"Los Gurkas también temen"

relactos sobre la guerra de las islas mavinas


Un grupo de hombres quedó abandonado a su suerte en la Isla
Soledad, cuando fue tomado Darwin por los ingleses. Este es
el relato de las experiencias vividas y su contacto con los
"Gurkhas".



Relata: Teniente Ugarte -Escuela de-Aviación Militar


El misil SAM-7 "Estrella Roja" es un arma portátil utilizada por la infantería de varios países del
mundo; tiene cabeza térmica y una vez "enganchado" al blanco, avisa con dos señales, una
sónica y otra lumínica que está listo para ser disparado.
Realizamos el cruce a Malvinas la primera tanda de operadores de este misil, junto con el
Suboficial Ledesma de Artillería Antiaérea Argentina. En la mitad del viaje fui invitado a la cabina
de la "Chancha" —(Hércules C-130) y realmente me impresioné por lo cerca que volábamos de
las olas, cada tanto borradas por 1a capa de neblina. Me asombró la serenidad de los tripulantes;
me llegaron a despertar admiración por su valentía hombres como el Comodoro Beltramone, el
Mayor Veliz y el Mayor Bruno. La vista de la tierra me tranquilizó y el aterrizaje fue preciso como
toda la operación.
Puerto Argentino
Me destinaron al aeropuerto. El Mayor Maiorano y el Capitán Savoia estaban a cargo de la
defensa del mismo y me indicaron mi zona de responsabilidad.
Cumplíamos turnos de guardia con el misil, esperando con ansias la aparición de un Harrier.
Desgraciadamente utilizaban sus "regalos" desde muy alto por lo que todos temíamos que
alguna de esas bombas "rifadas" nos cayera a nosotros.
Bahía Fox
Un día el Capitán Savoia me ordenó que junto con el Cabo Principal Bevilacqua y el Cabo
Peirone, concurriéramos en helicóptero desde el "bunker" (refugio) de artillería antiaérea a una
zona que estaba siendo atacada por el enemigo.
En ese helicóptero tuve la sorpresa de encontrarme con dos compañeros míos, los Tenientes
Longar y Pinto.
llegamos al lugar: era Bahía Fox. Encontramos varias casas destruidas por el bombardeo de los Harrier. Había también un Teniente de Ejército herido.
A cargo de esa fracción estaba el Mayor de Ejército Minorini Lima, que realmente demostraba,
junto con sus hombres, que eran buenos profesionales.
Allí se encontraban muchos sobrevivientes de los barcos nuestros, hundidos por los ingleses.
A la noche iniciaron las fragatas un cañoneo que ocasionó varios muertos y heridos.
Nosotros estábamos esperanzados en que intentaran el desembarco allí, porque los
esperábamos con los brazos abiertos.
En cada cañoneo controlábamos el mar, esperando ver las lanchas de desembarco.
En el primer cañoneo pegaron en el Puesto de Comando, en el que yo me encontraba,
destruyendo una de sus dos habitaciones —gracias a Dios la que estaba vacía.
A la mañana siguiente escuchamos el ruido de nuestros aviones que iban hacia las fragatas.
Decirlo no parece importante, pero ver aviones propios que atacan al enemigo es un respaldo
anímico y sicológico muy grande.
Un día interceptamos una comunicación de un inglés que pedía ayuda para un piloto que se
había eyectado y estaba herido en su granja. Cuando escuchamos al piloto y reconocimos la voz
del Teniente Héctor Luna, nos emocionamos.
30 Kilómetros al sur de Darwin.
Nos vino a buscar un helicóptero y nos dejó en una zona en donde se encontraba una patrulla,
formada por un Sargento primero de Ejército y siete soldados. A las 18:00 horas el Teniente
Longar nos pasaría a buscar para llevarnos de regreso; no volvió más. En mi ausencia habían
tomado Darwin. Decididos a no entregarnos, construimos un refugio en la ladera de un acantilado
frente al mar y lo utilizamos como campamento base; desde allí salíamos a patrullar en busca del
enemigo.
Al tercer día se nos acabó el alimento y cazamos una avutarda (ave parecida al ganso).
Debido a que temíamos ser descubiertos si encendíamos fuego, calentábamos trocitos de la
misma con un encendedor descartable y los comíamos. Lo mismo hacíamos con mejillones y
otros frutos del mar; llegamos a comer hasta un repollo que encontramos en una quinta
abandonada.
El frió era mucho, tanto que un soldado comenzó a presentar síntomas de gangrena en un pie.
A medida que fueron pasando los días se hizo necesario hacerlo per manecer todo el tiempo en el
refugio.



Cada día que pasaba me hacia sentir más débil, pero igual trataba de demostrar firmeza para
que mis subordinados no decayesen. Pero al anochecer me retiraba a algún lugar solitario,
prendía un cigarrillo a cubierto y luego rezaba mientras se me escapaban algunas lágrimas de
impotencia; luego volvía desahogado y nuevamente dispuesto a la lucha.
La mala alimentación y el frío nos debilitó tanto que sufríamos mareos y dolores de cabeza
continuos. Si bien la comida era mala pero no faltaba, el problema consistía en no poder cocinarla.
Nuestras esperanzas se desvanecían al escuchar en nuestra radio el avance inglés sobre
Puerto Argentino.
Los días pasaban y cada vez estábamos peor, nevaba, había mucho viento y nuestra debilidad
aumentaba.
Doce días después de vivir en esas rigurosas condiciones salí en una patrulla con dos
Suboficiales de Fuerza Aérea que presentaban una moral elevadísima. Cuando regresábamos
vimos entre la neblina (ya habíamos sido alertados por el ruido) a un helicóptero posado junto al
campamento, muchos soldados ingleses y el Suboficial y los soldados nuestros con las manos a
la nuca. (Había también tres helicópteros Sea Linx y dos Sea King)
Escapamos lo más rápido que podíamos (ya que estábamos extenuados) para evitar correr la
misma suerte pues la desproporción era mucha.
Súbitamente, desde atrás de una loma aparecieron dos helicópteros en vuelo que nos
intimaron rendición por altoparlantes; les contestamos tirándoles con nuestros fusiles FAL, por lo
que se escondieron en vuelo bajo detrás de una elevación para aparecer en otro punto
atacándonos con cohetes que explotaron muy cerca.
Mientras esto ocurría sin que lo notáramos, nos iban rodeando los Gurkas (mercenarios de
Nepal que combaten defendiendo a quienes los han convertido en colonia y despojado de sus
sagradas tradiciones).
Llegamos a una casa abandonada; aparentemente no había nadie, pero desde unos cincuenta
metros, atrás de una roca apareció un Oficial inglés y nos pidió que nos rindiéramos. Uno de los
Suboficiales le efectuó un disparo, y casi en el mismo instante nos vimos rodeados por alrededor
de treinta y cinco Gurkas. Pensé que estábamos perdidos y dije a mis hombres
—"¡Ya no hay nada que hacer, resistir es solo hacerse matar inútilmente, arrojemos las armas
al suelo!"—
El Oficial dio un grito y los Gurkas se nos vinieron encima; cuando íbamos a reaccionar, el
inglés dio otro grito en nepalés y los "chinitos" se frenaron como el perro cuando grita su amo. El
inglés empezó a gritar que pongamo s las manos en alto y, pese a que ya lo habíamos hecho
seguía gritando por lo que le dije, en inglés, que deje de gritar. Él me contestó que estaba muy
nervioso. Nos comenzaron a rodear, esgrimiendo en una mano el fusil y en la otra un cuchillo
curvo que sacaban por detrás del cuello; vociferaban y hacían gestos como diciendo que nos iban
a degollar.



Nos tiraron al suelo y nos apuntaron con el fusil a la cabeza. Estábamos tan cansados
que ya no teníamos noción de lo que ocurría.
El oficial inglés relataba todo lo que ocurría por un micrófono que tenía en el casco.
Cada tanto venía alguno y nos apoyaba la punta del cuchillo en el cuello, haciendo gestos de
que nos iban a degollar.
En esos momentos vinieron a mi mente recuerdos de escenas vividas con mi esposa y mi hijo
y me puse a rezar.
Pasamos la noche con un Gurka al lado de cada uno, con la punta de su cuchillo en nuestro
cuello.
Al otro día fuimos trasladados en un Sea King a San Carlos.



Los Gurkas son de baja estatura, rasgos achinados, muy disciplinados y muestran un respeto
rayano con el temor por los Oficiales ingleses. Para ellos parece ser un motivo de orgullo
pertenecer al ejército británico. Son místicos, exaltados, nerviosos, creo que hasta que tuvieron el
dominio total, tanto el inglés como ellos tenían más miedo que nosotros y me parece que los gritos
que daban era para descargar los nervios.
Me llevaron a un interrogatorio.
—"¿Rango?"— me preguntó un Oficial inglés.
—"¡Air Forcé Lieutenent!" —(Teniente de la Fuerza Aérea)— le dije.
—"¡Pero, y ese uniforme verde?!" —(me preguntó en inglés)—
—"Es el que usamos los artilleros— le dije.
Inmediatamente el Oficial inglés cambió su actitud agresiva y los Gurkas se hicieron a un
costado, demostrando respeto; me desataron y me llevaron con los otros prisioneros de la Fuerza
Aérea sin hacerme más preguntas.
Luego me enteré que los Gurkas habían presenciado ataques de nuestros aviones, lo que los
había impresionado mucho, pues admiran el valor y el desprecio a la vida.
Creo que no nos veían como enemigos, sino como profesionales que los enfrentábamos.
Cuando fui trasladado en un barco al continente, el soldado inglés que me llevaba la comida,
golpeaba discretamente la puerta y decía:
—"¿Chieff?" (Jefe). Yo advertía en su discreción un oculto homenaje al valor de los miembros
de la Fuerza Aérea Argentina.
Cuando vi a mi esposa y a mi hijo, agradecí a Dios los años por vivir, a los que yo había dado
por perdidos.


espero que les haya gustado este post.