triunfar los profetas de la prepotencia y de laviolencia. Después de las desgracias que sufrimos, el pueblo argentinoentero habrá de impedirlo. Nunca más permitiremos que un pequeño grupode iluminados, con o sin uniforme, pretenda erigirse en salvadores dela patria, mandándonos y pretendiendo que obedezcamos sin chistar.Porque sabemos que sólo podremos levantarnos de estas ruinas que nosoprimen mediante el esfuerzo libre y voluntario de todos, mediante eltrabajo oscuro y cotidiano de cada uno. Ningún obstáculo seráinsuperable frente a la voluntad inmensa de un pueblo que se pone atrabajar si cerramos definitivamente el camino a la prepotencia y laviolencia y la destrucción con las que nos amenazan.
Estas ideas constituyen nuestra primera propuesta básica: que seaclaro el método con el que vamos a construir nuestro propio futuro, elmétodo de la libertad y de la democracia.
Nuestra segunda propuesta fundamental, además del método con el queactuaremos, señala el punto de partida del camino que nos propondremosrecorrer: el de la justicia social.
Es innecesario reiterar la gravedad de la situación actual delpaís, la peor de toda su historia. Pero sí es un deber de todosentender que hay quienes sufren más que otros. Nuestro punto departida, que sabemos compartido por la inmensa mayoría de losargentinos, apela a un formidable esfuerzo de solidaridad y fraternidadcon los que están más desamparados, con los que más necesitan entretodos los que necesitan. Vamos a construir el futuro de la Argentina ycomenzaremos por construirlo ya mismo para quienes menos tienen.
Es por eso que yo hice un solo juramento: no habrá más niños conhambre entre los niños de la Argentina. Esos niños que sufren hambreson los más desamparados entre los desamparados y su condición nosmarca con un estigma que debe avergonzarnos como hombres y comoargentinos.
Nuestra apelación a la fraternidad y la solidaridad entre losargentinos es mucho más que un impulso ético. Hay en ella un propósitopolítico en el sentido más profundo de la palabra.
Porque la riqueza de un país no está en su territorio ni en susbienes, ni en sus vacas ni en su petróleo: está en todos y cada uno desus habitantes, en todos y cada uno de sus hombres y mujeres. Es eltrabajo, la capacidad de creación de los seres humanos que lo habitan,lo que da sentido y riqueza a un país.
Por eso, cuando nos proponemos privilegiar el mejoramiento de lascondiciones de vida de los sectores más postergados, estamosproponiendo rescatar, lo más rápidamente posible, la mayor fuente denuestra riqueza, el mayor capital de nuestra patria: es la voluntad determinar con la inacción a que fueron condenados millones de hombres ymujeres para que sumen su esfuerzo a los otros millones de hombres ymujeres que están trabajando. Es la voluntad de conseguir cuanto antesuna mayor igualdad, para que todos los argentinos puedan tener igualesoportunidades de desplegar su esfuerzo creador y contribuir con él albienestar de todos. Es voluntad de terminar con los que estáninjustamente relegados porque la sociedad no les ofrece ni les permitelo que debe ofrecerles y permitirles en la Argentina justa y generosaque vamos a construir. Es la voluntad de acabar con la falta de techo ycomida, de educación y de salud, que castiga a tantos compatriotas yque nos priva a todos de la contribución que podrían dar a la nación.Es la voluntad de terminar con la discriminación ejercida contranuestras mujeres argentinas por la subsistencia de costumbresretrógradas.
Ese pueblo unido en el trabajo, en la libertad y en la justiciasocial que vamos a tener constituirá la valla más formidable que losargentinos levantaremos para impedir nuevas frustraciones.
Sobre esa voluntad nuestro gobierno actuará con toda la energía yla firmeza que el pueblo está esperando para que nunca más los pequeñosgrupos de privilegiados de adentro ni los grandes intereses de afueraquiebren las instituciones y sometan a la Nación.
Y ahí no habrá ninguna antinomia, porque es falso que las haya,como son falsas las acusaciones que imprudentemente algunos lanzaron.
No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas niantiperonistas cuando se trate de terminar con los manejos de la patriafinanciera, con la especulación de un grupo parasitario enriquecido acosta de la miseria de los que producen y trabajan.
No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas niantiperonistas cuando haya que impedir cualquier loca aventura militarque pretenda dar un nuevo golpe.
Sabemos que, como argentinos, son innumerables quienes aprendieronque detrás de las palabras grandilocuentes con las que se incita a losgolpes está, ahora más que nunca, la avidez de unos pocos privilegiadosdispuestos a arruinar al país y grandes intereses extranjerosdispuestos a someterlo.
La inmensa mayoría de los argentinos, sin distinciones ni banderas,y el gobierno al frente, terminarán para siempre con cualquiertentativa de recrear la perversa e ilícita asociación de miembros delas cúpulas de las FF.AA., formando un partido militar, para aliarseuna vez más con la elite parasitaria de la patria financiera a fin deconquistar y usufructuar el poder en su propio beneficio.
No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas niantiperonistas sino argentinos unidos para enfrentar el imperialismo ennuestra patria o para apoyar solidariamente a los países hermanos quesufran sus ataques.
La construcción y la defensa de la Argentina la haremos marchandojuntos, aceptando en libertad las discrepancias, respetando lasdiferencias de opinión, admitiendo sin reparos las controversias en elmarco de nuestras instituciones, porque así y sólo así podremos lograrla unión que necesitamos para salir adelante.
Una nación es una voluntad viviente y, al igual que los hombres, setempla con las desgracias. Las desgracias que sufrimos nos han templadoy ese temple es indispensable para sobrellevar las dificultades quedeberemos superar.
¡Y las vamos a superar!
Tenemos el inmenso privilegio, entre los países del mundo, dedisponer de un territorio extenso y lleno de posibilidades que esperanser explotadas. Frente a un pueblo que despliegue con vigor sucapacidad de trabajo y vaya construyendo piedra sobre piedra su futuro,impidiendo que nadie, nunca más, venga a destruir lo que vaya haciendo,no hay dificultad que no pueda superarse. Éste es nuestro propósito,ésa es la voluntad en que nos empeñaremos todos los argentinos, éseserá nuestro gobierno.
Y el símbolo que coronará nuestros esfuerzos, que expresará mejorque ningún otro la autoridad, la paz, la tolerancia, la continuidad deltrabajo fructífero de la Nación, lo veremos dentro de seis años, cuandoentreguemos las instituciones intactas, la banda y el bastón dePresidente a quien el pueblo argentino haya elegido libre yvoluntariamente.
Fuente
Argentinos: Se acaba... se acaba la dictadura militar. Se acaban lainmoralidad y la prepotencia. Se acaban el miedo y la represión. Seacaba el hambre obrera. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba elimperio del dinero sobre el esfuerzo de la producción.
Se terminó, basta de ser extranjeros en nuestra tierra.
Argentinos, vamos todos a volver a ser los dueños del país. LaArgentina será de su pueblo. Nace la democracia y renacen losargentinos.
Decidimos el país que queremos; estamos enfrentando el momento más decisivo del último siglo.
Y ya no va a haber ningún iluminado que venga a explicarnos cómo seconstruye la república. Ya no habrá más sectas de “nenes de papá”, nide adivinos, ni de uniformados, ni de matones para decirnos lo quetenemos que hacer con la patria.
Ahora somos nosotros, el conjunto del pueblo, quienes vamos a decircómo se construye el país. Y que nadie se equivoque, que la luchaelectoral no confunda a nadie; no hay dos pueblos. Hay dos dirigencias,dos posibilidades. Pero hay un solo pueblo.
Así, lo que vamos a decidir dentro de cuatro días es cuál de losdos proyectos populares de la Argentina va a tener la responsabilidadde conducir al país. Y aquí tampoco nadie debe confundirse. No son losobjetivos nacionales los que nos diferencian sino los métodos y loshombres, para alcanzarlos.
No es suficiente levantar la bandera de justicia social, hay queconstruirla y hacer que permanezca. Las conquistas pasajeras, frágiles,las borran de un plumazo las dictaduras. Y entonces, es el pueblo elque paga los errores de los gobiernos populares.
No puede haber más equivocaciones. Hay que saber gobernar a laArgentina. Éste no es un tiempo para improvisar, para debilitarse enluchas internas. Hay demasiado trabajo que hacer para que se carezca dela unidad de mano necesaria para enfrentar todos los problemas que nosdeja la dictadura.
No alcanza declamar la libertad. Hay que tener historia de libertadpara poder asegurarla. Si no, vuelve el silencio, la represión y elmiedo.
Lo que vamos a decidir es cuál de los dos proyectos populares estáen mejores condiciones de lograr la libertad y la justicia social sinretrocesos, para éstas y las próximas generaciones de argentinos.
Los más altos dirigentes justicialistas han dicho que laselecciones no las ganará ningún candidato sino que las va a ganarPerón, así como el Cid Campeador venció muerto una batalla.
Me pregunto, como se preguntan millones de argentinos, entonces,¿quién va a gobernar en la Argentina? Y me lo pregunto al igual quemillones de argentinos, porque todos recordamos muy bien lo que ocurriócuando murió Perón.
En ese momento, se produjo una crisis de autoridad que ocasionógrandes daños al país. En esos años, hubo quienes tomaron decisionesdesacertadas, hubo quienes actuaron irresponsablemente, hubo quienesprecedieron con buena voluntad y hubo quienes lo hicieron de maneracriminal. Pero lo cierto es que sucedía algo más importante: nadiesabía realmente quién gobernaba en verdad a la Argentina. La crisis deautoridad creada por la muerte de Perón, al no poder ser resuelta porel partido gobernante, colocó a la Nación más allá de la voluntad, eincluso de la buena voluntad, de los que deseaban fervientementeconsolidar un gobierno popular al servicio del pueblo.
Asistimos entonces a un caos económico, al desorden social y a laescalada de la violencia. El llamado Rodrigazo inauguró hiperinflacióny la especulación más desenfrenada. Esta inflación galopante, desatadaen junio de 1975, implicó un despojo cotidiano sobre todos lossalarios. La reacción justa e inevitable de los trabajadores ahondó uncreciente desorden social.
Entretanto, la acción de las Tres A, desplegada con toda intensidade impunidad, había suscitado un clima de violencia generalizada. Sobreeste telón de fondo, en medio del caos económico y el desorden social,nos vimos envueltos en un juego enloquecido de terrorismo y represiónque se fue ampliando de manera incontenible.
Nadie podrá reprochar jamás al radicalismo haber echado leña alfuego en esos años de desorientación y crisis. El radicalismo nointentó aprovecharlos en su favor sino que puso todo su esfuerzo paraque se mantuvieran las instituciones de la república.
Pero la crisis de autoridad suscitada por la muerte de Perónresultó inmanejable y tuvo consecuencias trágicas. La más evidente, quetodos sufrimos, fue la de ofrecer el pretexto esperado por las minoríasdel privilegio para provocar el golpe de 1976 y sumir a la Naciónargentina en el régimen más oprobioso de toda su historia.
Vinieron con el pretexto de terminar con la especulación ydesencadenaron una especulación gigantesca que desmanteló el aparatoproductivo del país, empobreció a la inmensa mayoría de los argentinosy enriqueció desmesuradamente a un minúsculo grupo de parásitos.
Vinieron con el pretexto de evitar la cesación de pagos ante elextranjero y endeudaron al país en una forma que nadie hubiera podidoimaginar y sin dejar nada a cambio de una deuda inmensa.
Vinieron con el pretexto de eliminar la corrupción y terminaroncorrompiendo todo, hasta las palabras más sagradas y los juramentos mássolemnes.
Vinieron con el pretexto de restaurar la tranquilidad y se ocuparon de imponer el temor a la inmensa mayoría de los argentinos.
Vinieron con el pretexto de instaurar el orden y acabar con laviolencia y desataron una represión masiva, atroz e ilegal, acarreandoun drama tremendo para el país, cavando un foso de sangredeliberadamente, impulsado por algunos grupos privilegiados con eldesignio de enfrentar definitivamente a las Fuerzas Armadas con elpueblo argentino a fin de entorpecer o impedir la vialidad de cualquierfuturo gobierno popular.
Vinieron con el pretexto de imponer la paz e incitaron a la guerra,hasta que, usando las aspiraciones más legítimas y sentidas por todoslos argentinos, se embarcaron irresponsablemente en el conflicto de lasMalvinas.
Nadie puede imaginar que sea responsable de estas tragedias la masade hombres y mujeres argentinos que creían en Perón. Por el contrario,ellos, como la inmensa mayoría de los argentinos, han sido las víctimasde tales males.
Pero sería irresponsable no reconocer que la crisis de autoridadque siguió a la muerte de Perón desembocó en una situación inmanejablepara el partido entonces gobernante. Así cundieron el desconcierto y eldescreimiento y se dejó el campo libre para la aventura del régimenmilitar y los intereses espurios, de adentro y de afuera, que seencaramaron en el poder.
Es una lección amarga que los argentinos no podemos ni debemosolvidar porque, si no, las desgracias volverán a repetirse. Detrás deesa lección hay otra más profunda que tampoco deberemos olvidar. Lacrisis de autoridad que se vivió al morir Perón abrió una disputa porel poder en la que predominaron la prepotencia y la violencia. Pero conla prepotencia y la violencia no hay gobierno posible para el puebloargentino: con ellas sólo se benefician los pequeños grupos que lasmanejan mientras casi todos los argentinos se perjudican. Peor aún: porese camino corremos el peligro de quedarnos sin país.
Porque la violencia y la prepotencia son las que nos impidenconstruir. Es la violencia alternativamente ejercida por unos y otrosgrupos minoritarios, ya sea la violencia física, económica, social opolítica, la que nos obliga a comenzar siempre de nuevo, la que viene adestruir lo que a duras penas levantamos un día y nos fuerza aempezarlo otra vez al día siguiente. ¿Qué industria vamos a tener sicada dos o tres o cuatro años las fábricas se cierran y pasan otrostantos años para abrirlas otra vez y recomenzar casi de cero? ¿Quésindicatos vamos a tener si los trabajadores se ven entorpecidos desdeafuera o desde adentro para construirlos y perfeccionarlos a través deltiempo por su libre decisión, ejerciendo con pasión pero contranquilidad la crítica que permite corregir errores y mejorar lascosas? ¿Qué educación vamos a tener si la intolerancia y la prepotenciallevan periódicamente a echar maestros y profesores, a cerrar aulas ylaboratorios, a destruir una y otra vez en pocos días lo que tantotrabajo y tantos años cuesta levantar en cada ocasión? Y así podríamosseguir con cada tema, con cada actividad. ¿Cómo nos vamos a quedarinermes ante los intereses extranjeros si destruyéndonos una y otra veza nosotros mismos somos incapaces de fortalecernos?
Los argentinos, casi todos los argentinos, tenemos en nuestra bocael amargo regusto de trabajar en vano, de arar en el mar porqueperiódicamente asistimos a la destrucción de nuestros esfuerzos.
Y todo esto ocurre porque el poder que se puede obtener con laviolencia y la prepotencia sólo sirve para lo que ellas sirvan, esdecir para destruir. Es poco o nada lo que se puede construir con laviolencia y la prepotencia. Y así es como está nuestra desgraciadaNación.
La crisis de autoridad sólo será resuelta restableciendo laautoridad, es decir la capacidad para conciliar, la aptitud paraconvencer y no para vencer.
Tendremos autoridad porque seremos capaces de convencer, porqueestamos proponiendo lo que todos los argentinos sabemos quenecesitamos: la paz y la tranquilidad de una convivencia en la que serespeten las discrepancias y en la que los esfuerzos para construir quehagamos cada día no sean destruidos mañana por la intolerancia y laviolencia.
Proponerse convencer sólo tiene sentido si estamos dispuestostambién a que otros nos puedan convencer a nosotros, si aseguramos lalibertad y la tolerancia entre los argentinos. Proclamamos estas ideasno sólo porque nos parecen mejores, sino –y sobre todo– porque sabemosque constituyen el único método para que los argentinos nos pongamos aconstruir de una vez por todas nuestro futuro. Esto es, simplemente, lademocracia.
Y cuando denunciemos a quienes proponen, de uno u otro modo,perpetuar la violencia, la prepotencia o la intolerancia como método degobierno, no queremos ni nos importa denunciar a una o varias personasdeterminadas. Lo que nos preocupa, y lo que nunca dejará depreocuparnos, es impedir que ese método destructivo siga imperando ennuestra patria, que siga aniquilando los esfuerzos de todos losargentinos, que siga condenándonos, como nos condenó hasta ahora, a serun país en guerra consigo mismo.
Hay quienes creen, por tener demasiado metida dentro de sí mismosla prepotencia, o por soñar con soluciones mágicas e inmediatas, queser tolerantes es ser débiles. Se confunden por completo. Para sertolerantes y para hacer imperar la tolerancia se requiere mucho másfirmeza que para ser prepotentes.
En primer lugar, se necesita firmeza consigo mismo para no caer enla tentación de abusar del propio poder. ¡Cuánto mejor estaríamos hoysí en las Fuerzas Armadas hubiera existido el buen criterio, elcorrecto criterio de usar las armas que el pueblo les entregó paradefenderlo eficientemente contra las Fuerzas Armadas de otros países yno para ocupar el gobierno de la república!
¿Cuánto mejor estaríamos si casi todos los gobiernos no hubierancedido a la tensión de declarar el estado de sitio –medida excepcionaly extrema según la Constitución– para vencer sus dificultades en vez deprocurar convencer a la población, aceptar sus críticas y garantizar elreemplazo pacífico de los gobernantes.
Pero también se requiere mucha firmeza para impedir, de una vez portodas, que vuelvan a triunfar los profetas de la prepotencia y de laviolencia. Después de las desgracias que sufrimos, el pueblo argentinoentero habrá de impedirlo. Nunca más permitiremos que un pequeño grupode iluminados, con o sin uniforme, pretenda erigirse en salvadores dela patria, mandándonos y pretendiendo que obedezcamos sin chistar.Porque sabemos que sólo podremos levantarnos de estas ruinas que nosoprimen mediante el esfuerzo libre y voluntario de todos, mediante eltrabajo oscuro y cotidiano de cada uno. Ningún obstáculo seráinsuperable frente a la voluntad inmensa de un pueblo que se pone atrabajar si cerramos definitivamente el camino a la prepotencia y laviolencia y la destrucción con las que nos amenazan.
Estas ideas constituyen nuestra primera propuesta básica: que seaclaro el método con el que vamos a construir nuestro propio futuro, elmétodo de la libertad y de la democracia.
Nuestra segunda propuesta fundamental, además del método con el queactuaremos, señala el punto de partida del camino que nos propondremosrecorrer: el de la justicia social.
Es innecesario reiterar la gravedad de la situación actual delpaís, la peor de toda su historia. Pero sí es un deber de todosentender que hay quienes sufren más que otros. Nuestro punto departida, que sabemos compartido por la inmensa mayoría de losargentinos, apela a un formidable esfuerzo de solidaridad y fraternidadcon los que están más desamparados, con los que más necesitan entretodos los que necesitan. Vamos a construir el futuro de la Argentina ycomenzaremos por construirlo ya mismo para quienes menos tienen.
Es por eso que yo hice un solo juramento: no habrá más niños conhambre entre los niños de la Argentina. Esos niños que sufren hambreson los más desamparados entre los desamparados y su condición nosmarca con un estigma que debe avergonzarnos como hombres y comoargentinos.
Nuestra apelación a la fraternidad y la solidaridad entre losargentinos es mucho más que un impulso ético. Hay en ella un propósitopolítico en el sentido más profundo de la palabra.
Porque la riqueza de un país no está en su territorio ni en susbienes, ni en sus vacas ni en su petróleo: está en todos y cada uno desus habitantes, en todos y cada uno de sus hombres y mujeres. Es eltrabajo, la capacidad de creación de los seres humanos que lo habitan,lo que da sentido y riqueza a un país.
Por eso, cuando nos proponemos privilegiar el mejoramiento de lascondiciones de vida de los sectores más postergados, estamosproponiendo rescatar, lo más rápidamente posible, la mayor fuente denuestra riqueza, el mayor capital de nuestra patria: es la voluntad determinar con la inacción a que fueron condenados millones de hombres ymujeres para que sumen su esfuerzo a los otros millones de hombres ymujeres que están trabajando. Es la voluntad de conseguir cuanto antesuna mayor igualdad, para que todos los argentinos puedan tener igualesoportunidades de desplegar su esfuerzo creador y contribuir con él albienestar de todos. Es voluntad de terminar con los que estáninjustamente relegados porque la sociedad no les ofrece ni les permitelo que debe ofrecerles y permitirles en la Argentina justa y generosaque vamos a construir. Es la voluntad de acabar con la falta de techo ycomida, de educación y de salud, que castiga a tantos compatriotas yque nos priva a todos de la contribución que podrían dar a la nación.Es la voluntad de terminar con la discriminación ejercida contranuestras mujeres argentinas por la subsistencia de costumbresretrógradas.
Ese pueblo unido en el trabajo, en la libertad y en la justiciasocial que vamos a tener constituirá la valla más formidable que losargentinos levantaremos para impedir nuevas frustraciones.
Sobre esa voluntad nuestro gobierno actuará con toda la energía yla firmeza que el pueblo está esperando para que nunca más los pequeñosgrupos de privilegiados de adentro ni los grandes intereses de afueraquiebren las instituciones y sometan a la Nación.
Y ahí no habrá ninguna antinomia, porque es falso que las haya,como son falsas las acusaciones que imprudentemente algunos lanzaron.
No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas niantiperonistas cuando se trate de terminar con los manejos de la patriafinanciera, con la especulación de un grupo parasitario enriquecido acosta de la miseria de los que producen y trabajan.
No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas niantiperonistas cuando haya que impedir cualquier loca aventura militarque pretenda dar un nuevo golpe.
Sabemos que, como argentinos, son innumerables quienes aprendieronque detrás de las palabras grandilocuentes con las que se incita a losgolpes está, ahora más que nunca, la avidez de unos pocos privilegiadosdispuestos a arruinar al país y grandes intereses extranjerosdispuestos a someterlo.
La inmensa mayoría de los argentinos, sin distinciones ni banderas,y el gobierno al frente, terminarán para siempre con cualquiertentativa de recrear la perversa e ilícita asociación de miembros delas cúpulas de las FF.AA., formando un partido militar, para aliarseuna vez más con la elite parasitaria de la patria financiera a fin deconquistar y usufructuar el poder en su propio beneficio.
No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas niantiperonistas sino argentinos unidos para enfrentar el imperialismo ennuestra patria o para apoyar solidariamente a los países hermanos quesufran sus ataques.
La construcción y la defensa de la Argentina la haremos marchandojuntos, aceptando en libertad las discrepancias, respetando lasdiferencias de opinión, admitiendo sin reparos las controversias en elmarco de nuestras instituciones, porque así y sólo así podremos lograrla unión que necesitamos para salir adelante.
Una nación es una voluntad viviente y, al igual que los hombres, setempla con las desgracias. Las desgracias que sufrimos nos han templadoy ese temple es indispensable para sobrellevar las dificultades quedeberemos superar.
¡Y las vamos a superar!
Tenemos el inmenso privilegio, entre los países del mundo, dedisponer de un territorio extenso y lleno de posibilidades que esperanser explotadas. Frente a un pueblo que despliegue con vigor sucapacidad de trabajo y vaya construyendo piedra sobre piedra su futuro,impidiendo que nadie, nunca más, venga a destruir lo que vaya haciendo,no hay dificultad que no pueda superarse. Éste es nuestro propósito,ésa es la voluntad en que nos empeñaremos todos los argentinos, éseserá nuestro gobierno.
Y el símbolo que coronará nuestros esfuerzos, que expresará mejorque ningún otro la autoridad, la paz, la tolerancia, la continuidad deltrabajo fructífero de la Nación, lo veremos dentro de seis años, cuandoentreguemos las instituciones intactas, la banda y el bastón dePresidente a quien el pueblo argentino haya elegido libre yvoluntariamente.
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