¿Se puede alquilar un país?
La respuesta es sí. Y no se trata de una republiqueta como las que en los años setenta alimentaban el cliché hollywoodense sobre América Latina. Tampoco de una superpotencia que hipoteca su voluntad al fronterizo mesías de turno. La cosa es simple: si uno quiere, y tiene la plata, pues llama, hace la reserva y se alquila todo un país con casas y habitantes en pleno centro de Europa.
La empresa de marketing corporativo Xnet ofrece a sus clientes el servicio Rent a village (Alquile un pueblo), que consiste en facilitar al interesado ya no un amplio salón de convenciones ni un hotel de cinco estrellas ni un club privado completo para encuentros ejecutivos o de negocios, sino toda una jurisdicción geográfica divisable en cualquier mapa. “¡Ponemos un pueblo entero a disposición de su compañía! ¡Incluso un país!”, dice la entusiasta promoción en su página web. “Esta es una auténtica alternativa a esos impersonales destinos de conferencias, que será disfrutada y apreciada por todas las personas que tomen parte en su evento”, precisa.
Las empresas interesadas pueden elegir entre diez pueblos desperdigados por Suiza, Alemania y Austria. Una de las opciones indica sin eufemismos: “Alquile todo un país”. No se trata de una metáfora: se refiere al Principado de Liechtenstein, un auténtico Estado cuyo territorio apenas llega a los 160 kilómetros cuadrados.
Lichstenstein está ubicado entre Suiza y Austria. Su régimen político es una monarquía parlamentaria encabezada por el príncipe Hans-Adam II, como Jefe de Estado, seguido del Primer Ministro Otmar Hasler como Jefe de Gobierno. Es tan pequeño que no tiene aeropuerto y apenas posee ocho embajadas en ciudades principales del mundo. “La magia de la pequeñez del país también se basa en hechos: unos 33 mil habitantes viviendo en un total de once pueblos crea una sensación de cercanía y pertenencia, un sentimiento que los invitados también experimentan como algo muy placentero”, refiere Xnet. De hecho, la cercanía puede ser tal que la oferta de alquiler para una convención incluye la posibilidad de iniciar la visita con una cata de vinos en los mismísimos viñedos del príncipe, ubicados en Vaduz, la capital.
Por si fuera poco, la empresa contratista tiene derecho a disfrutar de una simbólica entrega de las ‘llaves del país’ en una ceremonia realizada nada menos que en el edificio del Parlamento y a realizar sus reuniones en el Museo de Arte o en las instalaciones de su Universidad de Ciencias Aplicadas. Pero ya en el colmo de la cortesía vivencial, Xnet ofrece hacer las gestiones para cambiar el nombre original de calles y plazas por “nombres que tengan relación con la compañía” y para establecer su propia moneda circulante especial durante los días que dure su actividad.
Para los momentos de distracciones, los invitados tienen un menú de actividades que, dependiendo de la temporada, incluye deportes de invierno o regulares en cualquiera de las tres regiones geográficas del territorio del principado. El punto más bajo del país está a 490 metros sobre el nivel del mar, una altura entre Lima y Chosica, mientras que el pico más elevado es la cima de la montaña Grauspitz, a 2.599 metros sobre el nivel del mar. Los organizadores se encargan de organizar las gimkanas y demás actividades recreativas a pedido del cliente. Así lo han hecho en otras villas para grandes corporaciones como Siemens y Hyundai. Lo mismo puede arreglarse para bodas, cumpleaños y cuanta ceremonia familiar pueda costearse algún millonario.
Por este original servicio, el director de Xnet, Karl Schwärlzer, recibió a nombre de su empresa y del principado el Premio Anti Nobel de Economía en el 2003.
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