Epitafios

Por Luis Bruschtein



En una sociedad donde el concepto de democracia estaba degradado auna expresión hipócrita y miserable tras décadas de golpes y períodosde vigilancia y nuevo castigo, la elección de Alfonsín en 1983 fue unasorpresa. Con todas sus debilidades y limitaciones, Alfonsín tenía unaidea democrática que se sobreponía a esos antecedentes, a la de lamayoría de su partido y de la oposición justicialista y también a ladel promedio de la sociedad. Pero hay cierta hipocresía morbosa en lasexpresiones que se han hecho tras su muerte. Porque ahora todos localifican como “padre de la democracia” y olvidan que tuvo que irseseis meses antes del gobierno porque ni siquiera obtenía el respaldo dela mayoría de los que hoy se rasgan las vestiduras. En esa construccióninteresada queda justamente el Alfonsín cuya marca sobre los años quevendrían no fue tan positiva, cuando tuvo que desandar muchos de loslogros y objetivos que se había propuesto al comienzo de su gestión.

Tras años de hegemonías supuestamente indiscutidas, como en ladictadura o después, con el neoliberalismo, la misma sociedad –o granparte de ella, sobre todo en las capas medias– que fue soporte de esepredominio se vuelca al discurso opuesto y se abren etapas de fuertespujas entre esas cosmovisiones antagónicas. De alguna manera, en eseaspecto están hermanados, pese a sus diferencias, Alfonsín y NéstorKirchner.

Alfonsín fue elegido en 1983 por una sociedad que había sido muypermeada por el discurso autoritario de la dictadura en todos losplanos. En contraposición, la campaña alfonsinista había sido la decontenidos más democráticos. Era una sociedad que estaba harta de losgolpes militares, pero que mantenía resabios recónditos de los años deplomo. En ese sentido, el Alfonsín del ’83 tenía claras lasconsecuencias que implicaba la democracia. Por eso, en sus primerosaños enfrentó a los militares por el juicio a los comandantes,confrontó con Reagan por su política intervencionista, polemizó con laIglesia por los derechos humanos, la educación y el divorcio, visitóCuba y resistió los primeros embates de los privatizadores y el FMI.Todos esos sectores afectados por sus políticas lo siguieron detestandocuando ya no estaba en el gobierno e incluso algunos conspiraron parasu caída. Y varios de esos hoy lo exaltan. Este era el Alfonsín que seganó muchos enemigos pero que logró avanzar en la democratización de lasociedad.

En la segunda etapa de su gobierno fue perdiendo en todas esaspujas. La Iglesia se impuso en el Congreso Pedagógico. Debió ceder alas presiones del FMI por la deuda externa y así empezó con la“economía de guerra”. Y entregó el punto final y la obediencia debida alos militares. A lo largo de ese proceso fue perdiendo el respaldomasivo que lo había llevado a la presidencia. Y cuanto más sedebilitaba y cedía, más lo empujaban al precipicio. Hasta que llegó lahiperinflación y el golpe de mercado y tuvo que adelantar varios mesessu salida.

Decir que perdió ese respaldo porque había comenzado a ceder seríafalso. En algunos casos fue así. En contrapartida, parte de su respaldose fue desgastando en esa confrontación y muchos de los que lo votaronpara que abriera esos caminos se asustaron por sus consecuencias, encuanto a tensión y conflicto, y se fueron alejando. Pero a la inmensamayoría de su base electoral del ’83 la perdió por la situacióneconómica en una crisis que fue aprovechada y estimulada por quienes lohabían enfrentado en los conflictos anteriores.

La imagen de Alfonsín que ha primado en la exaltación de su figuratras la muerte está mayoritariamente construida por quienes loenfrentaron por derecha, tanto en su partido como en la sociedad en suconjunto.

El titular de la Sociedad Rural subrayó la capacidad de diálogo delex presidente y se olvida de que cuando Alfonsín asistió a la Rural fuehumillado con una sostenida y fuerte silbatina, para la cual losproductores rurales se habían preparado con pitos y matracas.Editorialistas de La Nación que en su momento lo condenaban duramentepor su política de derechos humanos y el enfrentamiento con las FuerzasArmadas ahora dicen que lo extrañan. Y en ese entonces lo mostrabancomo un inútil.

Los empresarios, aquellos famosos “capitanes de la industria” quehabían sido favorecidos por sus políticas, hablaban pestes del expresidente y durante bastantes años ninguno quería “quemarse” saliendoen una foto junto a él. Y por supuesto la Iglesia, que en ese momentoinsistía con “la reconciliación de los argentinos”, contraponiendo esareconciliación a los juicios por violaciones a los derechos humanos.Habría que recordar la ríspida disputa de Alfonsín con el obispocastrense de ese entonces, José Miguel Molina.

Este diario informó sin complejos sobre las medidas de avance yconsolidación de la democracia cuando los demás lo defenestraban, perotambién informó sin complejos sobre el Alfonsín del punto final y laobediencia debida o el de los dos demonios, así como sobre muchas desus decisiones económicas y políticas, como el Pacto de Olivos. Pero nofueron las miradas críticas publicadas en Página/12 las que provocaronsu salida anticipada de la Casa Rosada. Y esas miradas críticas noimpiden el reconocimiento del peso histórico de su figura como elprimer presidente de la democracia en una situación extremadamentedifícil.

Ese fue el Alfonsín real, con el que se puede coincidir o no y lamayoría de las veces ambas cosas. La imagen pasteurizada, santificada omarketinizada que se ha promovido tras su muerte da la idea de unapersona que, si hubiera asumido como presidente en el ’83, no hubierapodido marcar la diferencia con el resto del sistema político. Y quizásallí esté la explicación de la forma en que se construyó esa figura deocasión con un discurso que no lo diferencia del corriente.

Resulta chocante cuando solamente se lo reivindica por su“capacidad de diálogo” y su esfuerzo por la “unión de los argentinos”,porque esas dos ideas fueron usadas para combatirlo cuando lanzó elJuicio a las Juntas o cuando polemizó con la Iglesia. Hay una intenciónmanifiesta en oponer estos argumentos cuando la política avanza sobreintereses concretos o privilegios establecidos. El afectado acusaentonces de “dividir al país” o de no abrirse a un diálogo que preservesus intereses y privilegios. Los que interpretan el diálogo de esamanera se refieren al punto final y la obediencia debida como ejemplo,cuando en realidad fueron una gran injusticia y un retroceso en elcamino abierto con los juicios. El mismo Alfonsín reconocería despuésque esas leyes habían sido fruto de una circunstancia históricaespecial. Estaba reconociendo que debió hacer esas concesiones paraterminar con los levantamientos carapintada y el malestar en lasFuerzas Armadas, lo que tampoco consiguió porque las rebeliones yconspiraciones continuaron.

Tampoco es casual que se tomen esas dos ideas cuando las críticasde la Mesa de Enlace y de la oposición, contra el Gobierno, transcurrensobre esos dos argumentos. Se hace jugar esa imagen interesada en eljuego político entre oposición y oficialismo. Y el radicalismo pierdela oportunidad de reivindicar a un político diferente entre sus filas.Un político que en el mejor momento de su vida apostó por lo que élpensaba que era una transformación de la sociedad con un sentidoprogresista, aunque tuviera que pisar algunos callos. No se loreivindicó así. Ese Alfonsín polémico, confrontativo y cabezadura noapareció en la imagen que se reivindicó tras su muerte. Alfonsín nohablaba como De la Rúa o Angeloz, pero lo hicieron hablar así. El quediga que era fácil discutir con Alfonsín es porque no lo conoció.

La multitud que asistió a su velorio y luego a su entierro expresóun agradecimiento muy sentido por el profundo alivio que sintió lasociedad cuando salió de la dictadura. No fue artificial o prefabricadosino extendido también a muchos que no pensaban como él. Pero lapobreza de esa figurita de Billiken con que se lo reivindicó a nivelmediático y discursivo achicó ese sentimiento tan ligado a lasexpectativas épicas del ’83 y lo ató a uno más pequeñito relacionadocon las próximas elecciones legislativas.

Se podrá estar de acuerdo con él o no, criticarlo, pensar queestaba equivocado, cuestionar muchas de sus decisiones políticas,económicas y sociales, sus alianzas o algunos de sus manejos, y hastacondenar las concesiones que hizo, pero nadie puede decir que Alfonsínfue la continuidad de la dictadura en la política, lo que hubierasucedido si en su lugar hubieran estado muchos de los otros políticosde ese momento, de su partido o de la oposición, que hubieran“dialogado” con los militares para preservar “la unidad nacional”. Esafue la diferencia, puntual, concreta. En lo demás podía ser más o menosparecido a los otros políticos, porque era un político. Esa fue ladiferencia que borraron en los discursos.


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