Crímenes Israelíes - Tres Ideas Simples
Estrategia ciudadana contra el apartheid y la guerra
Tres ideas simples para poner fin al apoyo político a los crímenes israelíes
por Jean Bricmont
MientrasIsrael prosigue sus bombardeos contra la población palestina y losparamilitares del general Mohamed Dahlan esperan en la frontera egipciala orden de penetrar en Gaza para masacrar a las familias del Hamas, laopinión pública europea se siente impotente. A pesar de su envergadura,las manifestaciones siguen sin tener impacto en la actitud de losresponsables políticos. El profesor Jean Bricmont propone unaestrategia simple para cambiar la correlación de fuerzas en Europa yponer fin al apoyo del que goza el régimen del apartheid israelí.
Somossin dudas millones los que estamos siendo en estos días testigos,indignados e impotentes, de la destrucción de Gaza, mientras quetenemos que soportar además el discurso mediático sobre la «respuestaal terrorismo» y el «derecho de Israel a defenderse». Pero, como señalael periodista británico Robert Fisk, los que lanzan cohetes contra elsur de Israel son, a menudo, los descendientes de las habitantes de esamisma región, de la que sus antecesores fueron expulsados en 1948 [1].Mientras no se reconozca esa realidad fundamental ni se repare esainjusticia, nada serio se habrá dicho o hecho a favor de la paz.
Pero, ¿qué hacer? ¿Organizar nuevos diálogos entre judíos progresistasy musulmanes moderados? ¿Esperar que aparezca una nueva iniciativa depaz? ¿O esperar aún por nuevas declaraciones de los ministros de laUnión Europea?
¿Acaso no han durado ya lo suficiente todas esas comedias? Los quequieren hacer algo sustentan a menudo exigencias irrealistas: pedir lacreación de un tribunal internacional que juzgue a los criminales deguerra israelíes o solicitar una intervención eficaz de la ONU o de laUnión Europea. Todo el mundo sabe perfectamente que nada de esosucederá, por ejemplo, porque los tribunales internacionales no hacenmás que reflejar la correlación de fuerzas existente en el mundo, quees actualmente favorable a Israel. Lo que tenemos que cambiar es lacorrelación de fuerzas y eso sólo puede hacerse poco a poco. Es ciertoque el problema de Gaza es «urgente», pero es cierto también que sinada puede hacerse hoy en día, es precisamente porque el pacientetrabajo que había que realizar en el pasado no se hizo.
Dos de las proposiciones aquí expuestas se sitúan en el plano ideológico y la otra en el plano práctico.
1. Deshacerse de la ilusión de que Israel es «útil»
Mucha gente, sobre en el seno de la izquierda, siguen creyendo queIsrael no es más que peón en la estrategia estadounidense, capitalistao imperialista, de control del Medio Oriente. Eso es totalmente falso.Israel no es útil prácticamente para nadie, a no ser con excepción desus propias fantasías de dominación. No hay petróleo ni en Israel ni enLíbano. Las llamadas guerras del petróleo, de 1991 y de 2003, lasrealizó Estados Unidos sin ayuda alguna de parte de Israel y, en 1991,con el pedido explícito por parte de Estados Unidos de que no hubieraintervención israelí, para evitar el derrumbe de la coalición árabe queWashington había forjado. O sea que, el papel de Israel como «aliadoestratégico» no fue precisamente brillante.
No cabe la menor duda de que las petromonarquías prooccidentales y losregímenes árabes «moderados» consideran una catástrofe que Israel sigaocupando las tierras palestinas, lo cual radicaliza a buena parte de lapoblación de dichas tierras. Es Israel, con sus políticas absurdas,quien provocó el surgimiento del Hezbollah y del Hamas, además elresponsable indirecto de buena parte del fortalecimiento del «islamismoradical».
Es necesario entender también que los capitalistas en su conjunto(porque no todos son fabricantes de armas) se benefician más con la pazque con la guerra. No hay más que ver las fortunas que los capitalistasoccidentales amasaron en China y en Vietnam después delrestablecimiento de la paz en esos países, en contraste con la época deMao y con la de la guerra de Vietnam. A los capitalistas no les importaqué «pueblo» tiene a Jerusalén como «capital eterna» y si hubiera pazirían corriendo a Cisjordania y a Gaza para explotar allí una fuerza detrabajo calificada que carece de muchos otros medios de subsistencia.Finalmente, cualquier estadounidense preocupado por la influenciamundial de su país es capaz de darse cuenta de que ganarse la enemistadde mil millones de musulmanes por satisfacer los caprichos de Israel noes precisamente una inversión racional en términos de futuro [2].
Son a menudo los que se consideran marxistas quienes se niegan a ver enel apoyo a Israel una simple emanación de fenómenos generales como elcapitalismo o el imperialismo (el propio Marx era muchos menos cuadradoen cuanto a la cuestión del reduccionismo económico). Mantener ese tipode posición no ayudará en nada al pueblo palestino. El sistemacapitalista, nos guste o no, es demasiado fuerte como para depender deforma significativa de la ocupación de Cisjordania. La salud delcapitalismo como sistema es, por cierto, muy buena en Sudáfrica a pesardel desmantelamiento del régimen del apartheid.
2. Liberar la palabra de los no judíos sobre la cuestión palestina
Si los intereses económicos o estratégicos no son la razón principaldel apoyo a Israel, ¿qué explica entonces el silencio y la complicidad?Se puede pensar en la indiferencia hacia hechos que están sucediendo«allá lejos». Esto puede resultar cierto en lo que concierne a lamayoría de la población, pero no en lo tocante al medio intelectualdominante, rebosante de críticas hacia Venezuela, Cuba, Sudán, Irán, elHezbollah, el Hamas, Siria, el Islam, Serbia, Rusia o China. Sobretodos esos temas son comunes y aceptadas hasta las más burdasexageraciones.
Otra explicación de la indulgencia hacia Israel es la «culpabilidad»occidental en lo tocante a las persecuciones antisemitas del pasado, enparticular en los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Sobre esetema, se señala a veces que los palestinos no tienen la culpa deaquellos horrores y que no deben pagar por los crímenes de otros, locual es totalmente cierto. Pero lo que casi nunca se dice a pesar deser evidente es que la inmensa mayoría de los franceses, de losalemanes o de los sacerdotes católicos de hoy en día son tan inocentescomo los palestinos de lo que pasó durante aquella guerra, por lasimple razón de que nacieron después o de que eran niños. Ya en 1945 lanoción de culpabilidad colectiva era algo altamente discutible, pero laidea de transferir esa culpabilidad a los descendientes es una nocióncasi religiosa.
Resulta además curioso que fuera precisamente en la época en que laiglesia católica renunciaba a la noción de pueblo asesino de Jesúscuando se empezó a imponer la noción de responsabilidad casi universalpor el exterminio de los judíos. Lo que sucede es que esa«culpabilidad» sirve de justificación a una enorme hipocresía. Sesupone que nosotros tenemos que sentirnos culpables de crímenescometidos en el pasado, crímenes que ya no podemos evitar, mientras queprácticamente no debemos sentirnos culpables por los crímenes quenuestros aliados estadounidenses e israelíes están cometiendo hoy endía, ante nuestros ojos, y sobre los cuales pudiéramos, como mínimo,expresar nuestro desacuerdo.
Y, aunque se dice constantemente que el recuerdo del holocausto no debeservir de justificación a la política israelí, resulta evidente que esprecisamente entre las poblaciones más culpabilizadas por ese recuerdo(alemanes, franceses y católicos) que el silencio es más absoluto(cuando sucede lo contrario entre las poblaciones negras y árabes yentre los británicos).
Lo anterior es una banalidad, pero se trata de una banalidad que noresulta fácil de decir. A pesar de ello, hay que repetirla hasta que sereconozca ese hecho, si queremos que los no judíos puedan expresarselibremente sobre la cuestión palestina. Quizás el slogan más apropiadopara las manifestaciones sobre Palestina no sea «Todos somospalestinos», slogan lleno de buenas intenciones pero que no refleja enlo absoluto la realidad de nuestra situación o de la situación de lospalestinos, sino «Nosotros no somos culpables del holocausto», algo quesí tenemos en común con los palestinos.
Pero la principal razón del silencio no puede ser solamente laculpabilidad, precisamente porque esta última es muy artificial, sinoel miedo. Miedo a la calumnia, a la difamación o a los juicios, cuyaúnica acusación es siempre la misma: el antisemitismo. Si no está ustedconvencido de esto último, busque a un periodista, un político o uneditor, enciérrense juntos en una habitación donde él pueda verificarque no hay ni cámara escondida ni micrófonos y pregúntele si él diceabiertamente todo lo que realmente piensa de Israel. Y si responde queno (que es en mi opinión la respuesta más probable), pregúnteleentonces por qué se calla. ¿Por miedo a perjudicar los intereses de loscapitalistas en Cisjordania? ¿A debilitar el imperialismoestadounidense? ¿A afectar el aprovisionamiento en petróleo o losprecios del crudo? ¿O más bien por miedo a las organizacionessionistas, a tener que arrostrar sus persecuciones y calumnias?
Me parece evidente, luego de decenas de discusiones con personas deorigen no judío, que la respuesta correcta es la última. Es por miedo aser tildado de antisemita que no se dice lo que se piensa del Estadoque se proclama a sí mismo como «Estado judío». Ese sentimiento serefuerza más aún por el hecho que la mayoría de la gente que seestremecen ante la política israelí sienten verdadero horror por losucedido durante la Segunda Guerra Mundial y son realmente hostiles alantisemitismo.
Debido a lo anterior, casi todo el mundo ha interiorizado la idea deque el discurso sobre Israel, más aún, sobre las organizacionessionistas, constituye un inviolable tabú, y eso es lo que mantiene unclima de miedo generalizado. Es importante señalar que los mismos que,en privado, imparten «consejos de amigo» (¡Cuidado! No mezclen lascosas, no exageren, islamismo…, extrema derecha…, Dieudonné, etc.)generalmente son los primeros que declaran en público que no tienenmiedo de nada y que las presiones no existen. Lo hacen, por supuesto,porque reconocer la existencia del miedo sería la mejor manera deempezar a liberarse de él. Por consiguiente, lo primero que hay quehacer es luchar contra ese miedo. Eso es algo que no siempre entiendenlos militantes de la causa palestina ya que, dada la naturaleza mismade su propia acción, ellos demuestran que no tienen miedo.
Se trata a menudo de gente muy dedicada y que no busca posición algunade poder en el seno de la sociedad. Pero deberían ponerse en el lugarde los que ocupan o esperan ocupar ese tipo de posiciones (gente queestá, por tanto, en posición de influir sobre las decisiones políticas)y que, precisamente debido a sus ambiciones, es vulnerable a laintimidación. El único medio de actuar es crear un clima de«desintimidación» apoyando a cada político, a cada periodista, a cadaescritor que se atreva a escribir una frase, una palabra, una coma decrítica a Israel. Y hay que hacerlo con todos, sin limitarse a apoyarsolamente a los que tienen posiciones «correctas» sobre otros temas(según el eje izquierda-derecha) o a los que asumen posiciones«perfectas» sobre el conflicto.
Para terminar, más que hablar de «apoyo» a la causa palestina, comohacen muchas organizaciones, apoyo al que, por muy doloroso queparezca, nunca se adherirá la mayoría de la población de nuestrospaíses, habría que presentar la cuestión palestina a la luz de losintereses bien entendidos de Francia y de Europa. Efectivamente,nosotros no tenemos ninguna razón para enemistarnos con el mundo árabey musulmán o asistir al aumento del odio contra Occidente y paranosotros resulta catastrófico el surgimiento de un conflictosuplementario con la parte de la población «proveniente de lainmigración» que, a menudo, simpatiza con los palestinos.
En ese sentido, hay que subrayar que no fue predicando un apoyoirrestricto a Israel que los sionistas obtuvieron sus logros sino másbien gracias a un lento trabajo de identificación entre la defensa deOccidente (en cuanto al aprovisionamiento en petróleo y la lucha contrael islamismo) y la del propio Israel (resulta por cierto deplorable quemuchos discursos de izquierda sobre la utilidad de Israel en el controldel petróleo así como discursos laicos sobre el Islam continúenreforzando esa identificación).
3. En cuanto a las iniciativas prácticas, pueden resumirse en tres letras: BDS (boicot, desinversión, sanciones)
La mayoría de las organizaciones propalestinas exigen la adopción desanciones [3] pero, como ese tipo de medidas es prerrogativa de losEstados, todo el mundo sabe que eso no se hará a corto plazo. Lasmedidas de desinversión pueden ser adoptadas por organizacionesposeedoras de fondos que invertir (sindicatos, iglesias), y la decisióncompete entonces a sus propios miembros, o por empresas que colaboranestrechamente con Israel y que únicamente cambiarán su política comoconsecuencia de acciones de boicot, lo cual nos conduce a la discusiónde esa forma de acción, que apunta no sólo a los productos israelíessino también a las instituciones culturales y académicas de ese Estado[4].
Hay que señalar que esa práctica fue utilizada contra Sudáfrica y quelas dos situaciones son muy parecidas: el régimen del apartheid eIsrael son (o eran) «legados» del colonialismo europeo que(contrariamente a la mayoría de la opinión pública aquí en Europa) noaceptan que esa forma de dominación es cosa del pasado. Las ideologíasracistas subyacentes en ambos proyectos resultan insoportables para lamayoría de la humanidad y crean interminables odios y conflictos. Sepuede decir incluso que Israel no es más que otra Sudáfrica a la que seha agregado la explotación de la memoria del holocausto.
En el caso del boicot cultural y académico, existe a veces la objeciónde que hay víctimas inocentes, gente con buenas intenciones, que deseala paz, etc., argumento ya utilizado por cierto en la época deSudáfrica (y pudiera utilizarse el mismo argumento a favor de lostrabajadores de las empresas víctimas del boicot económico). Pero elpropio Israel reconoce que hay víctimas inocentes en Gaza, lo cual nole impide continuar la matanza. Nosotros no proponemos matar a nadie.El boicot es una acción perfectamente ciudadana y no violenta. Sólo quehasta ese tipo de acción puede provocar daños colaterales –en estecaso, los artistas y científicos bien intencionados que serían víctimasdel boicot.
Ese tipo de acción es comparable a la objeción de conciencia ligada alservicio militar o a la acción de desobediencia civil –Israel norespeta ninguna de las resoluciones de la ONU que tienen que ver con sucaso, y nuestros gobiernos, en vez de tomar medidas para forzar laaplicación de dichas medidas, no hacen más que fortalecer sus vínculoscon Israel. Como ciudadanos (cuya opinión, aunque no se oiga, esprobablemente mayoritaria o seguramente lo sería si pudieraestablecerse un debate abierto) nosotros tenemos derecho a decir NO.
Lo importante en las sanciones, específicamente en el plano cultural,es precisamente su aspecto simbólico (más que el aspecto económico). Escomo decir a nuestros gobiernos que no aceptamos su política [decooperación con Israel] et, a fin de cuentas, es una forma de decirle aIsrael que es lo que ha escogido ser: un Estado que se ha puesto almargen de la ley internacional.
Un argumento frecuente contra el boicot es que lo rechazan israelíesprogresistas y algunos palestinos «moderados» (aunque tiene el apoyo dela mayoría de la sociedad civil palestina). Pero no se trata en estecaso de saber lo que ellos quieren, sino de qué política exteriorqueremos nosotros para nuestros propios países. El conflictoisraelí-árabe va más allá del ámbito local y alcanza una resonanciamundial. Tiene que ver incluso con la cuestión fundamental del respetodel derecho internacional. Nosotros, como habitantes de Occidente,podemos perfectamente querer unirnos al resto del mundo, que rechaza labarbarie israelí, y eso es ya razón suficiente a favor del boicot.
Fuente: http://www.voltairenet.org/article159254.html
Tres ideas simples para poner fin al apoyo político a los crímenes israelíes
por Jean Bricmont
MientrasIsrael prosigue sus bombardeos contra la población palestina y losparamilitares del general Mohamed Dahlan esperan en la frontera egipciala orden de penetrar en Gaza para masacrar a las familias del Hamas, laopinión pública europea se siente impotente. A pesar de su envergadura,las manifestaciones siguen sin tener impacto en la actitud de losresponsables políticos. El profesor Jean Bricmont propone unaestrategia simple para cambiar la correlación de fuerzas en Europa yponer fin al apoyo del que goza el régimen del apartheid israelí.
Pero, ¿qué hacer? ¿Organizar nuevos diálogos entre judíos progresistasy musulmanes moderados? ¿Esperar que aparezca una nueva iniciativa depaz? ¿O esperar aún por nuevas declaraciones de los ministros de laUnión Europea?
¿Acaso no han durado ya lo suficiente todas esas comedias? Los quequieren hacer algo sustentan a menudo exigencias irrealistas: pedir lacreación de un tribunal internacional que juzgue a los criminales deguerra israelíes o solicitar una intervención eficaz de la ONU o de laUnión Europea. Todo el mundo sabe perfectamente que nada de esosucederá, por ejemplo, porque los tribunales internacionales no hacenmás que reflejar la correlación de fuerzas existente en el mundo, quees actualmente favorable a Israel. Lo que tenemos que cambiar es lacorrelación de fuerzas y eso sólo puede hacerse poco a poco. Es ciertoque el problema de Gaza es «urgente», pero es cierto también que sinada puede hacerse hoy en día, es precisamente porque el pacientetrabajo que había que realizar en el pasado no se hizo.
Dos de las proposiciones aquí expuestas se sitúan en el plano ideológico y la otra en el plano práctico.
1. Deshacerse de la ilusión de que Israel es «útil»
Mucha gente, sobre en el seno de la izquierda, siguen creyendo queIsrael no es más que peón en la estrategia estadounidense, capitalistao imperialista, de control del Medio Oriente. Eso es totalmente falso.Israel no es útil prácticamente para nadie, a no ser con excepción desus propias fantasías de dominación. No hay petróleo ni en Israel ni enLíbano. Las llamadas guerras del petróleo, de 1991 y de 2003, lasrealizó Estados Unidos sin ayuda alguna de parte de Israel y, en 1991,con el pedido explícito por parte de Estados Unidos de que no hubieraintervención israelí, para evitar el derrumbe de la coalición árabe queWashington había forjado. O sea que, el papel de Israel como «aliadoestratégico» no fue precisamente brillante.
No cabe la menor duda de que las petromonarquías prooccidentales y losregímenes árabes «moderados» consideran una catástrofe que Israel sigaocupando las tierras palestinas, lo cual radicaliza a buena parte de lapoblación de dichas tierras. Es Israel, con sus políticas absurdas,quien provocó el surgimiento del Hezbollah y del Hamas, además elresponsable indirecto de buena parte del fortalecimiento del «islamismoradical».
Es necesario entender también que los capitalistas en su conjunto(porque no todos son fabricantes de armas) se benefician más con la pazque con la guerra. No hay más que ver las fortunas que los capitalistasoccidentales amasaron en China y en Vietnam después delrestablecimiento de la paz en esos países, en contraste con la época deMao y con la de la guerra de Vietnam. A los capitalistas no les importaqué «pueblo» tiene a Jerusalén como «capital eterna» y si hubiera pazirían corriendo a Cisjordania y a Gaza para explotar allí una fuerza detrabajo calificada que carece de muchos otros medios de subsistencia.Finalmente, cualquier estadounidense preocupado por la influenciamundial de su país es capaz de darse cuenta de que ganarse la enemistadde mil millones de musulmanes por satisfacer los caprichos de Israel noes precisamente una inversión racional en términos de futuro [2].
Son a menudo los que se consideran marxistas quienes se niegan a ver enel apoyo a Israel una simple emanación de fenómenos generales como elcapitalismo o el imperialismo (el propio Marx era muchos menos cuadradoen cuanto a la cuestión del reduccionismo económico). Mantener ese tipode posición no ayudará en nada al pueblo palestino. El sistemacapitalista, nos guste o no, es demasiado fuerte como para depender deforma significativa de la ocupación de Cisjordania. La salud delcapitalismo como sistema es, por cierto, muy buena en Sudáfrica a pesardel desmantelamiento del régimen del apartheid.
2. Liberar la palabra de los no judíos sobre la cuestión palestina
Si los intereses económicos o estratégicos no son la razón principaldel apoyo a Israel, ¿qué explica entonces el silencio y la complicidad?Se puede pensar en la indiferencia hacia hechos que están sucediendo«allá lejos». Esto puede resultar cierto en lo que concierne a lamayoría de la población, pero no en lo tocante al medio intelectualdominante, rebosante de críticas hacia Venezuela, Cuba, Sudán, Irán, elHezbollah, el Hamas, Siria, el Islam, Serbia, Rusia o China. Sobretodos esos temas son comunes y aceptadas hasta las más burdasexageraciones.
Otra explicación de la indulgencia hacia Israel es la «culpabilidad»occidental en lo tocante a las persecuciones antisemitas del pasado, enparticular en los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Sobre esetema, se señala a veces que los palestinos no tienen la culpa deaquellos horrores y que no deben pagar por los crímenes de otros, locual es totalmente cierto. Pero lo que casi nunca se dice a pesar deser evidente es que la inmensa mayoría de los franceses, de losalemanes o de los sacerdotes católicos de hoy en día son tan inocentescomo los palestinos de lo que pasó durante aquella guerra, por lasimple razón de que nacieron después o de que eran niños. Ya en 1945 lanoción de culpabilidad colectiva era algo altamente discutible, pero laidea de transferir esa culpabilidad a los descendientes es una nocióncasi religiosa.
Resulta además curioso que fuera precisamente en la época en que laiglesia católica renunciaba a la noción de pueblo asesino de Jesúscuando se empezó a imponer la noción de responsabilidad casi universalpor el exterminio de los judíos. Lo que sucede es que esa«culpabilidad» sirve de justificación a una enorme hipocresía. Sesupone que nosotros tenemos que sentirnos culpables de crímenescometidos en el pasado, crímenes que ya no podemos evitar, mientras queprácticamente no debemos sentirnos culpables por los crímenes quenuestros aliados estadounidenses e israelíes están cometiendo hoy endía, ante nuestros ojos, y sobre los cuales pudiéramos, como mínimo,expresar nuestro desacuerdo.
Y, aunque se dice constantemente que el recuerdo del holocausto no debeservir de justificación a la política israelí, resulta evidente que esprecisamente entre las poblaciones más culpabilizadas por ese recuerdo(alemanes, franceses y católicos) que el silencio es más absoluto(cuando sucede lo contrario entre las poblaciones negras y árabes yentre los británicos).
Lo anterior es una banalidad, pero se trata de una banalidad que noresulta fácil de decir. A pesar de ello, hay que repetirla hasta que sereconozca ese hecho, si queremos que los no judíos puedan expresarselibremente sobre la cuestión palestina. Quizás el slogan más apropiadopara las manifestaciones sobre Palestina no sea «Todos somospalestinos», slogan lleno de buenas intenciones pero que no refleja enlo absoluto la realidad de nuestra situación o de la situación de lospalestinos, sino «Nosotros no somos culpables del holocausto», algo quesí tenemos en común con los palestinos.
Pero la principal razón del silencio no puede ser solamente laculpabilidad, precisamente porque esta última es muy artificial, sinoel miedo. Miedo a la calumnia, a la difamación o a los juicios, cuyaúnica acusación es siempre la misma: el antisemitismo. Si no está ustedconvencido de esto último, busque a un periodista, un político o uneditor, enciérrense juntos en una habitación donde él pueda verificarque no hay ni cámara escondida ni micrófonos y pregúntele si él diceabiertamente todo lo que realmente piensa de Israel. Y si responde queno (que es en mi opinión la respuesta más probable), pregúnteleentonces por qué se calla. ¿Por miedo a perjudicar los intereses de loscapitalistas en Cisjordania? ¿A debilitar el imperialismoestadounidense? ¿A afectar el aprovisionamiento en petróleo o losprecios del crudo? ¿O más bien por miedo a las organizacionessionistas, a tener que arrostrar sus persecuciones y calumnias?
Me parece evidente, luego de decenas de discusiones con personas deorigen no judío, que la respuesta correcta es la última. Es por miedo aser tildado de antisemita que no se dice lo que se piensa del Estadoque se proclama a sí mismo como «Estado judío». Ese sentimiento serefuerza más aún por el hecho que la mayoría de la gente que seestremecen ante la política israelí sienten verdadero horror por losucedido durante la Segunda Guerra Mundial y son realmente hostiles alantisemitismo.
Debido a lo anterior, casi todo el mundo ha interiorizado la idea deque el discurso sobre Israel, más aún, sobre las organizacionessionistas, constituye un inviolable tabú, y eso es lo que mantiene unclima de miedo generalizado. Es importante señalar que los mismos que,en privado, imparten «consejos de amigo» (¡Cuidado! No mezclen lascosas, no exageren, islamismo…, extrema derecha…, Dieudonné, etc.)generalmente son los primeros que declaran en público que no tienenmiedo de nada y que las presiones no existen. Lo hacen, por supuesto,porque reconocer la existencia del miedo sería la mejor manera deempezar a liberarse de él. Por consiguiente, lo primero que hay quehacer es luchar contra ese miedo. Eso es algo que no siempre entiendenlos militantes de la causa palestina ya que, dada la naturaleza mismade su propia acción, ellos demuestran que no tienen miedo.
Se trata a menudo de gente muy dedicada y que no busca posición algunade poder en el seno de la sociedad. Pero deberían ponerse en el lugarde los que ocupan o esperan ocupar ese tipo de posiciones (gente queestá, por tanto, en posición de influir sobre las decisiones políticas)y que, precisamente debido a sus ambiciones, es vulnerable a laintimidación. El único medio de actuar es crear un clima de«desintimidación» apoyando a cada político, a cada periodista, a cadaescritor que se atreva a escribir una frase, una palabra, una coma decrítica a Israel. Y hay que hacerlo con todos, sin limitarse a apoyarsolamente a los que tienen posiciones «correctas» sobre otros temas(según el eje izquierda-derecha) o a los que asumen posiciones«perfectas» sobre el conflicto.
Para terminar, más que hablar de «apoyo» a la causa palestina, comohacen muchas organizaciones, apoyo al que, por muy doloroso queparezca, nunca se adherirá la mayoría de la población de nuestrospaíses, habría que presentar la cuestión palestina a la luz de losintereses bien entendidos de Francia y de Europa. Efectivamente,nosotros no tenemos ninguna razón para enemistarnos con el mundo árabey musulmán o asistir al aumento del odio contra Occidente y paranosotros resulta catastrófico el surgimiento de un conflictosuplementario con la parte de la población «proveniente de lainmigración» que, a menudo, simpatiza con los palestinos.
En ese sentido, hay que subrayar que no fue predicando un apoyoirrestricto a Israel que los sionistas obtuvieron sus logros sino másbien gracias a un lento trabajo de identificación entre la defensa deOccidente (en cuanto al aprovisionamiento en petróleo y la lucha contrael islamismo) y la del propio Israel (resulta por cierto deplorable quemuchos discursos de izquierda sobre la utilidad de Israel en el controldel petróleo así como discursos laicos sobre el Islam continúenreforzando esa identificación).
3. En cuanto a las iniciativas prácticas, pueden resumirse en tres letras: BDS (boicot, desinversión, sanciones)
La mayoría de las organizaciones propalestinas exigen la adopción desanciones [3] pero, como ese tipo de medidas es prerrogativa de losEstados, todo el mundo sabe que eso no se hará a corto plazo. Lasmedidas de desinversión pueden ser adoptadas por organizacionesposeedoras de fondos que invertir (sindicatos, iglesias), y la decisióncompete entonces a sus propios miembros, o por empresas que colaboranestrechamente con Israel y que únicamente cambiarán su política comoconsecuencia de acciones de boicot, lo cual nos conduce a la discusiónde esa forma de acción, que apunta no sólo a los productos israelíessino también a las instituciones culturales y académicas de ese Estado[4].
Hay que señalar que esa práctica fue utilizada contra Sudáfrica y quelas dos situaciones son muy parecidas: el régimen del apartheid eIsrael son (o eran) «legados» del colonialismo europeo que(contrariamente a la mayoría de la opinión pública aquí en Europa) noaceptan que esa forma de dominación es cosa del pasado. Las ideologíasracistas subyacentes en ambos proyectos resultan insoportables para lamayoría de la humanidad y crean interminables odios y conflictos. Sepuede decir incluso que Israel no es más que otra Sudáfrica a la que seha agregado la explotación de la memoria del holocausto.
En el caso del boicot cultural y académico, existe a veces la objeciónde que hay víctimas inocentes, gente con buenas intenciones, que deseala paz, etc., argumento ya utilizado por cierto en la época deSudáfrica (y pudiera utilizarse el mismo argumento a favor de lostrabajadores de las empresas víctimas del boicot económico). Pero elpropio Israel reconoce que hay víctimas inocentes en Gaza, lo cual nole impide continuar la matanza. Nosotros no proponemos matar a nadie.El boicot es una acción perfectamente ciudadana y no violenta. Sólo quehasta ese tipo de acción puede provocar daños colaterales –en estecaso, los artistas y científicos bien intencionados que serían víctimasdel boicot.
Ese tipo de acción es comparable a la objeción de conciencia ligada alservicio militar o a la acción de desobediencia civil –Israel norespeta ninguna de las resoluciones de la ONU que tienen que ver con sucaso, y nuestros gobiernos, en vez de tomar medidas para forzar laaplicación de dichas medidas, no hacen más que fortalecer sus vínculoscon Israel. Como ciudadanos (cuya opinión, aunque no se oiga, esprobablemente mayoritaria o seguramente lo sería si pudieraestablecerse un debate abierto) nosotros tenemos derecho a decir NO.
Lo importante en las sanciones, específicamente en el plano cultural,es precisamente su aspecto simbólico (más que el aspecto económico). Escomo decir a nuestros gobiernos que no aceptamos su política [decooperación con Israel] et, a fin de cuentas, es una forma de decirle aIsrael que es lo que ha escogido ser: un Estado que se ha puesto almargen de la ley internacional.
Un argumento frecuente contra el boicot es que lo rechazan israelíesprogresistas y algunos palestinos «moderados» (aunque tiene el apoyo dela mayoría de la sociedad civil palestina). Pero no se trata en estecaso de saber lo que ellos quieren, sino de qué política exteriorqueremos nosotros para nuestros propios países. El conflictoisraelí-árabe va más allá del ámbito local y alcanza una resonanciamundial. Tiene que ver incluso con la cuestión fundamental del respetodel derecho internacional. Nosotros, como habitantes de Occidente,podemos perfectamente querer unirnos al resto del mundo, que rechaza labarbarie israelí, y eso es ya razón suficiente a favor del boicot.
Fuente: http://www.voltairenet.org/article159254.html
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