El Crespin

Quizas lo hayas sentido nombrar en varias zambas
y chacareras argentinas al " llanto de Crespin"...


Por si no lo comprendian, aca les dejo el significado ; )



Las leyendas o los cuentos tradicionales, toman distintas formas de acuerdo al escenario en el cual se desarrollan. En Europa los cuentos de hadas predominan entre la gente del pueblo, y todas las leyendas están pobladas de gnomos, magos, brujas y genios con extraordinarios poderes, moviéndose todo ello en el mundo fascinante de la magia. Ese algo indescriptible en que todos creen, y anhelan que exista, pues significa la materialización feliz de todas las esperanzas. En nuestro medio también existen las leyendas y los cuentos, pero no están adornados con la brillantez de las fantasías europeas, cargadas de oro, armiño y de príncipes azules y princesas encantadas. Nuestras leyendas se nutren del paisaje sencillo, simple, que nos rodea como de los integrantes mismos.



 Especialmente la fauna, donde el pueblo descubre misteriosos personajes y que, como todas las leyendas, están impregnadas de magia, porque la magia carece de límites para la imaginación humana. Entre las leyendas vernáculas más difundidas está la del Crespín. El triste pájaro nocturno que parece quejarse plañidero constantemente, sin encontrar consuelo para su pena permanente.



 La imaginería popular, especialmente la formada junto a los fogones de la zona de Metán, El Galpón y Anta, ha tejido en torno al pájaro doliente, una romántica leyenda que se ajusta a las costumbres de la zona. Cuéntase que hace muchísimos años existía una feliz pareja que habíase unido en matrimonio, materializando la realidad de un sincero amor. El se llamaba Crespín, era de carácter muy alegre, no faltando a ninguna fiesta o reunión, donde reinara la alegría y el baile.



 Su esposa no le iba en zaga, pero no acompañaba a su marido en estas francachelas, ya que la pareja había hecho una especie de pacto, mediante el cual cada uno asistía a diferentes fiestas. Prácticamente se reencontraban cuando estaba por finalizar la noche y los gallos anunciaban la proximidad de la madrugada. Los vecinos veían con cierta inquietud a este matrimonio que jugaba peligrosamente con la felicidad que Dios les había otorgado, y más de una vez trataron de prevenirlos sobre ello. Pero nada podía con el espíritu alegre y despreocupado que los dominaba y que, al caer las primeras sombras de la noche, les traía la tentación incontenible de partir hacia alguna fiesta de noche, generalmente cada uno en el lugar elegido, solía ser el centro de atracción de la reunió.



Así pasó el tiempo, con las alternativas de las estaciones que pintaban y despintaba el paisaje a través de los meses del año. Ni el frío, ni la lluvia detenía la vorágine de la vida de los dos esposos, que llegaron a convertirse en la preocupación del vecindario que habitaba bajo la sombra centenaria de los árboles del bosque, o en las localidades que se levantaban a la vera de los polvorientos caminos de herradura. Cuentan que al final de una noche, la esposa, con no oculta inquietud llegó a la casa en busca de su compañero a quien no encontró. Esperóle largo rato escuchando los grillos, y los miles de ruidos que pueblan el bosque en las largas horas en que riela la luna sobre la alta copa de los árboles. Comenzó a teñirse de rosa el paisaje y Crespín, el esposo, no hacía su aparición.



Su acongojada mujer subió a lo alto de un árbol para otear a lo lejos, al tiempo con voz angustiada lo llamaba gritando ¡Crespín!, ¡Crespín!, contestándole sólo el rumor del aire que mecía el ramaje de los árboles. Desesperada corrió por las sendas sin dejar de llamar a su compañero, mientras el silencio se mantenía como una respuesta constante. Su voz fue perdiendo fuerza entrecortada por el llanto, al presumir que había ocurrido lo peor. Crespín, según dice la leyenda, había muerto en una reyerta y su cuerpo no fue encontrado jamás. Su esposa, transida de dolor, por esos conjuros misteriosos que se producen en la noche en la espesura del monte, se transformó en un ave, que posándose en lo alto de los árboles paga su culpa llamando, plañidera y doliente, al esposo que se perdió para siempre en las tinieblas del pasado.



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