Durante el siglo XIX lúgubres parejas con mansiones abandonadas, castillos en lo alto de peligrosos acantilados, se reunían para tener lo que llamaban encuentros victorianos en los que cientos de personas se daban cita ante lugares embrujados y pasaban la noche entera intentando vislumbrar apariciones, envueltas de oscuras historias familiares en las que los antepasados no acaban de irse del todo.

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