Uruguay



Comenzamos hoy en Notas de Fútbol un repaso histórico de todas las finales de la Copa del Mundo celebradas hasta la fecha. Esperamos que os guste.
La primera gran final se disputó el 30 de julio de 1930 en el Estadio del Centenario de Montevideo, construido para la ocasión. El arbitraje corrió a cargo del colegiado belga Langenus (de la época en que aún se pitaba con pantalones bombachos y gorra), quien por cierto exigió un seguro de vida antes de aceptar. El mítico recinto debió su nombre al centenario de la Constitución uruguaya, y el día de la final lucía un lleno hasta la bandera.
Este primer Mundial tuvo un claro sabor americano, pues de los trece equipos que al final constituyeron la partida sólo cuatro eran europeos. Además, se dio la circunstancia de que cruzaron el charco en el mismo barco, el “Conte Verde”. Para la final, todo quedaba en el Río de la Plata, pues se enfrentaron los anfitriones contra la selección argentina. Ambos habían apabullado en su semifinal por 6-1, a Yugoslavia y Estados Unidos, respectivamente.



Uruguay se presentaba al partido definitivo con la baza del público y su reciente triunfo en las Olimpiadas de París y Amsterdam, donde su juego técnico y pausado causó una fuerte impresión; los argentinos, por su parte, contaban con el mítico Guillermo Stábile, el filtrador, considerado el primer gran artillero del fútbol, y a la postre máximo goleador del torneo.

El partido comenzó muy fuerte, con un gol del medio local Pablo Dorado, pronto neutralizado por el Barullo Peucelle. Argentina domina, su línea de tres Evaristo-Monti-Suárez anula a los cerebros uruguayos, y el Pechito Dellatorre y Paternoster se bastan para secar a Scarone, Cea y compañía. Faltando ocho minutos para el descanso, un disparo suave y preciso de Stábile que no puede atajar el arquero Ballesteros pone en ventaja a Argentina y silencia a las 95.000 almas, que no dan crédito a lo que están viendo.



Sin embargo, la segunda parte es otra historia completamente diferente. Los charrúas, inflamados por los gritos del Mariscal Nasazzi, se lanzan en tromba sobre la portería rival, y es el propio capitán el que empata a los pocos minutos de la reanudación, aunque el gol es anulado por el árbitro. Da igual, los locales están lanzados y es Pedro Cea quien, esta vez de forma inapelable, clava el 2-2 en el ecuador de la segunda mitad. El delirio llega a las gradas poco después, cuando Joaquín Iriarte fusila al Cortina Metálica Botasso y vuelca el partido. Pero aún tiene Stábile tiempo de poner el corazón uruguayo en un puño con un zapatazo al poste, antes de que el Manco Castro rubrique de cabeza el triunfo celeste. El único brazo levantado del ariete simboliza al primer campeón del mundo, y el capitán Nasazzi, marmolista de profesión, recoge el trofeo Jules Rimet de manos del Presidente de la República. La Copa del Mundo estaba en marcha.