Hace quince años comenzaba el motín más sanguinario
La tarde del sábado 30 de marzo de 1996 trece presos quisieron escapar por la puerta principal. Uno cayó muerto y los que quedaron, acaso por la celebración religiosa, recibieron el nombre de Los Doce Apóstoles. La cárcel se convirtió en un infierno que incluyó asesinatos, torturas y episodios de canibalismo. Más de mil presos se plegaron al motín sangriento, inolvidable, que también marcó para siempre la historia olavarriense. El 7 de abril, una misa recordará el final.
Era el sábado 30 de marzo de 1996. Semana Santa. El lugar, el penal de Sierra Chica.
La mujer “llevaba una camisa blanca y un saco de lana bordó. Muy bonita, de cabellos castaños claros, su fina figura desmentían sus 43 años. Caminó al lado de su secretario hasta donde estaban los presos. Ella había recibido un petitorio con algunos reclamos y volvía para darles la respuesta y terminar con el motín”. Era la jueza penal de Azul, María de las Mercedes Malere.
-Hay un cambio de planes, doctora.
-¿Pero qué está diciendo?
-¡Vamos para adentro…!
-No saben el cagadón que se están mandando.
-Callate, vigilanta. Estás chupada -y uno de los presos, Marcelo Brandán Juárez, que vestía la camiseta de la selección argentina, le apoyó un revólver sobre el pecho y la agarró fuerte de un brazo. La jueza no era más jueza sino rehén.
Pasaron ya 15 años de ese momento. Hoy exactamente.
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Era el sábado 30 de marzo de 1996. Semana Santa. El lugar, el penal de Sierra Chica.
La mujer “llevaba una camisa blanca y un saco de lana bordó. Muy bonita, de cabellos castaños claros, su fina figura desmentían sus 43 años. Caminó al lado de su secretario hasta donde estaban los presos. Ella había recibido un petitorio con algunos reclamos y volvía para darles la respuesta y terminar con el motín”. Era la jueza penal de Azul, María de las Mercedes Malere.
-Hay un cambio de planes, doctora.
-¿Pero qué está diciendo?
-¡Vamos para adentro…!
-No saben el cagadón que se están mandando.
-Callate, vigilanta. Estás chupada -y uno de los presos, Marcelo Brandán Juárez, que vestía la camiseta de la selección argentina, le apoyó un revólver sobre el pecho y la agarró fuerte de un brazo. La jueza no era más jueza sino rehén.
Pasaron ya 15 años de ese momento. Hoy exactamente.
En su relato, el periodista Ricardo Canaletti combina la belleza y el espanto al describir la escena del comienzo. El resto del artículo publicado hace semanas es un compendio de todo lo mucho que ocurrió tras los muros.
El motín de Sierra Chica se recordará siempre por tres cosas: el apelativo del grupo líder de la revuelta: “Los Doce Apóstoles”; la matanza de ocho presos enemigos de los amotinados y la desaparición de sus cuerpos; y la captura de la jueza Malere.
La tarde del sábado 30 de marzo trece presos quisieron escapar por la puerta principal. Uno cayó muerto y los que quedaron, acaso por la celebración religiosa, recibieron el nombre de Los Doce Apóstoles. Tomaron rehenes: 13 guardias y dos pastores evangélicos. Más de mil presos se plegaron al motín. Fue el más sangriento de todos.
Los líderes ajustaron cuentas con sus enemigos: mataron personalmente a ocho internos acusados de ser informantes de los guardias. Luego les encargaron a otros presos que los descuartizaran en los piletones de las duchas del pabellón 12.
Jugaron a la pelota con la cabeza de uno de ellos, el más odiado, aunque no por mucho tiempo porque “la cabeza pesa mucho”, dijeron. Se afirmó luego que practicaron canibalismo: esas víctimas fueron cocinadas y comidas en empanadas y estofado. Ningún cadáver apareció y partes despedazadas fueron quemadas en el horno de la panadería de la prisión.
El motín duró ocho días. No quedó claro por qué los “apóstoles”, amos y señores del penal, decidieron ponerle punto final. Los llevaron a Devoto. Cuatro años después los condenaron a no más de 15 años. La mayoría rió al escuchar la sentencia. Hoy algunos ya están libres.
Una década y media después, recordar el motín de Sierra Chica, aquel infierno, sigue produciendo escalofríos.
Habrá una misa el próximo 7 de abril a las siete de la tarde en la iglesia Nuestra Señora de Luján, de Sierra Chica, “para evocar el final del motín”, se informó extraoficialmente.
fuente: http://infoeme.com/noticia.asp?id=38825
Era el sábado 30 de marzo de 1996. Semana Santa. El lugar, el penal de Sierra Chica.
La mujer “llevaba una camisa blanca y un saco de lana bordó. Muy bonita, de cabellos castaños claros, su fina figura desmentían sus 43 años. Caminó al lado de su secretario hasta donde estaban los presos. Ella había recibido un petitorio con algunos reclamos y volvía para darles la respuesta y terminar con el motín”. Era la jueza penal de Azul, María de las Mercedes Malere.
-Hay un cambio de planes, doctora.
-¿Pero qué está diciendo?
-¡Vamos para adentro…!
-No saben el cagadón que se están mandando.
-Callate, vigilanta. Estás chupada -y uno de los presos, Marcelo Brandán Juárez, que vestía la camiseta de la selección argentina, le apoyó un revólver sobre el pecho y la agarró fuerte de un brazo. La jueza no era más jueza sino rehén.
Pasaron ya 15 años de ese momento. Hoy exactamente.
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Era el sábado 30 de marzo de 1996. Semana Santa. El lugar, el penal de Sierra Chica.
La mujer “llevaba una camisa blanca y un saco de lana bordó. Muy bonita, de cabellos castaños claros, su fina figura desmentían sus 43 años. Caminó al lado de su secretario hasta donde estaban los presos. Ella había recibido un petitorio con algunos reclamos y volvía para darles la respuesta y terminar con el motín”. Era la jueza penal de Azul, María de las Mercedes Malere.
-Hay un cambio de planes, doctora.
-¿Pero qué está diciendo?
-¡Vamos para adentro…!
-No saben el cagadón que se están mandando.
-Callate, vigilanta. Estás chupada -y uno de los presos, Marcelo Brandán Juárez, que vestía la camiseta de la selección argentina, le apoyó un revólver sobre el pecho y la agarró fuerte de un brazo. La jueza no era más jueza sino rehén.
Pasaron ya 15 años de ese momento. Hoy exactamente.
En su relato, el periodista Ricardo Canaletti combina la belleza y el espanto al describir la escena del comienzo. El resto del artículo publicado hace semanas es un compendio de todo lo mucho que ocurrió tras los muros.
El motín de Sierra Chica se recordará siempre por tres cosas: el apelativo del grupo líder de la revuelta: “Los Doce Apóstoles”; la matanza de ocho presos enemigos de los amotinados y la desaparición de sus cuerpos; y la captura de la jueza Malere.
La tarde del sábado 30 de marzo trece presos quisieron escapar por la puerta principal. Uno cayó muerto y los que quedaron, acaso por la celebración religiosa, recibieron el nombre de Los Doce Apóstoles. Tomaron rehenes: 13 guardias y dos pastores evangélicos. Más de mil presos se plegaron al motín. Fue el más sangriento de todos.
Los líderes ajustaron cuentas con sus enemigos: mataron personalmente a ocho internos acusados de ser informantes de los guardias. Luego les encargaron a otros presos que los descuartizaran en los piletones de las duchas del pabellón 12.
Jugaron a la pelota con la cabeza de uno de ellos, el más odiado, aunque no por mucho tiempo porque “la cabeza pesa mucho”, dijeron. Se afirmó luego que practicaron canibalismo: esas víctimas fueron cocinadas y comidas en empanadas y estofado. Ningún cadáver apareció y partes despedazadas fueron quemadas en el horno de la panadería de la prisión.
El motín duró ocho días. No quedó claro por qué los “apóstoles”, amos y señores del penal, decidieron ponerle punto final. Los llevaron a Devoto. Cuatro años después los condenaron a no más de 15 años. La mayoría rió al escuchar la sentencia. Hoy algunos ya están libres.
Una década y media después, recordar el motín de Sierra Chica, aquel infierno, sigue produciendo escalofríos.
Habrá una misa el próximo 7 de abril a las siete de la tarde en la iglesia Nuestra Señora de Luján, de Sierra Chica, “para evocar el final del motín”, se informó extraoficialmente.
fuente: http://infoeme.com/noticia.asp?id=38825
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