Estacion : Dario y Maxi (muy fuerte fotos toda la masacre)..
Sin Palabras
si tenes un tiempito leetelo..
aunque sea la seguidilla de hechos que dan la muerte del muchacho.
Darío y Maxi fueron parte de los 4.000 desocupados que el 26 de junio nos movilizamos al Puente Pueyrredón. Junto a sus compañeras y compañeros del barrio, aquella mañana compartieron desde temprano las tareas organizativas para la jornada. Cada día trabajaban en emprendimientos comunitarios, se organizaban, soñaban. Con su lucha buscaban cambiar la sociedad, construir un futuro con justicia, trabajo y dignidad para todos.
La seguridad en las marchas y piquetes se había convertido en una obsesión para los movimientos que integramos la Verón, en especial desde la asunción de Duhalde el 1 de enero de 2002.
Darío era uno de los compañeros que mejor expresaba esa preocupación. El asesinato de Javier Barrionuevo durante un piquete en Esteban Echeverría, el 6 de febrero de 2002, había sido claramente entendido por todos nosotros como una provocación del gobierno. El agresor, Jorge Batata Bogado, era un comerciante amigo de la comisaría de El Jagüel y protegido del intendente de Ezeiza, el peronista Alejandro Granados. Batata Bogado sorteó el retén policial de madrugada con la complicidad de los agentes que permanecieron en el interior del patrullero. Avanzó hacia el piquete con su Ford Falcon, discutió con los muchachos que no lo dejaron pasar y con su arma hizo dos disparos. Uno le atravesó el cuello a Javier y lo mató. “No me jodan que no quiero matar a nadie más”, amenazó.
Maximiliano Kosteki y otros pocos compañeros de su barrio estuvieron socorriendo heridos y tirando piedras, organizando la resistencia al inicio de la represión. Engrosaron, junto al resto, las primeras líneas de la columna, aunque Maxi no estuvo cara a cara con los policías cuando todo empezó. Una vez que sonaron los primeros disparos, ajustó su bufanda negra y su gorra con visera para que no molestaran su visión, e imitó al resto de los piqueteros que hacíamos el aguante. Era la primera vez que participaba de una situación así, de represión y resistencia, y no lo hizo mal: se mantuvo siempre cerca de los compañeros que conocía, recogió y tiró piedras contra el cordón policial, respondió con atención cuando alguna voz más experta alertaba, ante el avance policial: “vamos, vamos, vamos” y todos iniciaban la corrida por la avenida unos pocos metros hacia atrás, para retomar una posición más firme con nuevas barricadas y seguir resistiendo. Cuando lo hirieron de muerte, su compañero Héctor Fernández estaba a su lado y lo cargó para llevarlo a la estación buscando refugio.
Más de 400 efectivos de cuatro fuerzas de represión interior participaron del operativo del 26 de junio en Avellaneda. Lo hicieron uniformados o de civil, dejando constancia oficial o sin que quedara registro. Convocaron incluso a personal retirado que actuó como paramilitar. Al menos dos grupos de agentes se conformaron en forma ilegal como “grupos de tareas” con el objetivo de dar muerte a los manifestantes, asumiendo la autoría material de una operación política que estaba muy por encima de sus responsabilidades concretas en el accionar criminal.
Primero montaron una provocación. Después la represión se extendió por un radio de más de 20 cuadras del Puente Pueyrredón y dejó al menos 33 compañeros heridos con postas de plomo. El número de muertos pudo haber ascendido a quince, si tenemos en cuenta los manifestantes que recibieron impactos en zonas vitales como el pecho o la cabeza. Además de los piqueteros, fueron heridos una asambleísta de Capital, una médica, un empleado ferroviario y un funcionario de la Municipalidad de Avellaneda. Hacia el sur, la cacería llegó hasta la estación de Gerli, en la frontera entre Avellaneda y Lanús, a una distancia de dos kilómetros del Puente. Hacia el este, abarcó once cuadras por la avenida Mitre y su calles paralelas. Una hora después de despejado el Puente y a más de 15 cuadras del lugar, todavía los policías seguían disparándonos con munición de guerra.
Mario Pérez fue el primer cumpa que recibió un impacto de munición de plomo, al inicio de la represión. Estaba en la vereda del bingo de Avellaneda cuando escuchó los primeros disparos y vio caer un cartucho de gas lacrimógeno a medio metro, sobre el asfalto. Tuvo el impulso de darse vuelta y correr, pero sintió un golpe seco en la pierna derecha y otro en la izquierda. Cayó sobre la vereda e inmediatamente alguien lo levantó y lo ayudó a que corriera con él. Era Darío, quien lo acompañó en la retirada hasta que encontraron a Enrique, el hijo de Mario. Darío volvió a agruparse con sus compañeros y Mario, de 44 años, y su hijo mayor pudieron llegar a la estación de servicio Shell, desde donde una ambulancia los trasladó al hospital. Mario se había movilizado aquel día con el MTD de Florencio Varela, con su familia y sus vecinos.
“Cuando atravesaron el hall de la comisaría primera de Avellaneda y se asomaron al primer patio, el diputado Villallba y el abogado Palmeiro sintieron que habían traspasado algo más que un espacio físico: que habían retrocedido en el tiempo a la dictadura militar, al campo de Auschwitz, al caos del hospicio de Charendon o del más criollo y perverso asilo Montes de Oca”, relató Miguel Bonasso en el diario Página/12 del 30 de junio. Las cifras son contundentes: 160 detenidos, de los cuales 52 eran mujeres, siete de ellas embarazadas. 43 de los arrestados eran menores de edad. Once de ellos, con heridas de plomo o goma, causantes de daños suficientemente graves como para que hayan tenido que ser trasladados, aun en condición de detenidos, al hospital.
La estación de trenes de Avellaneda fue el lugar elegido por el grupo de tareas que comandó el comisario Fanchiotti para coronar el objetivo criminal: de allí debían sacar muertos que pudieran atribuirnos a los piqueteros. Entraron primero y produjeron los disparos que después dijeron haber escuchado desde afuera. Mataron pretendiendo no saber qué había pasado con los cadáveres. Borraron cada detalle del accionar criminal. La torpeza de fusilar a Darío por la espalda en un lugar lleno de fotógrafos dio pie al inicio del fracaso de toda la operación.
Desde que Duhalde llegó a la Casa Rosada y hasta la masacre de Avellaneda, la preocupación por lograr el accionar conjunto de las fuerzas de represión interior estuvo en primer plano. Atemorizado por el desenlace del gobierno anterior, buscó evitar durante los primeros meses una represión salvaje que le deparara el mismo destino que a su antecesor. A partir de mayo, molesto con la imagen de “gobierno débil” que el FMI esgrimía para esquivar la firma de un nuevo acuerdo largamente esperado y acosado internamente por las presiones para adelantar las elecciones, el gobierno decidió asumir la represión aleccionadora que el poder económico y su propia estructura política le demandaban. La masacre de Avellaneda, como reconoció el secretario de Seguridad Juan José Álvarez, fue una “decisión política”
Duhalde: “tenemos que ir poniendo orden”
Durante los días 17, 18 y 19 de junio, una semana antes del 26, el presidente Duhalde impulsó la realización de cinco reuniones con la participación de miembros del gabinete, de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, de los servicios de Inteligencia del Estado, de hombres clave de la justicia y del gobernador de la Provincia de Buenos Aires. En esas reuniones el gobierno instruyó a todos los organismos y funcionarios involucrados acerca de la decisión política adoptada respecto a la represión del conflicto social. Se sentaron las bases para la planificación, justificación y puesta en marcha del plan integral en torno a la Masacre de Avellaneda.
Lejos de sorprenderse por las consecuencias de la represión, el presidente Duhalde y el secretario de Seguridad Álvarez estuvieron toda la tarde pendientes de lo que pasaba en Avellaneda. La instigación de los días previos tuvo su correlato en la acción criminal de las fuerzas de represión, pero no alcanzaba con eso. En las horas y días posteriores desde el Gobierno avalaron los crímenes, evidenciando el hilo de continuidad entre quienes apretaron el gatillo y quienes antes habían amenazado y ahora justificaban.
Jueves 27. Primera hora. La aparición pública de evidencias y la presión popular marcaron el fracaso de la estrategia oficial. Las tapas de los principales diarios del país, la mañana del jueves 27, aportaron tranquilidad a quienes fomentaron y llevaron a cabo la estrategia oficial:
“LA CRISIS CAUSÓ 2 NUEVAS MUERTES. NO SE SABE AÚN QUIÉNES DISPARARON CONTRA LOS PIQUETEROS”, tituló Clarín.
“La crisis”, así a secas, era según el diario de mayor tirada del país la responsable de las muertes. ¿Quién? ¿El gobierno? ¿La policía? No: la crisis. Así sembraban las dudas necesarias que avalaran el discurso oficial.
Quienes fuimos corridos a los tiros por cuadras, detenidos de a decenas, golpeados y torturados, baleados y asesinados el 26 de junio en Avellaneda, fuimos acusados por el gobierno de cometer 17 delitos contra el orden público tipificados en el Código Penal y de “violación de la Ley de Defensa de la Democracia”. A través del terror represivo primero y de la criminalización de las víctimas después, se pretendió avanzar en una causa que dejara como saldo la detención de decenas de militantes, la ilegalización de nuestras organizaciones de base y el precedente aleccionador para el conjunto de la sociedad que pensara en seguir movilizada y luchando para “que se vayan todos” o, como en aquella jornada, para que se nos entreguen subsidios de empleo y no cierren los centros de salud en la provincia de Buenos Aires.
Los policías dispararon con munición de guerra y levantaron sistemáticamente cada cartucho servido. Después, ordenaron limpiar rápidamente el lugar de los crímenes. Difundieron una versión de lo sucedido que tenían preparada, para culpar a las víctimas. El fiscal, un ex policía, no se hizo presente en el lugar de los hechos. Eligió quedarse en la comisaría y escuchar solamente a los mismos comisarios que ejecutaron la masacre. Coincidió con miembros del gobierno en acotar las responsabilidades a quienes habían apretado el gatillo. Por encima de los uniformados, ningún funcionario político fue siquiera citado a prestar declaración testimonial.
sucuencia de los echos
26 de junio de 2002 - En el hospital, el local partidario, los detenidos
El sargento Carlos Leiva dispara sobre los manifestantes en la cuadra del local del PC, Izquierda Unida. Foto: Pagina12
Manifestante herido perseguido por policía bonaerense. Foto: Página12
Con patadas y disparos derribaron la puerta del local partidario.
Para entrar al local de Izquierda Unida, saltaron por los techos de las casas linderas.
Fanchiotti en conferencia de prensa.
El sargento Leiva dispara desde la camioneta, escapando de los piedrazos de los manifestantes.
En el playón del Hospital Fiorito, policías de civil forcejean con familiares de los heridos.
El sargento Leiva junto a otros agentes de civil con quienes reprimiópor la avenida Mitre, en el local partidario y en el hospital. Imagen:TN
Policía persiguiendo manifestantes por las calles de Avellaneda, arma 9 milímetros en mano.
Detenidos a doce cuadras del Puente Pueyrredón.
Detenidos por el parapolicial Robledo.
El parapolicial Celestino Robledo, ex- agente, portando una itaka de personal en actividad durante la represión.
Manifestante baleado en una nalga siendo liberado de la comisaría. Imagen: Crónica TV.
26 de junio de 2002 - En la estación
Darío con otro muchacho junto al cuerpo agonizante de Maxi, antes de la llegada de los uniformados.
Los cabos Acosta y Colman y el comisario Fanchiotti, a punto de ingresar a la estación.
Darío toma con una mano la mano agonizante de Maxi, y con la otra exorta a los policías a que se detengan.
Fanchiotti y Acosta amenazan a Darío y al otro muchacho para que abandonen el cuerpo de Maxi.
Darío es el último en retirarse.
Fanchiotti inicia la persecución de la otra persona, pero Daríorápidamente lo pasará en la carrera. Acosta también lo persigue. Eloficial Quevedo entra por la otra puerta.
Una vez traspasada la puerta que da al patio interno de la estación,Darío es fusilado por la espada, a no más de dos metros de distancia.Tanto el comisario Fanchiotti como el cabo Acosta estaban en la mismalínea de tiro.
Fanchiotti revisa el cuerpo agonizante de Darío. El cartucho rojo servido yace al lado de su pierna.
El oficial Quevedo conversa con Fanchiotti. Darío recién había sido asesinado.
Colman y Quevedo retiran el cuerpo de Darío hasta la vereda.
Colman y Quevedo retiran el cuerpo de Darío hasta la vereda - 2.
Coman y Quevedo retiran el cuerpo de Darío hasta la vereda - 3.
Colman y Quevedo arrastran a Darío por detrás de Maxi, ya muerto.
Colman y Quevedo sacan el cuerpo de Darío a la calle.
El cuerpo de Darío queda tirado junto al cordón de la calle, custodiado por el cabo Colman.
Darío agoniza tirado en la calle.
Fanchiotti se acerca a Darío, y simula revisarlo por primera vez.
Fanchiotti simula revisar a Darío en la calle.
Colman dice a Fanchiotti: "mirá que tu cara quedó en la foto, eh", en referencia a los fotógrafos que pudieron haber registrado el disparo mortal. El audio quedó registrado en la fimación televisiva. Imagen:Canal 9.
Maxi queda caído, solo, en el interior de la estación.
El oficial Quevedo se acerca al cuerpo de Maxi.
Levantan los pies de Maxi sobre el cartel de la estación.
Maxi queda tendido, con los brazos abiertos.
Maxi queda tendido, con los brazos abiertos.
De la Fuente se acerca para cargar el cuerpo de Maxi.
El oficial De la Fuente y el ex-policía Robledo sacan el cuerpo de Maxi.
Cargan el cuerpo de Maxi hasta la camioneta.
Después de cargar el cuerpo de Maxi, el oficial De la Fuente pregunta a otro agente: "tenés mis cartuchos, gordo", en referencia a los cartuchos servidos de color rojo que debían recojer después de los disparos para no dejar evidencia.
Maxi es cargado en una camioneta.
Maxi es cargado en una camioneta - 2.
arío es cargado a una camioneta para ser trasladado al hospital Fiorito. Foto: DyN
El gorro de Darío, y su sangre derramada, yacen en el piso de la estación.
Más cartuchos de color rojo, que evidencian el uso de munición deplomo, quedaron servidos en la zona de la estación. Imagen: ExpedienteJudicial.
Cartel de la estación de Avellaneda con perforaciones hechas pordisparos de plomo, lo que evidencia que también en los andenesdispararon contra los manifestantes.
LOS AUTORES MATERIALES E IDEOLOGICOS DE LA MASACRE
De Fanchiotti a Duhalde
Entre los funcionarios que crearon el clima de violencia institucional y quienes apretaron el gatillo, hubo mucho más que coincidencias discursivas. Existió una planificación general que englobó cada declaración y cada actitud tras el objetivo de justificar la represión sistemática contra la lucha popular. En Fanchiotti y sus hombres recayó la responsabilidad operativa de la masacre. El comisario mayor Vega, un protegido político del presidente del PJ de la provincia de Buenos Aires, le asignó la misión. El subsecretario de Inteligencia y amigo personal del Presidente, Oscar Rodríguez, fue el nexo entre la Casa Rosada y la maldita policía. El entonces secretario de Seguridad Álvarez garantizó el brutal operativo conjunto de las fuerzas de represión interna sobre el cual montar los fusilamientos. Voceros del poder económico, a través de los medios de comunicación, agitaron y justificaron la represión y las muertes. El presidente Duhalde encabezó la decisión de llevar a cabo una represión “aleccionadora” que lo mostrara fuerte ante su estructura política y los organismos internacionales.
Comisario inspector Alfredo Luis Fanchiotti
Con 47 años y 25 de servicio, hasta el 26 de junio Fanchiotti podía mostrar el legajo de un típico comisario bonaerense. La última de las 18 condecoraciones que acumuló en su carrera la recibió a principios de 2001. Doce años atrás había sido premiado por “acto meritorio” por su participación en otra masacre: la recuperación del cuartel militar de La Tablada, donde los represores desaparecieron los cuerpos de las personas abatidas. En toda su carrera tuvo una sola licencia por enfermedad y diez arrestos por “faltas leves”, además de la falta de mérito por dos “homicidios en riña” de los que, por supuesto, resultó absuelto.
Comisario mayor Félix Osvaldo Vega
(no encontre foto)
Los superiores de Fanchiotti en la Departamental Lomas, a la que se le asignó la responsabilidad del operativo represivo en el Puente Pueyrredón, eran el subjefe Mario Mijín y el jefe de ambos, comisario mayor Félix Osvaldo Vega.
Subsecretario de Inteligencia del Estado (SIDE) Oscar Rodríguez
El actual vicejefe de la SIDE fue designado después de los servicios prestados el 1° de enero de 2002 cuando Duhalde asumió la presidencia. Allí aportó su ortodoxia peronista tras la idea, compartida con Quindimil, de “disputarle la calle a los zurdos”. Organizó el acto de apoyo frente al Congreso: unos pocos centenares de barrabravas y matones de la Juventud Sindical de otras épocas, ya cincuentones, dieron forma a la movilización donde sólo estos últimos recordaban más o menos completa la Marcha Peronista. Pero lo importante no era la entonación de la marchita, sino que supieran tirar piedras. Eso hicieron cuando la columna de los partidos de izquierda avanzó por Callao hasta las cercanías del Congreso, pidiendo que se convocara a elecciones en lugar de concretarse el acuerdo de Alfonsín con Duhalde que llevaba a este último a la presidencia, contra la voluntad popular. Por mérito de los muchachos de Rodríguez, la noticia que acompañó la asunción de Duhalde fue sobre los “enfrentamientos entre manifestantes peronistas y las columnas de izquierda”.
Secretario de Seguridad Interior de la Nación, doctor Juan José Álvarez
En las páginas que dan cuerpo a este trabajo su nombre aparece vinculado a responsabilidades en la represión con una frecuencia que es difícil encontrar en los medios gráficos de aquellos meses. Días antes del 26 de junio, Juan José Álvarez había definido la dureza del gobierno respecto a la protesta como “una decisión política”. Durante la trágica jornada repitió el discurso que criminalizaba a los desocupados y mintió sistemáticamente sobre el rol que jugaron las fuerzas represivas, encubriendo su accionar criminal. Desde que asumió el cargo en diciembre de 2001, impulsó como política de seguridad el accionar conjunto de las cuatro fuerzas de represión interior, que bajo su coordinación se puso en marcha el 26 de junio.
Alfredo Atanasof, Jorge Matzkin, Carlos Ruckauf, Carlos Soria, Felipe Solá, Luis Genoud
LAS FOTOS ESTAN EN ORDEN SEGUN SU NOMBRE
A nadie puede sorprender, repasando sus carreras políticas, que los ministros de Duhalde hayan colaborado activamente con el plan criminal. La inescrupulosidad y la ambición de poder a cualquier precio, cuando no la adhesión consciente a posiciones abiertamente fascistas, acompañan la trayectoria de todos ellos.
Presidente de la Nación, Eduardo Duhalde
“Duhalde asesino y represor”, se lee premonitoriamente, en el boletín de la agrupación juvenil en la que militaba Darío en 1998. Por aquel entonces, Duhalde gobernaba la provincia, Darío tenía 17 años y Maxi 18. Las crónicas de gatillo fácil en el conurbano bonaerense y el rechazo que generaban en la juventud las prohibiciones a las salidas nocturnas para menores de edad nutrían las páginas de la pequeña revista artesanal. Hoy, las juventudes piqueteras –antes y sobre todo después de la Masacre de Avellaneda– cantan su verdad en cada movilización: “Duhalde, hijo de puta/ hacete cargo sos el jefe de la yuta/ a los que luchan, te los llevás/ al patrullero y arriba los golpeás”. Pocos trabajos periodísticos de investigación abordaron con seriedad esta temática, que ayudaría de paso a comprender mejor los niveles de violencia social que sólo se enfocan cuando estallan.
(http://www.masacredeavellaneda.org/)
LA ESTACION DE AVELLANEDA HACE UNOS DIAS ATRAS...................................
fotos de mi cortesia:
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aunque sea la seguidilla de hechos que dan la muerte del muchacho.
Darío y Maxi fueron parte de los 4.000 desocupados que el 26 de junio nos movilizamos al Puente Pueyrredón. Junto a sus compañeras y compañeros del barrio, aquella mañana compartieron desde temprano las tareas organizativas para la jornada. Cada día trabajaban en emprendimientos comunitarios, se organizaban, soñaban. Con su lucha buscaban cambiar la sociedad, construir un futuro con justicia, trabajo y dignidad para todos.
La seguridad en las marchas y piquetes se había convertido en una obsesión para los movimientos que integramos la Verón, en especial desde la asunción de Duhalde el 1 de enero de 2002.
Darío era uno de los compañeros que mejor expresaba esa preocupación. El asesinato de Javier Barrionuevo durante un piquete en Esteban Echeverría, el 6 de febrero de 2002, había sido claramente entendido por todos nosotros como una provocación del gobierno. El agresor, Jorge Batata Bogado, era un comerciante amigo de la comisaría de El Jagüel y protegido del intendente de Ezeiza, el peronista Alejandro Granados. Batata Bogado sorteó el retén policial de madrugada con la complicidad de los agentes que permanecieron en el interior del patrullero. Avanzó hacia el piquete con su Ford Falcon, discutió con los muchachos que no lo dejaron pasar y con su arma hizo dos disparos. Uno le atravesó el cuello a Javier y lo mató. “No me jodan que no quiero matar a nadie más”, amenazó.
Maximiliano Kosteki y otros pocos compañeros de su barrio estuvieron socorriendo heridos y tirando piedras, organizando la resistencia al inicio de la represión. Engrosaron, junto al resto, las primeras líneas de la columna, aunque Maxi no estuvo cara a cara con los policías cuando todo empezó. Una vez que sonaron los primeros disparos, ajustó su bufanda negra y su gorra con visera para que no molestaran su visión, e imitó al resto de los piqueteros que hacíamos el aguante. Era la primera vez que participaba de una situación así, de represión y resistencia, y no lo hizo mal: se mantuvo siempre cerca de los compañeros que conocía, recogió y tiró piedras contra el cordón policial, respondió con atención cuando alguna voz más experta alertaba, ante el avance policial: “vamos, vamos, vamos” y todos iniciaban la corrida por la avenida unos pocos metros hacia atrás, para retomar una posición más firme con nuevas barricadas y seguir resistiendo. Cuando lo hirieron de muerte, su compañero Héctor Fernández estaba a su lado y lo cargó para llevarlo a la estación buscando refugio.
Más de 400 efectivos de cuatro fuerzas de represión interior participaron del operativo del 26 de junio en Avellaneda. Lo hicieron uniformados o de civil, dejando constancia oficial o sin que quedara registro. Convocaron incluso a personal retirado que actuó como paramilitar. Al menos dos grupos de agentes se conformaron en forma ilegal como “grupos de tareas” con el objetivo de dar muerte a los manifestantes, asumiendo la autoría material de una operación política que estaba muy por encima de sus responsabilidades concretas en el accionar criminal.
Primero montaron una provocación. Después la represión se extendió por un radio de más de 20 cuadras del Puente Pueyrredón y dejó al menos 33 compañeros heridos con postas de plomo. El número de muertos pudo haber ascendido a quince, si tenemos en cuenta los manifestantes que recibieron impactos en zonas vitales como el pecho o la cabeza. Además de los piqueteros, fueron heridos una asambleísta de Capital, una médica, un empleado ferroviario y un funcionario de la Municipalidad de Avellaneda. Hacia el sur, la cacería llegó hasta la estación de Gerli, en la frontera entre Avellaneda y Lanús, a una distancia de dos kilómetros del Puente. Hacia el este, abarcó once cuadras por la avenida Mitre y su calles paralelas. Una hora después de despejado el Puente y a más de 15 cuadras del lugar, todavía los policías seguían disparándonos con munición de guerra.
Mario Pérez fue el primer cumpa que recibió un impacto de munición de plomo, al inicio de la represión. Estaba en la vereda del bingo de Avellaneda cuando escuchó los primeros disparos y vio caer un cartucho de gas lacrimógeno a medio metro, sobre el asfalto. Tuvo el impulso de darse vuelta y correr, pero sintió un golpe seco en la pierna derecha y otro en la izquierda. Cayó sobre la vereda e inmediatamente alguien lo levantó y lo ayudó a que corriera con él. Era Darío, quien lo acompañó en la retirada hasta que encontraron a Enrique, el hijo de Mario. Darío volvió a agruparse con sus compañeros y Mario, de 44 años, y su hijo mayor pudieron llegar a la estación de servicio Shell, desde donde una ambulancia los trasladó al hospital. Mario se había movilizado aquel día con el MTD de Florencio Varela, con su familia y sus vecinos.
“Cuando atravesaron el hall de la comisaría primera de Avellaneda y se asomaron al primer patio, el diputado Villallba y el abogado Palmeiro sintieron que habían traspasado algo más que un espacio físico: que habían retrocedido en el tiempo a la dictadura militar, al campo de Auschwitz, al caos del hospicio de Charendon o del más criollo y perverso asilo Montes de Oca”, relató Miguel Bonasso en el diario Página/12 del 30 de junio. Las cifras son contundentes: 160 detenidos, de los cuales 52 eran mujeres, siete de ellas embarazadas. 43 de los arrestados eran menores de edad. Once de ellos, con heridas de plomo o goma, causantes de daños suficientemente graves como para que hayan tenido que ser trasladados, aun en condición de detenidos, al hospital.
La estación de trenes de Avellaneda fue el lugar elegido por el grupo de tareas que comandó el comisario Fanchiotti para coronar el objetivo criminal: de allí debían sacar muertos que pudieran atribuirnos a los piqueteros. Entraron primero y produjeron los disparos que después dijeron haber escuchado desde afuera. Mataron pretendiendo no saber qué había pasado con los cadáveres. Borraron cada detalle del accionar criminal. La torpeza de fusilar a Darío por la espalda en un lugar lleno de fotógrafos dio pie al inicio del fracaso de toda la operación.
Desde que Duhalde llegó a la Casa Rosada y hasta la masacre de Avellaneda, la preocupación por lograr el accionar conjunto de las fuerzas de represión interior estuvo en primer plano. Atemorizado por el desenlace del gobierno anterior, buscó evitar durante los primeros meses una represión salvaje que le deparara el mismo destino que a su antecesor. A partir de mayo, molesto con la imagen de “gobierno débil” que el FMI esgrimía para esquivar la firma de un nuevo acuerdo largamente esperado y acosado internamente por las presiones para adelantar las elecciones, el gobierno decidió asumir la represión aleccionadora que el poder económico y su propia estructura política le demandaban. La masacre de Avellaneda, como reconoció el secretario de Seguridad Juan José Álvarez, fue una “decisión política”
Duhalde: “tenemos que ir poniendo orden”
Durante los días 17, 18 y 19 de junio, una semana antes del 26, el presidente Duhalde impulsó la realización de cinco reuniones con la participación de miembros del gabinete, de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, de los servicios de Inteligencia del Estado, de hombres clave de la justicia y del gobernador de la Provincia de Buenos Aires. En esas reuniones el gobierno instruyó a todos los organismos y funcionarios involucrados acerca de la decisión política adoptada respecto a la represión del conflicto social. Se sentaron las bases para la planificación, justificación y puesta en marcha del plan integral en torno a la Masacre de Avellaneda.
Lejos de sorprenderse por las consecuencias de la represión, el presidente Duhalde y el secretario de Seguridad Álvarez estuvieron toda la tarde pendientes de lo que pasaba en Avellaneda. La instigación de los días previos tuvo su correlato en la acción criminal de las fuerzas de represión, pero no alcanzaba con eso. En las horas y días posteriores desde el Gobierno avalaron los crímenes, evidenciando el hilo de continuidad entre quienes apretaron el gatillo y quienes antes habían amenazado y ahora justificaban.
Jueves 27. Primera hora. La aparición pública de evidencias y la presión popular marcaron el fracaso de la estrategia oficial. Las tapas de los principales diarios del país, la mañana del jueves 27, aportaron tranquilidad a quienes fomentaron y llevaron a cabo la estrategia oficial:
“LA CRISIS CAUSÓ 2 NUEVAS MUERTES. NO SE SABE AÚN QUIÉNES DISPARARON CONTRA LOS PIQUETEROS”, tituló Clarín.
“La crisis”, así a secas, era según el diario de mayor tirada del país la responsable de las muertes. ¿Quién? ¿El gobierno? ¿La policía? No: la crisis. Así sembraban las dudas necesarias que avalaran el discurso oficial.
Quienes fuimos corridos a los tiros por cuadras, detenidos de a decenas, golpeados y torturados, baleados y asesinados el 26 de junio en Avellaneda, fuimos acusados por el gobierno de cometer 17 delitos contra el orden público tipificados en el Código Penal y de “violación de la Ley de Defensa de la Democracia”. A través del terror represivo primero y de la criminalización de las víctimas después, se pretendió avanzar en una causa que dejara como saldo la detención de decenas de militantes, la ilegalización de nuestras organizaciones de base y el precedente aleccionador para el conjunto de la sociedad que pensara en seguir movilizada y luchando para “que se vayan todos” o, como en aquella jornada, para que se nos entreguen subsidios de empleo y no cierren los centros de salud en la provincia de Buenos Aires.
Los policías dispararon con munición de guerra y levantaron sistemáticamente cada cartucho servido. Después, ordenaron limpiar rápidamente el lugar de los crímenes. Difundieron una versión de lo sucedido que tenían preparada, para culpar a las víctimas. El fiscal, un ex policía, no se hizo presente en el lugar de los hechos. Eligió quedarse en la comisaría y escuchar solamente a los mismos comisarios que ejecutaron la masacre. Coincidió con miembros del gobierno en acotar las responsabilidades a quienes habían apretado el gatillo. Por encima de los uniformados, ningún funcionario político fue siquiera citado a prestar declaración testimonial.
sucuencia de los echos
26 de junio de 2002 - En el hospital, el local partidario, los detenidos
El sargento Carlos Leiva dispara sobre los manifestantes en la cuadra del local del PC, Izquierda Unida. Foto: Pagina12
Manifestante herido perseguido por policía bonaerense. Foto: Página12
Con patadas y disparos derribaron la puerta del local partidario.
Para entrar al local de Izquierda Unida, saltaron por los techos de las casas linderas.
Fanchiotti en conferencia de prensa.
El sargento Leiva dispara desde la camioneta, escapando de los piedrazos de los manifestantes.
En el playón del Hospital Fiorito, policías de civil forcejean con familiares de los heridos.
El sargento Leiva junto a otros agentes de civil con quienes reprimiópor la avenida Mitre, en el local partidario y en el hospital. Imagen:TN
Policía persiguiendo manifestantes por las calles de Avellaneda, arma 9 milímetros en mano.
Detenidos a doce cuadras del Puente Pueyrredón.
Detenidos por el parapolicial Robledo.
El parapolicial Celestino Robledo, ex- agente, portando una itaka de personal en actividad durante la represión.
Manifestante baleado en una nalga siendo liberado de la comisaría. Imagen: Crónica TV.
26 de junio de 2002 - En la estación
Darío con otro muchacho junto al cuerpo agonizante de Maxi, antes de la llegada de los uniformados.
Los cabos Acosta y Colman y el comisario Fanchiotti, a punto de ingresar a la estación.
Darío toma con una mano la mano agonizante de Maxi, y con la otra exorta a los policías a que se detengan.
Fanchiotti y Acosta amenazan a Darío y al otro muchacho para que abandonen el cuerpo de Maxi.
Darío es el último en retirarse.
Fanchiotti inicia la persecución de la otra persona, pero Daríorápidamente lo pasará en la carrera. Acosta también lo persigue. Eloficial Quevedo entra por la otra puerta.
Una vez traspasada la puerta que da al patio interno de la estación,Darío es fusilado por la espada, a no más de dos metros de distancia.Tanto el comisario Fanchiotti como el cabo Acosta estaban en la mismalínea de tiro.
Fanchiotti revisa el cuerpo agonizante de Darío. El cartucho rojo servido yace al lado de su pierna.
El oficial Quevedo conversa con Fanchiotti. Darío recién había sido asesinado.
Colman y Quevedo retiran el cuerpo de Darío hasta la vereda.
Colman y Quevedo retiran el cuerpo de Darío hasta la vereda - 2.
Coman y Quevedo retiran el cuerpo de Darío hasta la vereda - 3.
Colman y Quevedo arrastran a Darío por detrás de Maxi, ya muerto.
Colman y Quevedo sacan el cuerpo de Darío a la calle.
El cuerpo de Darío queda tirado junto al cordón de la calle, custodiado por el cabo Colman.
Darío agoniza tirado en la calle.
Fanchiotti se acerca a Darío, y simula revisarlo por primera vez.
Fanchiotti simula revisar a Darío en la calle.
Colman dice a Fanchiotti: "mirá que tu cara quedó en la foto, eh", en referencia a los fotógrafos que pudieron haber registrado el disparo mortal. El audio quedó registrado en la fimación televisiva. Imagen:Canal 9.
Maxi queda caído, solo, en el interior de la estación.
El oficial Quevedo se acerca al cuerpo de Maxi.
Levantan los pies de Maxi sobre el cartel de la estación.
Maxi queda tendido, con los brazos abiertos.
Maxi queda tendido, con los brazos abiertos.
De la Fuente se acerca para cargar el cuerpo de Maxi.
El oficial De la Fuente y el ex-policía Robledo sacan el cuerpo de Maxi.
Cargan el cuerpo de Maxi hasta la camioneta.
Después de cargar el cuerpo de Maxi, el oficial De la Fuente pregunta a otro agente: "tenés mis cartuchos, gordo", en referencia a los cartuchos servidos de color rojo que debían recojer después de los disparos para no dejar evidencia.
Maxi es cargado en una camioneta.
Maxi es cargado en una camioneta - 2.
arío es cargado a una camioneta para ser trasladado al hospital Fiorito. Foto: DyN
El gorro de Darío, y su sangre derramada, yacen en el piso de la estación.
Más cartuchos de color rojo, que evidencian el uso de munición deplomo, quedaron servidos en la zona de la estación. Imagen: ExpedienteJudicial.
Cartel de la estación de Avellaneda con perforaciones hechas pordisparos de plomo, lo que evidencia que también en los andenesdispararon contra los manifestantes.
LOS AUTORES MATERIALES E IDEOLOGICOS DE LA MASACRE
De Fanchiotti a Duhalde
Entre los funcionarios que crearon el clima de violencia institucional y quienes apretaron el gatillo, hubo mucho más que coincidencias discursivas. Existió una planificación general que englobó cada declaración y cada actitud tras el objetivo de justificar la represión sistemática contra la lucha popular. En Fanchiotti y sus hombres recayó la responsabilidad operativa de la masacre. El comisario mayor Vega, un protegido político del presidente del PJ de la provincia de Buenos Aires, le asignó la misión. El subsecretario de Inteligencia y amigo personal del Presidente, Oscar Rodríguez, fue el nexo entre la Casa Rosada y la maldita policía. El entonces secretario de Seguridad Álvarez garantizó el brutal operativo conjunto de las fuerzas de represión interna sobre el cual montar los fusilamientos. Voceros del poder económico, a través de los medios de comunicación, agitaron y justificaron la represión y las muertes. El presidente Duhalde encabezó la decisión de llevar a cabo una represión “aleccionadora” que lo mostrara fuerte ante su estructura política y los organismos internacionales.
Comisario inspector Alfredo Luis Fanchiotti
Con 47 años y 25 de servicio, hasta el 26 de junio Fanchiotti podía mostrar el legajo de un típico comisario bonaerense. La última de las 18 condecoraciones que acumuló en su carrera la recibió a principios de 2001. Doce años atrás había sido premiado por “acto meritorio” por su participación en otra masacre: la recuperación del cuartel militar de La Tablada, donde los represores desaparecieron los cuerpos de las personas abatidas. En toda su carrera tuvo una sola licencia por enfermedad y diez arrestos por “faltas leves”, además de la falta de mérito por dos “homicidios en riña” de los que, por supuesto, resultó absuelto.
Comisario mayor Félix Osvaldo Vega
(no encontre foto)
Los superiores de Fanchiotti en la Departamental Lomas, a la que se le asignó la responsabilidad del operativo represivo en el Puente Pueyrredón, eran el subjefe Mario Mijín y el jefe de ambos, comisario mayor Félix Osvaldo Vega.
Subsecretario de Inteligencia del Estado (SIDE) Oscar Rodríguez
El actual vicejefe de la SIDE fue designado después de los servicios prestados el 1° de enero de 2002 cuando Duhalde asumió la presidencia. Allí aportó su ortodoxia peronista tras la idea, compartida con Quindimil, de “disputarle la calle a los zurdos”. Organizó el acto de apoyo frente al Congreso: unos pocos centenares de barrabravas y matones de la Juventud Sindical de otras épocas, ya cincuentones, dieron forma a la movilización donde sólo estos últimos recordaban más o menos completa la Marcha Peronista. Pero lo importante no era la entonación de la marchita, sino que supieran tirar piedras. Eso hicieron cuando la columna de los partidos de izquierda avanzó por Callao hasta las cercanías del Congreso, pidiendo que se convocara a elecciones en lugar de concretarse el acuerdo de Alfonsín con Duhalde que llevaba a este último a la presidencia, contra la voluntad popular. Por mérito de los muchachos de Rodríguez, la noticia que acompañó la asunción de Duhalde fue sobre los “enfrentamientos entre manifestantes peronistas y las columnas de izquierda”.
Secretario de Seguridad Interior de la Nación, doctor Juan José Álvarez
En las páginas que dan cuerpo a este trabajo su nombre aparece vinculado a responsabilidades en la represión con una frecuencia que es difícil encontrar en los medios gráficos de aquellos meses. Días antes del 26 de junio, Juan José Álvarez había definido la dureza del gobierno respecto a la protesta como “una decisión política”. Durante la trágica jornada repitió el discurso que criminalizaba a los desocupados y mintió sistemáticamente sobre el rol que jugaron las fuerzas represivas, encubriendo su accionar criminal. Desde que asumió el cargo en diciembre de 2001, impulsó como política de seguridad el accionar conjunto de las cuatro fuerzas de represión interior, que bajo su coordinación se puso en marcha el 26 de junio.
Alfredo Atanasof, Jorge Matzkin, Carlos Ruckauf, Carlos Soria, Felipe Solá, Luis Genoud
LAS FOTOS ESTAN EN ORDEN SEGUN SU NOMBRE
A nadie puede sorprender, repasando sus carreras políticas, que los ministros de Duhalde hayan colaborado activamente con el plan criminal. La inescrupulosidad y la ambición de poder a cualquier precio, cuando no la adhesión consciente a posiciones abiertamente fascistas, acompañan la trayectoria de todos ellos.
Presidente de la Nación, Eduardo Duhalde
“Duhalde asesino y represor”, se lee premonitoriamente, en el boletín de la agrupación juvenil en la que militaba Darío en 1998. Por aquel entonces, Duhalde gobernaba la provincia, Darío tenía 17 años y Maxi 18. Las crónicas de gatillo fácil en el conurbano bonaerense y el rechazo que generaban en la juventud las prohibiciones a las salidas nocturnas para menores de edad nutrían las páginas de la pequeña revista artesanal. Hoy, las juventudes piqueteras –antes y sobre todo después de la Masacre de Avellaneda– cantan su verdad en cada movilización: “Duhalde, hijo de puta/ hacete cargo sos el jefe de la yuta/ a los que luchan, te los llevás/ al patrullero y arriba los golpeás”. Pocos trabajos periodísticos de investigación abordaron con seriedad esta temática, que ayudaría de paso a comprender mejor los niveles de violencia social que sólo se enfocan cuando estallan.
(http://www.masacredeavellaneda.org/)
LA ESTACION DE AVELLANEDA HACE UNOS DIAS ATRAS...................................
fotos de mi cortesia:
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