Corea del Norte algo más que el laberinto de una dictadura
Corea del Norte, algo más que el laberinto de una dictadura.[c/size]
Corea del Norte fascina y atrae. Como suele hacerlo la oscuridad y el terror o magnetiza el vértigo desde la altura. Es la génesis de ese fenómeno nacional antes extravagante y hoy también peligroso y oscurantista lo que posiblemente más convoca. ¿Qué es lo que lo hizo posible? Esa búsqueda marcha al margen de los detalles históricos del padre de la dinastía y fundador del país, Kim Jong-Il, "el gran líder", un comunista que vuelve a la patria para luchar por ella pero que fragua un reinado embotellado con formas casi teatrales. Lo que acabó sucediendo fue una concentración de poder única junto con el inevitable endiosamiento de los arquitectos de ese camino, luz que ahora envolverá a su hijo Kim Il-Sung "el querido líder" que acaba de fallecer y fue heredado, como en un principado, por su vástago Kim Jong-un, quien será custodiado por su tía, la generala Kim Kyong-hui, y su marido Chang Song-taek, regentes de palacio mientras el muchacho se adapta.
El régimen nacido bajo los fuegos de la Guerra Fría y casi sin fisuras en la estructura de mando exhibe así cada vez más la compulsión instintiva de protegerse cerrándose sobre si mismo al advertir ahora como antes que cualquier alternativa lo destruiría. Sucedió igual con otros experimentos nacionales de fragua parecida, pero jamás a tal nivel de fundamentalismo. Es posible, sin embargo, trazar algún paralelo entre ese fenómeno norcoreano con algunas dinastías árabes, tanto dictaduras políticas como aristocracias feudales. El caso más brutal que evoca quizá sea el de Muammar Kadafi, que también inventó una sociedad cerrada donde el líder libio sobrevolaba a su pueblo y lo explicaba de una única manera reprimiendo a la disidencia como si se tratara de un extravío. El tirano de Trípoli buscó, como el reino coreano, la conversión de su mando en una dinastía. A eso se aprestaba, justamente, cuando la historia hizo añicos el edificio autoritario de Libia por la furia y el hastío de su pueblo. Pero hasta allí llegan la comparaciones.
Corea del Norte no parece tener ni las mínimas filtraciones que se han visto en el universo árabe ni las contradicciones que se experimentaban en el mundo comunista antes de la caída del muro hace dos décadas. Lo que se creó en aquel país asiático es la extraordinaria unión del 1984 de George Orwell con el Mundo Feliz de Aldous Huxley. Es la saga del "querido líder" que todo lo ve y todo lo guía y tanto reprime como premia y disciplina en una sociedad que se describe a sí misma como un éxito de eficiencia constante donde la alegría sólo es posible si se habita ese espacio. Los himnos que deben cantar los estudiantes repiten loas a los éxitos de las cosechas y los avances militares del "gran comunismo" nacional, variante política de la que, en verdad, esa estructura ha estado menos cerca que de formas primitivas del fascismo.
Si se observa con atención, hay otras extravagancias del régimen que no le son necesariamente exclusivas además del encierro de sus poblaciones, las trabas para expresar las ideas, el bloqueo a la organización civil o el movimiento de sus ciudadanos como ha sucedido por ejemplo en el caso cubano o en muchos países de la constelación stalinista. La noción de un único partido es, adicionalmente, una deformación que se ha multiplicado por el mundo y sigue tentando en estas épocas que las manos parecen apretarse sobre el cuello de las democracias. El primer paso hacia esa clase de derrumbes institucionales es suponer que existe una sola voz que puede explicar la realidad y resolver las contradicciones.
La noción de una visión hegemónica tiene la cualidad de que en tanto se fortalece centrifuga más las alternativas. Sin ir más lejos, el líder bolivariano Hugo Chávez, aliado de la dictadura norcoreana, se planteó que su Movimiento al Socialismo concentre a todas las restantes fuerzas políticas convirtiendo en sujetos fallidos a quienes persistieran en oponerse. El unicato ha entretenido la imaginación no sólo de ese liderazgo en América Latina. Pasó antes con el PRI en México y sucede en los reflejos autoritarios de otros gobiernos como el actual argentino que asumen como fuera de la inteligencia la visión crítica de su gestión. No es exagerado sino positivo observar esas derivas autoritarias en el espejo de Corea del Norte porque el fenómeno del pequeño país asiático funciona como la caricatura deforme y violenta que la historia construye sobre esos extremos haciéndolos grotescamente nítidos.
La ausencia teórica de posibilidad histórica para un régimen como el de Pyongyang no ha implicado su disolución. Hay explicaciones. Una de las grandes herramientas de la sobrevivencia de la dinastía feudal stalinista norcoreana ha sido el uso a su favor de la división con la próspera Corea del Sur. La dictadura ha venido extorsionando a sus primos del sur así como a Occidente y a su maltratado aliado chino, con la amenaza de una unificación a la fuerza resultado del caos que implicaría un desastre económico y geopolítico. La presión sobre Seúl creció en esta etapa, además, como reacción a las duras posiciones del gobierno derechista del sur que llegó al poder debido, justamente, a la agudización de este conflicto que arrastra ya demasiados enfrentamientos y muertos. En 1999, 2002 y 2009 hubo choques binacionales que incluyeron el hundimiento de una torpedera comunista con el saldo de 30 marinos muertos. Un golpe similar, pero contra el otro bando, se produjo en marzo de 2010 cuando un torpedo destruyó una corbeta sudcoreana causando 46 bajas.
Esa tensión se da también en un marco contradictorio dentro de la propia Norcorea. Ese país ínfimo, con apenas unas pocas riquezas minerales, está hundido en la pobreza y su población de 11 millones de habitantes ha soportado hambrunas bíblicas, la última en la década de los 90. Pero, no obstante, cuenta con el quinto ejército en tamaño del planeta, con más de un millón y medio de efectivos alistados y otros cuatro millones en la reserva. Y ha desplegado once mil misileras que destruirían el sur coreano y harían blanco en Japón en cuestión de instantes. A ello le ha agregado el potencial atómico.
La perspectiva de una unificación descontrolada si se detiene el flujo de asistencia es un fantasma utilitario pero probable que agita Pyongyang como herramienta de poder. En su peor versión, masas de millones de hambrientos se lanzarían en un caso sobre las fronteras más complicadas a nivel social que tiene China en esa área. O en el otro, sobre los bordes de la pronorteamericana Seúl, que sufriría un descomunal costo para integrar su parte norte como le sucedió a Alemania en la unificación del este comunista. El poderío nuclear que Norcorea ha venido desarrollando con inestimable ayuda de otro socio de Washington, Pakistán, es, lejos de la fantasía de una guerra contra las potencias occidentales, también una llave para hacer más efectiva la maquinaria de extorsión. Lo que el régimen demanda y consigue a cambio de esta militancia suicida es asistencia alimentaria, monetaria y energética. Lo que se promete en retribución, esto es frenar el desarrollo atómico y evitar el trasiego de tecnología de destrucción masiva a destinos cada vez menos controlados, no necesariamente esta ahí para ser cumplido. Pyongyang sencillamente no es un sujeto confiable.
Este escenario, en el nuevo diseño mundial que se está formando tras las mutaciones provocadas por la crisis económica global, comienza, sin embargo, a exhibir algunas limitaciones. China, que ha venido soportando los desplantes de su pequeño socio que jamás le alertó sobre sus pruebas nucleares, no observa ya a Corea del Norte como crucial en el arenero de las tensiones con Occidente. En el pasado, bloquear una unificación que colocara las fronteras de la influencia norteamericana en sus narices, explicaba el apoyo al régimen de Pyongyang. Los cables de WikiLeaks revelaron un cambio de esa perspectiva. Eso se debió a las nuevas responsabilidades globales chinas, que no puede permitir la existencia de un régimen descontrolado a su vera y con un poderío destructivo creciente. Pero también a que el actual Estados Unidos es un contendiente con más limitaciones y mayores necesidades de negociación. El mundo va camino de una unipolaridad que fue efímera en manos norteamericanas tras la caída del campo comunista en 1989, a una nueva bipolaridad entre las dos mayores economías globales. Eso implica derechos pero también responsabilidades.
¿Por qué entonces China no le suelta la mano a su imprevisible vecino? Es en parte debido a las transformaciones que está sufriendo la región asiática, una transición que apenas comienza. China tiene ahora mayores intereses sobre ese espacio extremadamente inestable, y ello ha causado una multiplicación de tensiones que un estallido coreano sólo agravaría. Uno de los duelos es la pelea con Vietnam por el control del archipiélago de las Paracel. Pero también Beijing disputa con Japón, Filipinas, nuevamente Vietnam, Malasia, Indonesia y Brunei la soberanía de las islas Spartly. Junto a estos diferendos, hay que anotar el litigio sin solución entre Corea del Sur y Japón por las islas Kodko, o entre Tokio y Moscú por las Kuriles. De lo que se trata es de energía. Para Beijing, convertir en "mare nostrum" el mar de la China que, según EE.UU. forma parte también de sus estrategias de seguridad nacional, se vincula con la enorme existencia de petróleo bajo su suelo. Son estos nudos sueltos los que por ahora permiten que la estrafalaria dinastía coreana del norte pueda seguir jugando en la cornisa. La gran pregunta es cómo se ajustarán en un mundo que definitivamente ya nunca será el mismo.
Corea del Norte fascina y atrae. Como suele hacerlo la oscuridad y el terror o magnetiza el vértigo desde la altura. Es la génesis de ese fenómeno nacional antes extravagante y hoy también peligroso y oscurantista lo que posiblemente más convoca. ¿Qué es lo que lo hizo posible? Esa búsqueda marcha al margen de los detalles históricos del padre de la dinastía y fundador del país, Kim Jong-Il, "el gran líder", un comunista que vuelve a la patria para luchar por ella pero que fragua un reinado embotellado con formas casi teatrales. Lo que acabó sucediendo fue una concentración de poder única junto con el inevitable endiosamiento de los arquitectos de ese camino, luz que ahora envolverá a su hijo Kim Il-Sung "el querido líder" que acaba de fallecer y fue heredado, como en un principado, por su vástago Kim Jong-un, quien será custodiado por su tía, la generala Kim Kyong-hui, y su marido Chang Song-taek, regentes de palacio mientras el muchacho se adapta.
El régimen nacido bajo los fuegos de la Guerra Fría y casi sin fisuras en la estructura de mando exhibe así cada vez más la compulsión instintiva de protegerse cerrándose sobre si mismo al advertir ahora como antes que cualquier alternativa lo destruiría. Sucedió igual con otros experimentos nacionales de fragua parecida, pero jamás a tal nivel de fundamentalismo. Es posible, sin embargo, trazar algún paralelo entre ese fenómeno norcoreano con algunas dinastías árabes, tanto dictaduras políticas como aristocracias feudales. El caso más brutal que evoca quizá sea el de Muammar Kadafi, que también inventó una sociedad cerrada donde el líder libio sobrevolaba a su pueblo y lo explicaba de una única manera reprimiendo a la disidencia como si se tratara de un extravío. El tirano de Trípoli buscó, como el reino coreano, la conversión de su mando en una dinastía. A eso se aprestaba, justamente, cuando la historia hizo añicos el edificio autoritario de Libia por la furia y el hastío de su pueblo. Pero hasta allí llegan la comparaciones.
Corea del Norte no parece tener ni las mínimas filtraciones que se han visto en el universo árabe ni las contradicciones que se experimentaban en el mundo comunista antes de la caída del muro hace dos décadas. Lo que se creó en aquel país asiático es la extraordinaria unión del 1984 de George Orwell con el Mundo Feliz de Aldous Huxley. Es la saga del "querido líder" que todo lo ve y todo lo guía y tanto reprime como premia y disciplina en una sociedad que se describe a sí misma como un éxito de eficiencia constante donde la alegría sólo es posible si se habita ese espacio. Los himnos que deben cantar los estudiantes repiten loas a los éxitos de las cosechas y los avances militares del "gran comunismo" nacional, variante política de la que, en verdad, esa estructura ha estado menos cerca que de formas primitivas del fascismo.
Si se observa con atención, hay otras extravagancias del régimen que no le son necesariamente exclusivas además del encierro de sus poblaciones, las trabas para expresar las ideas, el bloqueo a la organización civil o el movimiento de sus ciudadanos como ha sucedido por ejemplo en el caso cubano o en muchos países de la constelación stalinista. La noción de un único partido es, adicionalmente, una deformación que se ha multiplicado por el mundo y sigue tentando en estas épocas que las manos parecen apretarse sobre el cuello de las democracias. El primer paso hacia esa clase de derrumbes institucionales es suponer que existe una sola voz que puede explicar la realidad y resolver las contradicciones.
La noción de una visión hegemónica tiene la cualidad de que en tanto se fortalece centrifuga más las alternativas. Sin ir más lejos, el líder bolivariano Hugo Chávez, aliado de la dictadura norcoreana, se planteó que su Movimiento al Socialismo concentre a todas las restantes fuerzas políticas convirtiendo en sujetos fallidos a quienes persistieran en oponerse. El unicato ha entretenido la imaginación no sólo de ese liderazgo en América Latina. Pasó antes con el PRI en México y sucede en los reflejos autoritarios de otros gobiernos como el actual argentino que asumen como fuera de la inteligencia la visión crítica de su gestión. No es exagerado sino positivo observar esas derivas autoritarias en el espejo de Corea del Norte porque el fenómeno del pequeño país asiático funciona como la caricatura deforme y violenta que la historia construye sobre esos extremos haciéndolos grotescamente nítidos.
La ausencia teórica de posibilidad histórica para un régimen como el de Pyongyang no ha implicado su disolución. Hay explicaciones. Una de las grandes herramientas de la sobrevivencia de la dinastía feudal stalinista norcoreana ha sido el uso a su favor de la división con la próspera Corea del Sur. La dictadura ha venido extorsionando a sus primos del sur así como a Occidente y a su maltratado aliado chino, con la amenaza de una unificación a la fuerza resultado del caos que implicaría un desastre económico y geopolítico. La presión sobre Seúl creció en esta etapa, además, como reacción a las duras posiciones del gobierno derechista del sur que llegó al poder debido, justamente, a la agudización de este conflicto que arrastra ya demasiados enfrentamientos y muertos. En 1999, 2002 y 2009 hubo choques binacionales que incluyeron el hundimiento de una torpedera comunista con el saldo de 30 marinos muertos. Un golpe similar, pero contra el otro bando, se produjo en marzo de 2010 cuando un torpedo destruyó una corbeta sudcoreana causando 46 bajas.
Esa tensión se da también en un marco contradictorio dentro de la propia Norcorea. Ese país ínfimo, con apenas unas pocas riquezas minerales, está hundido en la pobreza y su población de 11 millones de habitantes ha soportado hambrunas bíblicas, la última en la década de los 90. Pero, no obstante, cuenta con el quinto ejército en tamaño del planeta, con más de un millón y medio de efectivos alistados y otros cuatro millones en la reserva. Y ha desplegado once mil misileras que destruirían el sur coreano y harían blanco en Japón en cuestión de instantes. A ello le ha agregado el potencial atómico.
La perspectiva de una unificación descontrolada si se detiene el flujo de asistencia es un fantasma utilitario pero probable que agita Pyongyang como herramienta de poder. En su peor versión, masas de millones de hambrientos se lanzarían en un caso sobre las fronteras más complicadas a nivel social que tiene China en esa área. O en el otro, sobre los bordes de la pronorteamericana Seúl, que sufriría un descomunal costo para integrar su parte norte como le sucedió a Alemania en la unificación del este comunista. El poderío nuclear que Norcorea ha venido desarrollando con inestimable ayuda de otro socio de Washington, Pakistán, es, lejos de la fantasía de una guerra contra las potencias occidentales, también una llave para hacer más efectiva la maquinaria de extorsión. Lo que el régimen demanda y consigue a cambio de esta militancia suicida es asistencia alimentaria, monetaria y energética. Lo que se promete en retribución, esto es frenar el desarrollo atómico y evitar el trasiego de tecnología de destrucción masiva a destinos cada vez menos controlados, no necesariamente esta ahí para ser cumplido. Pyongyang sencillamente no es un sujeto confiable.
Este escenario, en el nuevo diseño mundial que se está formando tras las mutaciones provocadas por la crisis económica global, comienza, sin embargo, a exhibir algunas limitaciones. China, que ha venido soportando los desplantes de su pequeño socio que jamás le alertó sobre sus pruebas nucleares, no observa ya a Corea del Norte como crucial en el arenero de las tensiones con Occidente. En el pasado, bloquear una unificación que colocara las fronteras de la influencia norteamericana en sus narices, explicaba el apoyo al régimen de Pyongyang. Los cables de WikiLeaks revelaron un cambio de esa perspectiva. Eso se debió a las nuevas responsabilidades globales chinas, que no puede permitir la existencia de un régimen descontrolado a su vera y con un poderío destructivo creciente. Pero también a que el actual Estados Unidos es un contendiente con más limitaciones y mayores necesidades de negociación. El mundo va camino de una unipolaridad que fue efímera en manos norteamericanas tras la caída del campo comunista en 1989, a una nueva bipolaridad entre las dos mayores economías globales. Eso implica derechos pero también responsabilidades.
¿Por qué entonces China no le suelta la mano a su imprevisible vecino? Es en parte debido a las transformaciones que está sufriendo la región asiática, una transición que apenas comienza. China tiene ahora mayores intereses sobre ese espacio extremadamente inestable, y ello ha causado una multiplicación de tensiones que un estallido coreano sólo agravaría. Uno de los duelos es la pelea con Vietnam por el control del archipiélago de las Paracel. Pero también Beijing disputa con Japón, Filipinas, nuevamente Vietnam, Malasia, Indonesia y Brunei la soberanía de las islas Spartly. Junto a estos diferendos, hay que anotar el litigio sin solución entre Corea del Sur y Japón por las islas Kodko, o entre Tokio y Moscú por las Kuriles. De lo que se trata es de energía. Para Beijing, convertir en "mare nostrum" el mar de la China que, según EE.UU. forma parte también de sus estrategias de seguridad nacional, se vincula con la enorme existencia de petróleo bajo su suelo. Son estos nudos sueltos los que por ahora permiten que la estrafalaria dinastía coreana del norte pueda seguir jugando en la cornisa. La gran pregunta es cómo se ajustarán en un mundo que definitivamente ya nunca será el mismo.
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