Moron,se negó a vender drogas e intentaron matarlo





Trabajaba en un prostíbulo, se negó a vender drogas e intentaron matarlo




Era custodio de dos prostíbulos de Morón. Como se negó a participar del "negocio" de la cocaína, lo amenazaron. Salvó de milagro su vida cuando le "tiraron" un auto encima. Ahora, sin trabajo, tuvo que mudarse.



Son las siete de la tarde y la estación de Merlo es un hervidero. Gente que va. Gente que viene. En medio de la multitud, Franco Arapa parece uno más. Aunque él no corre ni tiene apuro por llegar a su casa. Sólo le preocupa una cosa: contar la terrible historia en la que, sin quererlo, está entreverado desde hace casi dos años, cuando paradójicamente llegó a Buenos Aires en busca de un futuro mejor. Una historia que incluye prostitución, drogas, menores, corrupción y hasta un atentado contra su vida en pleno centro de Morón.

Desahuciado por la falta de trabajo, a fines de diciembre de 2008 Franco, que ahora tiene 29 años, decidió abandonar su Salta natal para venirse a Merlo, donde viven sus tíos y sus primos, con la esperanza de encontrar una vida más digna.





Y en pocos días creyó que lo había logrado. Que la suerte estaba de su lado. El 29 de diciembre fue a la cartelera que hay sobre la avenida Rivadavia, en pleno centro de Morón, donde encontró un aviso en el que pedían un custodio para trabajar en un boliche nocturno.

Como él tenía experiencia de haber sido “seguridad” en Salta, se presentó. Después de una breve entrevista y sin demasiado protocolo, le dijeron que el trabajo era suyo. Tenía que pasarse 12 horas –de 8 a 20- en la puerta de un prostíbulo ubicado en la esquina de Rivadavia y Boatti, al lado del bar Micaela.

“Lo único que tenía que hacer era estar sentado ahí y revisar a los clientes cuando entraban”, recuerda Franco . Pero lo que para él era un trabajo más o menos bien remunerado y sin grandes sobresaltos, cambió repentinamente tres meses después, en marzo de este año, cuando descubrió que en el turno noche además de sexo vendían cocaína.

“Me di cuenta porque algunos clientes, creyendo que yo también estaba en eso, me vinieron a comprar a mí de día. Entonces le fui a decir a la encargada, Verónica, y ella me dejó helado con lo que respondió: 'sí, los de la noche están prendidos en la joda. Y vos tenés que entrar en eso también’”, me dijo.

Pero Franco no sólo no aceptó la invitación de la encargada, sino que comenzó a ser un problema para “el negocio”. Por eso a los pocos días recibió la visita de un personaje conocido como El Gula, el encargado de proveer de bolsitas con cocaína a las prostitutas para que ellas se las vendieran a sus clientes a 40 pesos cada una.

Estaba claro que Franco había pasado a ser un obstáculo para sus intereses, así que El Gula primero intentó sortearlo por “las buenas”. “Te doy 2 mil pesos por mes”, le ofreció a cambio de que se sumara al negocio o, como mínimo, hiciera la vista gorda. Ni siquiera el dinero, que significaba duplicar su sueldo, hizo cambiar de opinión a Franco, que mantuvo firme su postura. “Entonces atenete a las consecuencias. Te voy a cagar matando gordo de mierda”, lo amenazó El Gula y se marchó.






La charla pareció haber surtido efecto, ya que al menos durante algunos meses Franco no volvió a sufrir amenazas. Sí en más de una ocasión tuvo que protagonizar algunas situaciones curiosas. Como tener que pasar una hora escondido en la terraza junto con la encargada y todas las prostitutas. “Eso pasaba porque estaban arreglados con los inspectores municipales, así que antes de que vinieran alguien le avisaba a la encargada y ella nos decía que nos fuéramos todos a la terraza. Llegaba el inspector, tocaba el timbre un rato y como veía que estaba todo cerrado se iba”, cuenta Franco, quien además asegura haber visto entre los clientes a inspectores y policías.


Pero más allá de estos episodios, él asegura que en lo personal no tuvo mayores problemas hasta que un día de junio le dijeron que tendría que empezar a trabajar en el otro local de Morón, el que está ubicado al lado de la pizzería Tokio, en Rivadavia 18.079, casi esquina 9 de Julio.

Franco aceptó su nuevo destino, pero enseguida descubrió que en este lugar no sólo había dos chicas menores de edad trabajando, sino que otra dos –Sol y Luz- llamativamente recibían muchos más clientes que el resto. Unos meses después, a mediados de octubre, se enteró por qué. “Sol me tocó el timbre de la habitación porque estaba teniendo un problema con un cliente. Y cuando entré a ver qué pasaba vi que estaban discutiendo y que ella le estaba vendiendo una bolsita de cocaína. Y tenía como veinte más que se las escondía en las botas”, recuerda Franco, quien decidió ir a hablar nuevamente con el dueño.

 Pero la reacción de Andrés esta vez fue distinta. Al día siguiente le mandó a decir por intermedio de la encargada que necesitaba que de ahora en adelante trabajara de día en otro prostíbulo suyo, el que tiene al lado del bingo Ciudadela.

Franco le respondió que a él no le convenía el trabajo si tenía que viajar todos los días hasta Ciudadela y entonces el 29 de octubre renunció con la condición de que le pagaran ese último mes trabajado.

La respuesta le llegó tres días después, una madrugada en que llegaba a su casa de Boatti y García Silva. Se le acercaron dos hombres que bajaron de Wolkswagen Gol azul y uno de ellos le puso una pistola en la cabeza. “Dejate de romper las bolas o vas a ser boleta”, le dijo.

Pero se ve que para ellos Franco “siguió rompiendo las bolas”, porque dos días después estuvo a punto de ser “boleta”. Era cerca de la medianoche cuando apareció un Ford Focus gris a toda velocidad que le apuntó con la intención de atropellarlo mientras cruzaba Boatti. Rápido de reflejos, Franco logró correrse hacia un costado y salvó su vida. El auto sólo le golpeó una pierna, a raíz de lo cual le tuvieron que enyesar la rodilla.

Entonces, consciente de que su vida corría serio peligro, decidió mudarse a Merlo. Eso sí, antes presentó la denuncia en la UFI Nº 1 de Morón, que investiga el caso. Aunque parece que no mucho. Porque los dos prostíbulos siguen funcionando. Y es probable que las botas de Sol, también.



El dueño del prostíbulo se defiende: "Gracias a este lugar se evitan violaciones"




Miércoles a las 7 de la tarde. Una Traffic blanca estaciona en un lugar prohibido, sobre la mano izquierda de la avenida Rivadavia, casi esquina 9 de Julio, en pleno centro de Morón. Cuatro hombres bajan de ella y empiezan a descargar una gran cantidad de botellas de whisky, de licor, de cerveza y de gaseosas junto con algunos elementos de higiene, sobre todo rollos de papel higiénico.

Mientras uno se queda vigilando la camioneta, los otros tres ingresan con la mercadería al departamento de Rivadavia 18.079, donde funciona el prostíbulo en el que trabajaba Franco Arapa.

La escena fue presenciada por este cronista cuando se acercó al lugar con la intención de conversar con el dueño para darle la oportunidad de que hiciera su descargo ante la grave denuncia presentada por el custodio.





Con la certeza de que el lugar seguía funcionando, el próximo paso fue intentar entrar. Luego de recorrer un largo y lúgubre pasillo, una escalera conduce al primer piso, donde una puerta con rejas es la antesala al prostíbulo.

Tal vez el olfato del “seguridad” instalado en la puerta o algún llamado oportuno de los hombres que descargaban la mercadería y que ya sabían que quien llegaba no era un cliente sino un periodista que estaba cumpliendo con su trabajo, provocó que la puerta de rejas se cerrara abruptamente.

“El lugar está cerrado”, se limitó a decir un hombre que parecía ser el encargado, sin importarle la contradicción de que segundos antes hubiera dejado ingresar a un cliente.

-Yo soy periodista y quisiera hablar con el dueño. Tengo entendido que se llama Andrés. Es por una nota sobre una denuncia contra este lugar.

- A ver, voy a averiguar –respondió el hombre y se metió dentro del prostíbulo. Unos minutos después se volvió a asomar a través de la puerta de rejas y agregó: “Perdón, pero el dueño no está y acá no hay ninguna persona que se llame Andrés. Si quiere pase en otro momento porque ahora no hay nadie que lo pueda atender.

Al ver que era infructuoso insistir, este cronista emprendió la retirada, pero al pasar por la puerta se le acercó un hombre que se identificó como Rodrigo y dijo estar a cargo del transporte de la mercadería. “Yo puedo darle tu número al dueño para que se comunique”, dijo después de interiorizarse sobre de qué iba la denuncia.

Tres días después, un hombre que se identificó como “Hugo” y se presentó como el dueño del prostíbulo, se comunicó al teléfono de este cronista. Se produjo entonces el siguiente diálogo:

- Yo quería hablar con usted porque hay una persona, Franco Arapa, que dice haber trabajado en el prostíbulo suyo y que intentaron matarlo porque denunció que vendían droga y permitían trabajar a menores.



Perdón, pero no sé de qué me habla. No conozco a ninguna persona con ese nombre.


- Franco Arapa. Dice que trabajó a principios de año como custodio en el prostíbulo de Boatti y Rivadavia, y que últimamente lo hacía en el que está al lado de la pizzería Tokio.

- Le repito. No sé quién es. No conozco a ninguna persona con ese nombre.


- Usted no lo conoce, aunque él dice que a usted, si verdaderamente es el dueño de los dos prostíbulos, lo conoce muy bien….

- Bueno, él que diga lo que quiera. Pero yo no tengo la menor idea de quién es. Tal vez es alguien que quiere plata o que está mandado por otra persona.

- ¿Por qué dice eso?



- Porque si está denunciando todo esto que es falso, es lo único que se me ocurre que puede pasar.



- Pero dice que él vio cómo las chicas que trabajan ahí vendían droga.



- Le repito, que diga lo que quiera. Acá nadie vende droga ni tampoco hay menores trabajando.



-
También denunció que intentaron atropellarlo con un auto y que lo amenazaron de muerte con una pistola.


-No sé de qué me habla. Yo ni siquiera tengo auto, así no sé cómo pude haber intentado atropellarlo.



- Usted sabe que tampoco es legal tener un prostíbulo.



- Esto no es un prostíbulo. Acá la gente viene a tomar una copa y si después quiere hacer algún trato con una chica es cosa de ellos. Aparte esas chicas si no estuvieran acá, estarían trabajando en la calle, en una situación mucho más riesgosa y donde a veces hasta las matan.

- ¿No me querrá decir que está cumpliendo una función social con lo que hace?



-No, sé que esto no está bien, pero en la calle estarían mucho peor. Y otra cosa. Acá vienen muchos hombres de condición muy humilde, que lamentablemente tal vez por su aspecto son discriminados y no tienen oportunidades de conocer a una chica en la calle. Y también vienen discapacitados.

¿Y qué quiere decir con eso?



- Que aunque usted no lo crea, yo pienso que con un lugar así estamos evitando hasta que haya casos de violación. No sé si algunos de los hombres que vienen acá, si no tuvieran la posibilidad de estar con una chica en un lugar como este, no serían potenciales violadores.

-
Es como mínimo curioso su análisis.



- No sé si es curioso o no, pero estoy convencido de que es así.



“Hugo” se despide. Quedan varias preguntas por hacerle. Cómo hace para tener abiertos locales donde se ofrece sexo cuando la policía y los inspectores municipales deberían clausurarlos. Pero dice que no tiene tiempo para seguir hablando. Que no puede dejar su teléfono, pero que en unos días se va a volver a comunicar. Habrá que seguir esperando.


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